¿Qué pasa cuando se hunde el precio del petróleo?

Economía e historia

La pandemia de Covid-19 y las decisiones de Arabia Saudí despeñaron el precio del barril durante semanas. No es, ni mucho menos, la primera vez que sucede

Horizontal

Pozos petroleros en Los Ángeles en 1896.

Dominio público

Cuando los economistas confirmaron que el barril de crudo de referencia en Europa se había hundido más de un 70% solo entre el 2 y el 31 de marzo, sabían perfectamente lo que eso anticipaba. Muchos de los españoles, que se habían marchado entre risas a sus casas quince días antes, estaban a punto de perder provisional o definitivamente sus empleos. ¿Pero quién había visto antes semejante desplome del petróleo? ¿Había precedentes de algo así?

En 1860, el derrumbamiento del barril en Estados Unidos había sido incluso mayor que el de aquel fatídico marzo. Los precios se despeñaron casi un 80% en 12 meses, y siguieron haciéndolo hasta rebasar ampliamente el 98%, si sumamos el trompazo del año siguiente. Apenas exageraban al afirmar que la madera de los barriles valía más que el deslucidísimo “oro negro”, porque nadie volvería a ver un precio tan bajo hasta 1931.

La explicación principal del desplome fue el diseño, por parte de Edwin Drake, de una rompedora técnica de extracción del crudo, replicada sin demora por sus competidores. La caída del precio del petróleo que desató no la impidió ni la elevada inflación del comienzo de la guerra civil americana, que estalló en abril de 1861. Parece increíble, con los ojos de hoy, que Drake no patentara su invento. Sorprende menos que muriera arruinado.

Vertical

Edwin L. Drake.

Dominio público

La reestructuración del entonces diminuto sector petrolífero fue tan enorme que, en 1863, y a pesar del aumento de la demanda y de una tasa especial que privilegiaba el petróleo frente al alcohol para producir el codiciadísimo queroseno, la producción empezó a descender. Muchas empresas habían quebrado, y otras no sabían ni cómo evitar la inundación de los pozos. Verdaderamente, no es que fueran rudimentarias, es que las de la película Pozos de ambición (2007), ambientada a principios del siglo XX en California, parecían naves espaciales a su lado.

Hasta el siglo XX, se precipitaron otras dos caídas rotundas y puntuales del precio del crudo, aunque no de la misma entidad que la de los años 1860 y 1861. La primera ocurrió en 1866, como consecuencia de la multiplicación de los hallazgos de yacimientos en Pensilvania y de un despegue de la producción mucho más rápido que el de la demanda. También influyó el enfriamiento de la inflación, que había comenzado en 1864 y se consolidó a partir de 1865, el último año de la guerra civil americana.

James Hamilton, economista de la Universidad de San Diego, afirma que el barril de crudo escaló tanto durante aquella contienda como durante todas las crisis del petróleo de la década de 1970. Eso se debió, sobre todo, a una política monetaria suicida por parte del bando confederado, que esperaba financiar la guerra imprimiendo billetes. Cuando por fin se rindió, el coste de la vida de sus estados se había multiplicado por más de noventa. Eso es lo que el viento se llevó.

En los años treinta había más petróleo del que la gente y las empresas podían comprar

La segunda caída rotunda del petróleo que mencionábamos, bien documentada por Robert McNally en su libro Crude Volatility, ocurrió entre 1890 y 1892. John D. Rockefeller, que controlaba buena parte del refino y los oleoductos importantes americanos mediante la Standard Oil, había intentado evitarla coordinándose con los productores de crudo de Pensilvania, entonces la principal región petrolera del mundo. Aunque consiguió que estos redujesen su producción más de un 25%, no fue suficiente. La alianza solo duró un año, hasta 1888, y los precios se desplomaron salvajemente poco después.

Fracasar como un Rockefeller

Como probablemente sospechaba el millonario neoyorquino, que poseía campos petrolíferos en Ohio, ni todo dependía ya de Pensilvania o Nueva York (casi el 40% de la producción nacional provenía de otros estados), ni era posible manipular los precios a su antojo sin neutralizar antes a sus competidores de Bakú, respaldados por el dinero de los Nobel o los Rothschild.

Según escribe el eminente historiador John P. McKay en su capítulo del libro colectivo Economy and Society in Russia and the Soviet Union, 1860-1930, Azerbaiyán, entonces parte del Imperio ruso, producía el 25% del crudo y el 30% del queroseno del mundo, y sus magnates estaban dispuestos a vender más barato para expulsar a Rockefeller del mercado. Por eso, él intentó firmar un “armisticio” con ellos, pero fue imposible.

