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Gregor MacGregor, el timador que se inventó un país

A principios del siglo XIX, Gregor MacGregor, un aventurero escocés, convenció a la aristocracia y a los banqueros de la City de Londres para que comprasen 200.000 libras de deuda de un país imaginario.

Gregor MacGregor se inventó un país y logró engañar a mucha gente.

El estafador Gregor MacGregor

El 22 de enero de 1823, casi doscientos colonos que se han embarcado en el Kinnersley Castle rumbo a América. En sus baúles guardan los títulos de tierra que el príncipe sir Gregor MacGregor, escocés como ellos, les ha vendido. En sus bolsillos, los dólares de Poyais que él mismo les ha dado a cambio de sus libras esterlinas para que compren todo lo que precisen cuando lleguen a este territorio.

Tras dos meses de travesía, el Kinnersley Castle atraca en la laguna de Black River, en ese supuesto país de Poyais. Nadie acude a recibirlos. Tampoco hay rastro de St. Joseph, la capital con edificios de estilo europeo. Su desconcierto aumenta cuando descubren que los 70 colonos que les han precedido acampan en la playa. Pronto descubrirán que los dólares que llevan en sus bolsillos no valen nada, que los certificados de la tierra en los que han gastado sus ahorros son papel mojado, y que Poyais es un territorio infestado de mosquitos que transmiten la malaria y la fiebre amarilla. Morirán 180 hombres, mujeres y niños, víctimas del inmenso fraude urdido por MacGregor. Mientras los colonos pierden la vida en aquel infierno, la alta sociedad londinense busca con impaciencia la presencia del príncipe y cacique de Poyais en sus fiestas.

Dólar del país inventado de Poyais que MacGregor repartió a cambio de libras esterlinas.

TERCEROS

Todo lo que decía MacGregor era verdad, todo lo que decía era también mentira. Nació en Loch Katrine en 1786 y con dieciséis años se alistó en el ejército. Luchó en la guerra de la Independencia española y en el Regimiento 57 a las órdenes de Wellington, pero no en la batalla de La Albuera (1811), porque para entonces ya no pertenecía al ejército británico. Sí, fue soldado de fortuna en América, y sí, su mujer era prima de Bolívar, pero su combate contra la Corona española distaba de ser heroico o de estar motivado por un noble ideal. Había huido cuando las cosas pintaban mal e incluso Bolívar, que no olvidó su cobardía, ordenó su ahorcamiento por traición.

MacGregor emitió una deuda falsa de Poyais por valor de 200.000 libras en la City de Londres.

Grego MacGregor no era sir, y, lo más importante, tampoco había sido nombrado cacique de Poyais en 1820 por el rey Jorge Federico en una ceremonia en la ciudad de St. Joseph. Por la sencilla razón de que, aunque existía un rey Jorge Federico de la Nación Mosquita, no había ningún Territorio de Poyais que gobernar ni ninguna ciudad llamada St. Joseph; solo una amplia selva del tamaño de Gales, tan improductiva y despoblada como infestada de mosquitos. Con pequeñas verdades y grandes mentiras, Gregor MacGregor había creado un país y había logrado engañar a todos.

MacGregor estuvo a las órdenes de algunos de los libertadores de América Latina.

TERCEROS

El rico país de Poyais

MacGregor tenía un plan. Volvió a Londres siendo el cacique del Territorio de Poyais, ese país ficticio que solo existía en su imaginación. Escribió literalmente cada detalle del nuevo estado. Esquema de la Costa de los Mosquitos, incluyendo el Territorio de Poyais es la obra maestra de su gigantesca estafa, escrita por el señor Thomas Strangeways, a quien nadie conoció jamás. Ilustrado con grabados de los paisajes idílicos de Poyais, pretendía ser un detallado manual práctico para los colonos, pero no era más que un corta y pega de otros libros. Luego, abrió su embajada en Dowgate Hill, en el corazón de la City, anunciándolo a bombo y platillo en la prensa.

Ilustración de un supuesto puerto en el Territorio de Poyais.

TERCEROS

Si hubiera empezado pidiendo dinero prestado, sin duda habría despertado la desconfianza de los banqueros de la City. Fue mucho más hábil. Organizó primero la colonización de Poyais y, entonces, con la maquinaria ya en marcha, pidió ayuda financiera. MacGregor sedujo por completo a William John Richardson, uno de los más destacados aristócratas londinenses, al que convirtió en el embajador de Poyais en Gran Bretaña.

Cuando se descubrió el fraude, MacGregor huyó a París, donde intentó usar la misma estafa.

Juntos planificaron la venta en parcelas de ocho millones de acres de Poyais, pero MacGregor no podía costear los gastos. Fue entonces cuando Richardson ofreció la solución: Poyais debía emitir bonos de deuda. La City londinense era un imán para inversores, empresarios y gobiernos. Países como Colombia, aún no reconocidos por el gobierno británico, emitían bonos. La deuda de Poyais salió a la venta en octubre de 1822, en paquetes de 100, 200 y 500 libras, en bonos a 30 años con un interés anual del 6%. MacGregor había dado su gran golpe: colocar 200.000 libras en deuda de un país falso.

MacGregor fue enterrado en la catedral de Caracas (en la imagen, la ciudad) con honores militares.

TERCEROS

Un año más tarde, medio centenar de los desdichados colonos desembarcaron en Londres. Al día siguiente, los periódicos publicaron varios reportajes contando su sufrimiento y sugiriendo que habían sido víctimas de un gigantesco fraude urdido por MacGregor. Pero los propios estafados se resistían a admitirlo; preferían pensar que su drama era el resultado de una sucesión de errores. Su testimonio ante las autoridades libró de culpa a MacGregor, y los periodistas más críticos fueron condenados en los tribunales.

Fraude sin castigo

Para entonces, el cacique de Poyais había hecho lo que siempre hacía cuando los acontecimientos se torcían: huir. Escapó a París, donde se asoció con la Compañía de Nueva Neustria, que pretendía hacer lo mismo que él había hecho en Londres, pero con franceses, en lugar de escoceses.

La prisión parisina de La Force.

TERCEROS

Esta vez su aventura no prosperó. En diciembre de 1825 ingresó en la prisión parisina de La Force acusado de fraude. Su hábil abogado le salvó de ser condenado, pero los tiempos de las grandes estafas habían concluido. En 1834 regresó a Edimburgo, y todavía tres años después seguía vendiendo certificados de tierras de Poyais a algún incauto.

En 1838 falleció su esposa. Solo y sin dinero, decidió utilizar uno de los pocos documentos auténticos que sí tenía, la carta en la que Simón Bolívar le había nombrado mayor general. Tuvo éxito. El gobierno venezolano reconoció su pensión, y MacGregor llegó a Caracas en 1839. Falleció seis años más tarde, el 4 de diciembre de 1845. Sin que la sombra del fraude lo impidiese, fue enterrado en la catedral de la capital, con honores militares, al tiempo que su nombre se inscribía en el monumento a los Libertadores . Un magnífico final para un audaz estafador sin castigo.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 554 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .