El superfan de los impresionistas
El marchante francés Paul Durand-Ruel reveló al mundo lo más vanguardista del momento: el Impresionismo.
Paul Durand-Ruel (1831-1922) se pasó veinte años empeñado en exponer el trabajo de unos artistas a quienes todo el mundo creía pintores de pacotilla (con el tiempo se harían famosos como los “impresionistas”). Y, para ser honestos, su obstinación había empezado bastante antes: durante más de diez años defendió a capa y espada a los paisajistas de la escuela de 1830, o de Barbizon, hasta que logró que se aceptaran sus obras en el mercado del arte.
Durand-Ruel no sentía gran simpatía por la Revolución ni por la República. Se declaraba monárquico a ultranza, y contrario al sufragio universal. No obstante, ante todo era un patriota, y por el bien del país podía llevarse bien con quien hiciese falta. Como con el primer ministro Georges Clemenceau, republicano hasta la médula. Lo mismo sucedía con la religión. Fue un católico de los de misa diaria, que incluso llegó a ser detenido por protestar contra leyes que suprimían actos religiosos. Pero esto no le impidió tratar con todo tipo de artistas, al margen de sus creencias políticas y religiosas, del ateo republicano Claude Monet al judío anarquista Camille Pissarro, pasando por el comunero Gustave Courbet (a quien guardó varias obras para que no fuesen confiscadas por el Estado tras el episodio insurreccional de la Comuna de París de 1871).
El auténtico descubrimiento
La profesión de marchante la aprendió de su padre, Jean Durand-Ruel. En la Galerie Durand-Ruel, Paul se crió rodeado de pintores y cuadros. Mientras ayudaba a su padre viajó por provincias y por toda Europa para participar en subastas, y visitó museos de todo el continente, en los que entrenó la vista a conciencia. Como su padre, alcanzó reconocimiento como autenticador de obras de arte.
Con el estallido de la guerra franco-prusiana en 1870, se trasladó a Londres, donde abrió una galería para exponer obras de artistas franceses.
Pero su vocación de marchante se le manifestó con claridad en la Exposición Universal de 1855 en París. Se enamoró del trabajo del pintor romántico Delacroix, que mostraba 35 obras en ella. Compró con entusiasmo obras de los miembros de la escuela de 1830 (del propio Delacroix, Corot, la escuela de Barbizon, Courbet y Daumier), todos ellos despreciados por la crítica del momento, hasta que logró que el público los aceptara a partir de finales de la década de 1860.
Con el estallido de la guerra franco-prusiana en 1870, se trasladó a Londres, donde abrió una galería (“Galería Alemana”, como se la apodó inexplicablemente) para exponer obras de artistas franceses. En la capital británica se enamoró del Impresionismo, pasión que le duraría para siempre. En su galería, Durand-Ruel organizó muestras en las que mezcló a artistas convencionales ya establecidos, como Corot, Millet, Courbet o Daubigny, con otros más arriesgados, intentando atraer a una nueva clientela.
Contra la corriente
Al volver a Francia, conoció a amigos y colegas de Monet y Pissarro: Degas, Puvis de Chavannes, Renoir, Sisley, Boudin, Morisot... Pero Durand y sus admirados artistas navegaban contracorriente. El mundo académico y la crítica se burlaban sin remilgos de las obras impresionistas.
En 1873 empezó a pasar a su grupo de impresionistas una suma mensual, lo que les daba libertad para trabajar sin tener que atender a la supervivencia diaria. No solo eso: también se hizo cargo del coste de materiales, pagos de alquiler e incluso facturas médicas. A cambio de este pacto entre caballeros (nunca se puso nada por escrito), Durand-Ruel tenía exclusividad sobre el trabajo de sus artistas (o al menos el derecho a ser el primero en ver sus obras), lo que le permitiría inflar los precios.
Durand-Ruel era íntimo amigo de muchos de los pintores impresionistas y no solo les apoyaba financieramente, también intentaba ayudarles en todo.
Pero sus clientes de toda la vida no daban crédito ante su nueva elección estética. Hasta tal punto cayó el negocio que, acosado por las deudas, tuvo que desprenderse de su colección privada de la escuela de Barbizon. Lo hizo a través de intermediarios, pues su nombre en aquel momento era como mentar la peste. A pesar de estar en la ruina, continuó apostando por el Impresionismo y creyendo en la eficacia de exponer las obras hasta ganar su aceptación a base de insistencia.
El apoyo de Durand-Ruel a sus artistas no había sido solo financiero, sino también personal. Era íntimo de muchos de ellos, e intentaba ayudarles en todo. A menudo tuvo que apaciguar al siempre insatisfecho Monet, a quien ofreció incluso un salón en su apartamento para que pintara con tranquilidad. Muchos de ellos, a su vez, le correspondían con idéntica fidelidad.
Por fin el éxito
Estados Unidos se convertiría en la salvación de Durand-Ruel y de los impresionistas. En 1885 recibió una invitación para montar una exposición, con todos los gastos pagados, en la American Art Association de Nueva York. Allá se fue el marchante con 300 obras, y eso que tuvo que oír los melindres de algunos de sus artistas.
