La Roma de Trajano era una ciudad cosmopolita, ruidosa y llena de contrastes, una auténtica metrópoli. Y, como señalan algunos autores, la primera de la historia. Ofrecía todo tipo de alicientes a visitantes y oriundos: las mejores instalaciones termales, los mejores espectáculos y bibliotecas y todo tipo de tiendas (tabernae), en las que se podía encontrar casi cualquier cosa.
La ciudad era un auténtico hervidero de curiosos, transeúntes, vendedores ambulantes, mercaderes y una inmensa masa de mendigos (muchos de ellos niños) que se apretujaban por el entramado de calles, talleres y locales. En ellos prácticamente la totalidad de los oficios estaban representados: de fruteros a barberos, de vidrieros a vendedores de perfumes, de copistas y escultores a taberneros y prestamistas... Todo ello, además, en un marco arquitectónico de excepción marcado por la monumentalidad de sus jardines y edificios públicos.
La visión general que ofrecía era espectacular. Sin embargo, de espaldas a sus monumentos, la ciudad estaba sumida en el desorden. Apenas existían divisiones territoriales, por lo que junto a lujosas viviendas aristocráticas era fácil encontrar multiplicidad de construcciones frágiles y destartaladas.
La ciudad no gozaba de un auténtico plan regulador y, salpicada por callejones estrechos y oscuros, ofrecía un aspecto enmarañado al que contribuían la superposición de las viviendas y el hacinamiento de una población que no dejaba de crecer. Se construía con ahínco, pero en general con materiales baratos que provocaban derrumbamientos habituales.
El terreno era escaso, así que los que no tenían más remedio (las clases media y baja) habitaban en edificios de hasta cuatro pisos (insulae) que, debido a sus muchas ventanas y balcones, se asemejaban a una colmena. Muchas casas unifamiliares tuvieron que ser demolidas para construir viviendas de mayor capacidad, por lo que los edificios eran cada vez más altos... e inestables.
Nerón ya había promulgado más de cuarenta años antes severas normas contra la edificación abusiva, pero corresponde a Trajano el mérito de imponer un límite a la altura de los edificios. Por medidas de seguridad, no debían superar los veinte metros, una altura que seguramente no siempre se respetó.
Ese afán constructor comportó de paso un cambio en el vocabulario. Si bien el término empleado para referirse a una vivienda residencial era domus, este acabaría siendo utilizado para designar solo la planta baja del edificio, considerada la más cómoda, puesto que los inquilinos no tenían que subir escaleras y disponían además de cloacas, un adelanto del que estaban privados los pisos superiores.
Por suerte, el entramado urbanístico de Roma contaba con un sistema de alcantarillado avanzado que garantizaba unos mínimos de salubridad. En este aspecto, los romanos demostraron ser magníficos ingenieros. Sus obras hidráulicas (fuentes, termas, canales...) procuraron durante siglos el abastecimiento regular de una ciudad cada vez más congestionada.
Al margen de los problemas relacionados con la densidad de población, que aún se agravarían dos siglos más tarde, Roma vivía su momento de mayor esplendor gracias a la política constructiva de los emperadores, que, con el ánimo de perpetuar su memoria, no escatimaron gastos a la hora de embellecer la capital.
Entre todas las obras, destaca el centro político y administrativo de la urbe, el foro, cuya creación marcó el paso de la República al Imperio. Siguiendo la estela de Julio César, que construyó en el año 46 a. C. el primero de los foros imperiales, se levantaron hasta tres más: el de Augusto, el de Nerva y el último y más impresionante de todos, el de Trajano, de 1.600 metros de superficie.
El último foro
Diseñado para celebrar su victoria en Dacia y para ampliar el centro político y cívico de la ciudad, el foro de Trajano fue inaugurado en 113. Es obra de Apolodoro de Damasco, su arquitecto predilecto, que ejercería gran influencia en la arquitectura posterior del mundo occidental.
