A principios de julio de 1857 llegaron noticias a Filipinas del asesinato del obispo dominico español fray José Díaz Sanjurjo, vicario apostólico en Tonkín (parte norte del actual Vietnam), y de algunos religiosos franceses. El suceso formaba parte de una sangrienta persecución contra los católicos del reino de Annam (centro de Vietnam).
Los misioneros españoles y portugueses habían estado presentes en la zona desde 1640, y el cristianismo contaba con núcleos importantes de seguidores en Tonkín. Pero las razones inmediatas de la persecución eran básicamente políticas, y estaban relacionadas con la toma de partido de algunos misioneros a favor de un pretendiente al trono de Annam.
Esto provocó la reacción violenta del rey Tu Duc contra los predicadores extranjeros. Al monarca annamita le preocupaba que los misioneros soliviantaran el ánimo del pueblo para justificar una guerra de conquista colonial.
La desventura de los misioneros desató la indignación oficial de Francia, en cuyo trono se asentaba el emperador Napoleón III. París propuso a España actuar con firmeza para exigir al rey de Annam que cesara la persecución contra los cristianos. Pero eso no era más que la fachada de las verdaderas intenciones francesas.
La corte de Madrid acogió favorablemente la idea de intervenir en una expedición conjunta de castigo bajo mando francés. España estaba en esos momentos gobernada por la Unión Liberal, un partido político creado por Leopoldo O’Donnell que aglutinaba en la defensa de la monarquía de Isabel II a los moderados no absolutistas y a los progresistas menos exaltados. Se trataba de un gobierno débil, cuya política exterior iba de la mano de Francia y los intereses de su ambición imperial.
En el caso de la expedición a Indochina, Francia buscaba conseguir territorios en Asia oriental, con puertos seguros y cercanos a China. Para España el propósito de la aventura era bastante quijotesco. Se reducía a lograr un cierto prestigio en el concierto europeo asumiendo la defensa de los religiosos, sin mayores ambiciones de expansión mercantil o territorial.
Francia nunca reveló abiertamente a España sus intenciones en una región cuyo valor estaba a punto de multiplicarse con la construcción del canal de Suez. En última instancia se trataba de abrir, aunque fuera a cañonazos, un mercado de trescientos millones de habitantes.
Poco interés
Aunque contaba con extensas posesiones en Asia oriental, España carecía de una visión estratégica sobre aquella parte del mundo. Solo algunas voces alertaban de la gravedad de quedar relegados en la zona si no se lograban asentamientos y tratados comerciales.
Francia solicitó de España entre mil y dos mil soldados de infantería para llevar a cabo la operación indochina, así como autorización para reclutar en Filipinas a nativos tagalos, que llegaron a integrar un batallón y un grupo de caballería. Manila aportó, además, marineros, municiones, pólvora, caballos y suministros.
Sin embargo, en la península la expedición apenas suscitó curiosidad en la opinión pública y los diputados del Congreso, y tampoco tuvo buena prensa. La empresa se vio rodeada por el desinterés, y el gobierno solo remitió al Parlamento la documentación prometida cuando ya había terminado prácticamente la intervención. Apenas hubo periódico que diese su apoyo a la campaña, ya que se presumía –con razón– que estaba guiada por intereses ajenos.
La falta de una política coherente se vería agravada en medio del conflicto por los cambios de mando en Filipinas por una serie de incidentes. En agosto de 1860, el brigadier Juan Herrera asumió el cargo hasta que en febrero del año siguiente llegó el jefe del Cuarto Militar de la Reina, el teniente general Leremy. Tantos cambios impidieron que hubiese una autoridad clara en Filipinas.
Desembarco y bombardeo
El mando conjunto quedó en manos del almirante francés Rigault de Genouilly, que envió desde Cantón dos barcos transporte a Manila para recoger al contingente español, dirigido por el coronel Mariano Oscariz.
Junto a los dos navíos de transporte franceses que zarparon de Manila levó anclas el vapor-aviso de guerra español Elcano, que tendría una destacada intervención en la campaña antes de ser sustituido por el vapor Jorge Juan. En total se reunieron unos 1.900 efectivos franceses y 500 españoles, entre marinería y tropa de asalto, distribuidos en 13 buques de guerra, todos con bandera francesa excepto el Elcano.
En cuanto al ejército annamita, se calcula en unos 200.000 hombres, de los que 35.000 estaban concentrados en torno a Hue, la capital del reino de Tu Duc. Pero la única fuerza real operativa y organizada oscilaba en torno a los 18.000 hombres, equipados con material obsoleto y carentes de caballería, aunque utilizaban algunos elefantes de guerra que a veces portaban culebrinas de corto alcance.
Nada más entrar la flota de Genouilly en la bahía de Turán, el almirante francés envió un ultimátum a los defensores para rendir las fortificaciones en el plazo de dos horas. Al día siguiente, al no recibir respuesta, dio la señal de bombardeo. Los fuertes quedaron pronto fuera de combate y fueron ocupados. Los annamitas huyeron sin haber opuesto apenas resistencia. El destacamento desembarcado ocupó todo el borde de la bahía y se capturó un rico botín de piezas artilleras. Dos semanas después se incorporaba el grueso del contingente español, mandado por el coronel Ruiz de Lanzarote.