Puvis de Chavannes se negó a participar en la muestra, y Monet se mostró preocupado porque sus cuadros dejaran el país “camino a la tierra de los yanquis”... Durand tenía renombre en Estados Unidos como divulgador de la Barbizon, y tanto el público como los coleccionistas se acercaron a su exposición en 1886 sin ideas preconcebidas.
La exposición tuvo que prorrogarse y trasladarse a instalaciones de mayor tamaño, y los coleccionistas americanos se animaron a comprar. Reconfortado, coordinó otra exposición el año siguiente, y abrió galería en Nueva York en 1888. Los tiempos de pedir préstamos habían quedado atrás. En 1894 enterró sus deudas por completo.
En 1905, Durand-Ruel organizó en las Grafton Galleries de Londres la que sigue siendo la mayor y mejor exposición de pintura impresionista.
Tras el éxito americano, los europeos se avendrían poco a poco a aceptar el Impresionismo. En 1905, Durand-Ruel organizó en las Grafton Galleries de Londres la que sigue siendo la mayor y mejor exposición de pintura impresionista. Solo se vendieron 13 obras, casi todas a coleccionistas foráneos, pero recibió más de once mil visitantes.
En 1924, dos años después de su muerte, Monet confesaba: “Todos los impresionistas habríamos muerto de hambre sin Durand-Ruel. Se lo debemos todo”. Durand había destruido primero el monopolio estatal de la Académie Française sobre los valores estéticos con su apuesta por los artistas de la Barbizon, y había llegado al punto de anticiparse al gusto de la crítica mundial impulsando a los impresionistas.
Aquí te mostramos los nueve pintores impresionistas más célebres a los que Durand-Ruel ayudó y con los que llegó a mantener una estrecha relación de amistad:
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 566 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.
Indiscutiblemente, uno de los fundadores del Impresionismo. En Londres conoció a Durand-Ruel, que había abierto su galería. Allí estableció una fructífera relación con el marchante de arte, quien le compró varias telas y se puso a vender su trabajo de inmediato. Monet recordaría años después cómo le conoció: “Varios franceses nos reuníamos en el Café Royal y no se nos ocurría ni remotamente cómo ganar algo de dinero. Un día, Daubigny me pregunta lo que estoy haciendo. Le digo: ‘Algunos pequeños paisajes en el parque’. Me dice: ‘¡Pero qué maravilla! No lo vendas. Voy a presentarte a un marchante’. Y se va a buscar a Durand. [...] Desde entonces estamos en contacto”.
Nació en París en el seno de una familia acomodada y con influencias políticas, pero él se dedicó al arte. A través de Berthe Morisot conoció a toda la retahíla de pintores impresionistas que conformarían su círculo de amigos. Con el tiempo, se convirtió en una figura clave en el movimiento impresionista. Durand-Ruel llegó a comprar 23 obras de Manet de una tacada.
Nació en Pensilvania, en Estados Unidos, aunque pasó la mayor parte de su vida adulta en Francia. Cuando conoció a Degas ya era conocida en Francia, pero no especialmente en su país natal. Las exposiciones de Durand-Ruel hicieron mucho para cambiar la situación.
Se conocieron en Londres y desde entonces mantuvieron una estrecha relación. Durand-Ruel le ayudó a lo largo de su carrera, aportándole sus conocimientos del mercado del arte. En una ocasión llegó a sugerirle: “Busca temas atractivos; contribuye mucho al éxito. Deja las figuras a un lado por ahora, o utilízalas como accesorios. Creo que hay más posibilidad de vender paisajes”.
El pintor francés es considerado uno de los fundadores del Impresionismo, aunque siempre rechazó esa clasificación. Durand-Ruel compró su innovador Caballos ante las gradas inicialmente por 1.000 francos, vendiéndolo por la misma cantidad dos años después. Pero lo recompró al cabo de dos decenios por 10.000 francos y lo colocó poco después por 30.000. Un negocio redondo.
Aunque ostentó la nacionalidad inglesa, nació y vivió la mayor parte de su vida en Francia. Rápidamente se involucró en la corriente artística impresionista. Destacó especialmente por sus pinturas de paisajes. Durand-Ruel y él se conocieron a principios de la década de los setenta del siglo XIX, y el marchante le llegó a comprar más de cuatrocientas obras.
Fue uno de los pioneros de la pintura al aire libre. Sobre todo, destacó por sus cuadros que se impregnan de cuanto tiene que ver con el mar. Entró en contacto con el marchante en la misma época que Sisley.
Es una de las grandes pintoras del Impresionismo. Exhibió sus obras junto a las de Degas, Monet, Pissarro y tantas otras figuras de aquella corriente. Se casó con Eugène Manet, hermano de su amigo Édouard Manet. Junto con Mary Cassatt, fue una de las mujeres cuya obra representó Durand-Ruel.
Renoir y Durand-Ruel fueron íntimos amigos. Tanto que cuando el segundo experimentó serios problemas económicos, Renoir le escribió: “Si te ves forzado a hacer sacrificios por lo que respecta a los cuadros, no te lamentes de nada. Pintaré otros para ti, mejores”. El artista haría al tercer hijo de Durand-Ruel, Georges, padrino de su hijo Jean, el futuro director de cine.