El contexto
“Canto, que mal me sales / cuando tengo que cantar espanto. / Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto”. Los versos que escribió Víctor Jara cuando estaba recluido y torturado en el Estadio de Chile son la mejor muestra del terror y la ignonimia en el que se instaló la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile hace ya medio siglo.
Embajador cultura del Chile de, presidente Salvador Allende en su transición democrática hacia el socialismo, destacado militante del Partido Comunista de Chile y, sobre todo, adalid de la Nueva Canción Chilena tras la muerte de Violeta Parra, el cantautor era una de las figuras más molestas para los golpistas, que no dudaron en acabar con su vida a sangre fría tras acabar con la del presidente en el asalto al Palacio de la Moneda.
Víctor Jara fue detenido junto a otros profesores de la Universidad Técnica del Estado en Santiago el mismo día del golpe, el 11 de septiembre de 1971. En uno de los episodios más crueles del régimen, que ha permanecido impune durante medio siglo, el activista fue sometido a golpes y quemaduras, le fracturaron los dedos, le cortaron la lengua y lo sometieron a diversos simulacros de fusilamiento. Hasta acabar con su vida el día 16. Su cadáver fue arrojado con los de otras víctimas de la represión –varias de ellas aún no identificadas– junto a una de las tapias del cementerio metropolitano. El cuerpo presentaba 44 impactos de bala.
Convertido ya en vida en un referente de la canción de protesta, Jara siempre rechazó este apelativo, asegurando que su canción, comprometida, no era más que un reflejo y evolución de la canción popular chilena y, por extensión, latinoamericana. Así lo dejó de manifiesto en el histórico Encuentro de Música Latinoamericana que se celebró en La Casa de las Américas de La Habana en 1972 y de cuya intervención ofrecemos un fragmento.
Alineado sin ambages con el régimen cubano, el cantautor apuntó con optimismo los pasos que estaba dando el Gobierno de Unidad Popular –la coalición de socialistas y comunistas chilenos– y apeló a la internacionalización de la lucha popular en todo el continente, lamentando el mercantilismo cultural instalado en la región, que incluso había alcanzado las manifestaciones populares.
El discurso
“(…) Este canto hablaba de otras cosas y no decía solamente que teníamos una cordillera cubierta de nieve y ríos que son muy hermosos, etcétera, etcétera. Y que nuestras mujeres eran lindas y que nosotros éramos muy felices. En este ambiente de canto banal pintoresquista, de tarjeta postal, un canto para el turista, surge de pronto una voz áspera, ruda, vital, tremenda, que marcó una senda en Chile.
Violeta Parra es para nosotros la artista popular por excelencia. Son muchas las canciones, con enorme cantidad de poesía y música. Pero yo voy a cantarles una que ella escribiera con motivo de una noticia que recibió de su hermano, de uno de sus hermanos, porque tiene varios, estando ella en París. Mientras ella estaba allá, en Chile la cosa se movía bastante, así como el agua en una batea, estaba bien movida.
Teníamos un Gobierno, en el año 63, de derechas, por supuesto. Y el de turno, el presidente de turno, se llamaba don Jorge Alessandri. Hijo de don Arturo Alessandri, un hombre que está en la historia de nuestro país por ser un tipo con un fuego interior tremendo, potente... Rugía hacia las masas y le decía el león, el león de Tarapacá.
En algunos lugares la historia parece que se ha detenido y la canción, de pronto, puede ser un arma terrible
León, porque se las traía como orador. De Tarapacá, bueno, creo que sería porque la provincia de Tarapacá, en Chile, le pertenecía casi entera. El hijo, don Jorge, quiso también rugir fuerte, pero no tenía el fuego que el padre y sacó la garra creando un cuerpo represivo policial como nunca antes los estudiantes habían conocido.
En este ambiente, Violeta escribe esta canción que se llama La carta:
Me mandaron una carta / por el correo temprano / y en esa carta me dicen / que cayó preso mi hermano. / Y sin lástima con grillos / por la calle lo arrastraron, sí. / La carta dice el motivo / que ha cometido Roberto: / haber apoyado el paro / que ya se había resuelto. / Si acaso esto es un motivo / presa también voy sargento, sí. / Yo que me encuentro tan lejos, / esperando una noticia, / me viene a decir la carta / que en mi patria no hay justicia. / Los hambrientos piden pan, / plomo les da la milicia, sí. / De esta manera pomposa / quieren conservar su asiento / los de abanicos y de frac. / Sin tener merecimiento / van y vienen de la iglesia / y olvidan los mandamientos, sí. / ¿Habrase visto insolencia, / barbarie y alevosía / de presentar el trabuco / y matar a sangre fría / a quien defensa no tiene? / Con las dos manos vacías, sí / La carta que he recibido / me pide contestación. / Yo pido que se propague / por toda la población / que el león es un sanguinario / en toda generación, sí. / Por suerte tengo guitarra / para llorar mi dolor, / también tengo nueve hermanos / fuera del que se engrilló. / Los nueve son comunistas / con el favor de mi Dios, sí.
Nuestra canción no es de protesta, es popular, porque está unida al pueblo en su deseo ferviente de ser libre
Esto parece una confesión, pero no hay cosa más linda que confesar así, decir lo que uno siente tan libremente. Sobre todo ahora, que estamos tan contentos. Digo ahora porque así Violeta cantaba estas cosas monstruosas que pasaban en mi país y que siguen pasando en otros países.
Porque en otros lugares la historia parece que se ha detenido. La canción, de pronto, puede ser un arma terrible también. Y por eso, que la industria de la canción, manejada por grandes empresas, ninguna de ellas latinoamericanas, por supuesto, pero con nombres en castellano, viendo que surge una canción nueva que está al lado de la lucha, de los combates del pueblo, la industria, lista también, le da un título: de protesta.
Y ustedes pueden encontrar por ahí, por Venezuela, Perú, Colombia, Argentina, Chile inclusive, México… a muchos ídolos populares o populacheros más bien como cantantes de protesta. Nuestra canción no es una canción de protesta, es una canción popular, porque está unida íntimamente a la juventud y al pueblo, íntimamente en sus sentimientos más nobles, en su deseo ferviente de ser libre y de vivir mejor. Por eso es popular.