Para el arquitecto imperial, la construcción del foro constituyó un auténtico reto: al no haber suficiente espacio libre, Trajano ordenó derrumbar diversos edificios y monumentos y, lo más increíble, rebajar la altura de la garganta que unía la colina del Capitolio con la del Quirinal. El proyecto era ambicioso y gigantesco. Según parece, la columna de Trajano, el monumento más representativo del complejo, ejemplifica a la perfección el movimiento de tierra que tuvo que hacerse: sus 40 metros de altura mostrarían la elevación original que tenía la garganta.
Asentado en la ladera del Quirinal, el foro fue edificado utilizando terrazas ligeramente elevadas sobre las cuales se fueron construyendo los monumentos, de los que quedan escasísimos restos. En la plaza central, de 300 metros de largo, se alzaba una estatua ecuestre del emperador. Completaban el recinto la basílica Ulpia, edificio de cinco naves de 165 x 58 m en el que se administraba justicia; la columna de estilo dórico de Trajano; dos bibliotecas; el templo del Divino Trajano; y los mercados.
Para ese desafío constructivo, no solo por sus dimensiones sino por lo irregular del terreno, el arquitecto contó con un firme aliado: el hormigón, un nuevo material que agilizó el tiempo de construcción y que, además, ayudaría a la conservación de las estructuras. Solo las partes externas de los muros se hicieron con piedra maciza.
La política edilicia del césar también llegó al mundo del entretenimiento. Acallar a la muchedumbre descontenta a base de juegos, representaciones teatrales, competiciones deportivas y carreras era en Roma la fórmula con que asegurar el control del Estado sobre la sociedad. Trajano hizo levantar, junto a las termas de Tito, construidas en el año 80, un enorme complejo de baños públicos que, al margen de cumplir un objetivo higiénico, servían de lugar de encuentro.
Muy interesado en los grandes espectáculos, Trajano decidió ampliar la capacidad del circo Máximo, en el que ya habían dejado su impronta emperadores como Claudio o Tito, hasta los 350.000 asientos. Tras su segunda campaña en la Dacia, organizó unos juegos que duraron 123 días y en los que participaron casi 10.000 gladiadores y 11.000 animales. Ello le granjeó un gran apoyo popular.
Mejorar las comunicaciones
Trajano tenía el empeño de conectar Roma con el mundo, por lo que contribuyó a la mejora de calzadas y puentes que facilitaran el desplazamiento de las tropas, la mejora de las comunicaciones y, evidentemente, el aprovisionamiento de la capital, convertida en un nudo de comunicaciones por el que circulaban todo tipo de mercancías.
Solo en Roma, Trajano se preocupó por rehabilitar diversos tramos de la Via Appia, la primera y más importante calzada del Imperio. Esta gran reforma se sumó a otras mejoras en la red viaria de Italia. En 108, por ejemplo, mandó rehacer las dos calzadas de Etruria, la Cassia y la Claudia, que se llamaron Traiana Nova, y siete años después reparó a fondo la Via Latina, que corría por el interior del Lacio desde Roma hasta Capua.
Además de por tierra, Trajano quiso contribuir a mejorar la conexión de Roma por vía marítima. A raíz de su situación en la desembocadura del Tíber, Ostia desempeñó desde el principio un papel destacado en la defensa de Roma. Sin embargo, como puerto fluvial presentaba graves problemas. La gran cantidad de detritos que se habían ido depositando en su boca impedía que muchos barcos que transportaban cargamentos llegaran hasta la capital.
Trajano mandó construir un puerto octogonal en un punto más retirado de la costa, que conectó con el Tíber mediante un canal. Con el nuevo complejo portuario de Ostia, su desarrollo como centro comercial y puerta de entrada a Roma resultó imparable.
El mejor de todos
Para el emperador, todas estas reformas se convirtieron en la mejor manera de ganarse el favor del pueblo, que lo convirtió en Optimus Princeps, el mejor príncipe. Como concluye J. M. Blázquez, “la política edilicia y viaria son dos de los puntos más importantes del plan de gobierno de Trajano, y los que dejaron más impacto en los años sucesivos. Trajano fue en este aspecto un continuador del programa político de los Flavios y lo llevó a su cumbre. Utilizó magníficamente esta política como propaganda”.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 469 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.