Con sus fuerzas atrincheradas en las inmediaciones de la playa, el almirante francés no se decidía a avanzar sobre Hue. Se perdió mucho tiempo con la tropa ocupada en pequeñas escaramuzas y duros trabajos defensivos de atrincheramiento, mientras las fiebres hacían mella en los expedicionarios.
Genouilly situó los campamentos español y francés tras una línea fortificada, con la idea de crear un núcleo de resistencia donde dejar una pequeña guarnición para continuar progresando por el interior, pero seguía sin decidirse a atacar la capital. Los annamitas reaccionaron con ataques de hostigamiento y el contingente francoespañol mantuvo la defensa atrincherado en su propio campo, mientras los meses iban transcurriendo.
Asalto a Saigón
En realidad, la intervención de Francia estaba subordinada a las operaciones que simultáneamente llevaba a cabo en la costa de China al lado de los británicos. Hasta que no se firmó en Tientsin (Tianjin) un tratado de paz franco-británico con el emperador chino, el almirante Genouilly no se puso en marcha. Recibió de París nuevas órdenes y refuerzos.
Bajo estas premisas, Genouilly cambió de planes sin consultar al mando español. Tras dejar una pequeña parte del cuerpo expedicionario en Turán, decidió emprender la conquista de Saigón y la baja Cochinchina (parte sur de Vietnam). La capital y el puerto cayeron tras la toma de la ciudadela, pobremente defendida. A la conquista siguieron robos y violaciones de tropa desmandada, y aunque se tomaron medidas severas para atajarlos, causaron un enorme escándalo.
A los pocos meses el mando francés cambió de manos sin que la parte española fuera tenida en cuenta. El vicealmirante Page sustituyó a Genouilly, y ordenó el regreso a Manila de las tropas españolas que seguían en Turán al mando de Ruiz de Lanzarote. Un pequeño contingente español permaneció en Saigón a las órdenes del coronel Carlos Palanca Gutiérrez.
La situación se haría difícil, ya que la guarnición (zarpada la escuadra francesa a los mares de China) quedó reducida a poco más de 500 hombres, de los que aproximadamente la mitad eran españoles, peninsulares o tagalos. Durante seis meses, el ejército francoespañol esperó en Saigón la llegada de refuerzos y defendió la ciudad de los intentos annamitas por recuperarla. Efectuó también algunos contraataques, con duros combates a la bayoneta.
Palanca se encontró al cabo de poco con un nuevo relevo de jefatura en la fuerza expedicionaria. Page había sido sustituido por el vicealmirante Charner, aunque este, por el momento, estaba ocupado en una expedición contra China y no regresaría a Saigón hasta que esta terminase, algunos meses después.
Sin embargo, a partir de ahí, los franceses reciben refuerzos importantes de la metrópoli (unos 4.000 hombres), y la conquista de Cochinchina se acelera. Cae entonces el entramado defensivo de Ki-Hoa y de Myt-Ho, ciudad emplazada sobre un brazo del río Camboya y la más importante del territorio después de Saigón. Los annamitas se defendieron con tenacidad y valor, pero ni su armamento ni su táctica eran comparables a los europeos, y además carecían de escuadra.
A mediados de 1861, Charner declara la provincia de Saigón dominio de Francia. Palanca dimite, al verse sin apoyo del gobierno español (que ha decidido no enviarle refuerzos) y sin capacidad de negociación frente a los hechos consumados del mando francés.
Con la toma de Bien Hoa los galos redondean la conquista de toda la Cochinchina, que el rey annamita entrega a Francia. Por el tratado de paz firmado al año siguiente, Annam quedaba reducida en la práctica a una colonia. Tu Duc perdía Cochinchina y reconocía la libertad de culto a los cristianos en todo el reino de Annam, además de otorgar franquicia a los comerciantes y buques de guerra franceses para recorrer libremente los ríos de Cochinchina.
El vencido monarca se veía obligado también a pagar cuatro millones de dólares en diez años para indemnizar a España y Francia por los gastos de guerra. De esta cifra España solo vio una pequeña cantidad, equivalente a la sexta parte de lo invertido en la expedición.
El último enfrentamiento
Pero la paz no llega tras la firma del tratado. La humillación y el descontento se extendieron por Annam y provocaron una rebelión generalizada que a punto estuvo de ser desastrosa para los expedicionarios. Los insurgentes atacaron en Saigón y otros puntos fuertes de Cochinchina, pero tanto Francia como España enviaron refuerzos. El contraataque combinado por mar y tierra contra los insurgentes no se hizo esperar.
El ejército español fue utilizado por un aliado que siempre mantuvo la iniciativa en defensa de sus exclusivos intereses
Pronto la superioridad europea se hizo patente, y culminó con la conquista de Vinh-Long, lo que permitió el control del territorio situado entre Saigón y Annam. Aplastada la rebelión, el contingente español se retiró a Saigón y embarcó hacia Manila. Poco después se declaró disuelto el Cuerpo Expedicionario.
La falta de planes de largo alcance del gobierno anuló cualquier ventaja que pudiera haber correspondido por tomar parte en las operaciones bélicas en Indochina. El ejército español fue utilizado por un aliado que siempre mantuvo la iniciativa en defensa de sus exclusivos intereses.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 470 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.