Horizontal

Campo petrolífero en California, 1938.

Dominio público

Entre 1890 y 1892, el barril se hundió gracias a las guerras de precios entre Estados Unidos y Rusia y al recorte de las importaciones que impuso la dura recesión de las potencias europeas, empezando por Francia en 1889. Era un aperitivo de la crisis que azotaría a Estados Unidos en 1893, cuando la bolsa hizo crac, cientos de bancos suspendieron pagos (los ahorradores perdieron en algunos casos todos sus depósitos) y se inició una depresión con millones de parados que no terminaría hasta 1897.

En los años treinta del siglo pasado, algunos miraron este precedente con la misma ansiedad –de malos alumnos– con que nosotros miramos en 2008 la experiencia del crac del 29 y la Gran Depresión. Precisamente, la primera caída abrumadora del barril en el siglo XX la encontramos en la década que va de 1921 a 1931. Hablamos de un batacazo de esos que dejan la silueta del suicida en el asfalto.

Los precios del crudo habían escalado desde el final de la Primera Guerra Mundial. Después llegarían el aumento de la producción en Texas, California y Oklahoma, el crac de 1929, la entrada en funcionamiento de un nuevo e inmenso campo petrolífero en Texas en 1930 y las perspectivas de una gran depresión a largo plazo que ya nadie podía discutir en 1931. El barril valía entonces un 80% menos que tan solo diez años antes. Había mucho más petróleo del que la gente y las empresas estaban dispuestas a comprar.

Horizontal

El presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y el rey saudí Ibn Saúd reunidos en instalaciones militares norteamericanas en Egipto, 1945.

Dominio público

Para proteger el sector, que representaba una de las principales fuentes de empleo, autonomía geoestratégica y prosperidad nacionales, Franklin D. Roosevelt manipuló los precios restringiendo la producción, limitando la competencia entre operadores y plantas petrolíferas de distintos estados y fomentando con regulaciones la eficiencia de las técnicas de extracción, que mejorarían la rentabilidad de los pozos a largo plazo.

Más dura será la caída

La siguiente parada en este recorrido de los desplomes superlativos del crudo es el brutal descalabro que cristalizó entre 1981 y 1986. Fue el lustro de los barriles rotos. En este caso, la escalada previa se debió a las crisis del petróleo de los setenta y al inicio, en 1980, de la guerra entre Irak e Irán, dos grandes productores y exportadores de oro negro. La fortísima precipitación del barril comenzó en abril de 1981, apenas tres meses antes del inicio de la recesión en Estados Unidos, que catapultaría el paro a niveles no vistos desde la Gran Depresión.

En 1986, un año después de que Arabia Saudí aumentase absurdamente la producción para ampliar su cuota de mercado, el barril se había precipitado casi un 75%. Esta fue una de las principales causas de la implosión de la URSS. A partir, sobre todo, de 1992 y hasta 1997, en esa década que hoy nos parece tan estable, pacífica y feliz, el barril de petróleo volvió a estamparse contra el suelo por culpa de tres factores, principalmente.

Horizontal

Decenas de coches esperan junto a una gasolinera durante la crisis de 1979.

Dominio público

El primero fue la forma en la que se infló el precio durante la primera guerra del Golfo : tanto Irak como Kuwait eran grandes productores y exportadores, y de la noche a la mañana dejaron de serlo. El segundo fue el efecto combinado de la derrota de Irak en 1991 y del regreso a los niveles prebélicos de las exportaciones kuwaitíes en 1994. Por fin, el tercero fue la breve pero demoledora crisis del sudeste asiático en 1997 y 1998. La crisis del sudeste asiático y el desplome del crudo desde 1992 volvieron casi inevitable el rescate de Rusia por parte del Fondo Monetario Internacional en 1998. Vladímir Putin, que sustituyó en la presidencia del país a Borís Yeltsin un año después, supo aprovechar la humillación nacional y el caos.

Otro rescate importante y traumático en 1998 fue el de Corea del Sur, que vio cómo se hundía su PIB un terrible 5,5% y cómo el paro se triplicaba, aunque su economía recuperase con creces, en 1999, la riqueza perdida. Para ponerlo en contexto: el Banco de España prevé que nuestro PIB se hunda este año más que el de Corea del Sur, y que la potente recuperación del año próximo ni siquiera nos devuelva adonde estábamos el pasado mes de febrero.

Este artículo se publicó en el número 627 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...