Giuseppe Verdi, el compositor de los oprimidos
Grandes de la música
El genial compositor italiano fue un patriota en lo político, un experimentador en lo profesional y, sobre todo, un hombre luchador y generoso que transmitió a través de su música las grandes complejidades del alma
Los últimos días de enero de 1901, recién comenzado el siglo XX, en las habitaciones del Grand Hotel de Milán, agonizaba el maestro Giuseppe Verdi, abatido a los 87 años por una trombosis. Al amanecer del 30 de enero, tres días después de su fallecimiento, doscientas mil personas se agolparon en las calles en absoluto silencio para acompañar el féretro hasta el Cementerio Monumental.
Y apenas un mes después, cuando sus restos y los de su esposa Giuseppina fueron trasladados, como era su voluntad, a la Casa di Riposo para viejos músicos fundada y dotada por él, más de trescientos mil italianos acudieron a rendirle el último homenaje, acompañando como una sola voz el Va, pensiero que un coro de ochocientos cantantes interpretó mientras la carroza fúnebre se ponía en marcha.
Lo cierto es que los italianos no decían adiós tan solo a un genio de la música, sino a un hombre que, con la única arma de sus partituras, había contribuido a la unificación del país tanto como el propio Garibaldi, y había demostrado siempre una integridad y una fortaleza que lo habían convertido en un gigante artístico y moral.
El joven patriota
A lo largo de su vida, su provincia natal, Parma, perteneció sucesivamente a Napoleón, a los Habsburgo y a los Borbones, hasta unirse en 1860 al nuevo Reino de Italia. Pero Verdi no permaneció jamás al margen de una historia que afectaba no solo a su lugar natal, sino a Italia en su conjunto.
Desde muy joven fue lo que se llamaba entonces un “patriota italiano”, una de aquellas personas que luchaban contra los austríacos, dueños del norte, y los Borbones, propietarios del sur –por no hablar de los extensos estados papales–, con la pretensión de establecer una república que unificase todo el país y que, finalmente, terminaron apoyando a la dinastía de Saboya.
Con tan solo veintinueve años, su tercera ópera, Nabucco, hizo de él el compositor de moda en medio mundo
Lo fue, al menos, desde su llegada a Milán, a los 19 años. Por entonces era ya un músico superdotado, aunque prácticamente autodidacta. Aunque el conservatorio milanés le suspendió en su examen de acceso, la fama de aquel joven lleno de talento para la composición y la dirección pronto empezó a crecer entre los amantes de la música, muchos de ellos “patriotas”, gentes librepensadoras y anticlericales que le contagiaron rápidamente sus ideas y su entusiasmo por la lucha contra los “opresores”.
Su inagotable capacidad de lucha también le permitió sobreponerse a su propio éxito. La celebridad lo acompañó casi desde el principio de su carrera, cuando con tan solo veintinueve años, su tercera ópera, Nabucco, hizo de él el compositor de moda en medio mundo.
En lugar de dormirse en los laureles, Verdi se empeñó siempre en ir más allá, en seguir experimentando una y otra vez. Hasta tal punto que sus tres obras más indiscutibles e innovadoras –Otello, la Misa de Réquiem y Falstaff– las compuso al borde de los ochenta años, cuando, además, tanto su enorme fortuna como su celebridad le hubieran permitido dedicarse simplemente a descansar o, en el mejor de los casos, a escribir alguna obrita menor.
El himno del Risorgimento
Ya desde la ópera Nabucco, que compuso en 1842, Verdi demostró que era capaz, como ningún otro compositor de su tiempo, de remover con su música los sentimientos patrióticos de los italianos. Es sabido que el coro del Va, pensiero de Nabucco se convirtió de manera espontánea en el himno del Risorgimento.
En cinco de sus veintisiete dramas líricos, todos ellos de su primera época, Verdi volvió una y otra vez al asunto de la lucha de los pueblos oprimidos –aunque lo disimulase para la torpe censura bajo supuestas historias de origen bíblico o medieval–, convirtiéndose en un referente para los patriotas.
Verdi buscó la inspiración en Shakespeare, Schiller, Byron y Victor Hugo, pero también en los dramaturgos españoles Antonio García Gutiérrez y el duque de Rivas
Verdi buscó la inspiración para sus óperas en grandes autores. Shakespeare, Schiller, Byron y Victor Hugo fueron sus principales fuentes, aunque también se basó en dos románticos españoles, los dramaturgos Antonio García Gutiérrez –que le proporcionó las tramas de Il Trovatore y Simon Boccanegra– y el duque de Rivas, que le procuró La forza del destino.
Lo que Verdi encontraba en aquellos poetas era la reflexión sobre muchos de los conflictos humanos más profundos, en especial la moral, el ejercicio del poder o la complejidad de las relaciones humanas, en particular las paternofiliales.
Pocos compositores han sido capaces de escribir óperas de filosofía política como las bellísimas Simon Boccanegra y Don Carlo. O de lanzar un escupitajo a la cara de los hipócritas espectadores como el que lanzó en La Traviata.
Cuando compuso en 1853 esa obra, Verdi estaba defendiendo a su compañera desde hacía varios años, la soprano Giuseppina Strepponi, que había sido en su juventud una mujer de “poca virtud” y que ahora, al vivir públicamente con él sin casarse –solo lo harían, y en secreto, muchos años más tarde–, se había convertido en objeto de absoluto desprecio para muchos.
Al hacer de la cortesana Violetta Valery una auténtica heroína, mucho más digna y decente que los hipócritas burgueses que la rodean, Verdi estaba, pues, alzando un monumento musical a su compañera y, al mismo tiempo, mostrando a los espectadores en un espejo la parte más oscura de sus atildadas apariencias.
El altruismo de un rebelde
Verdi, hombre rebelde y combativo, luchó para imponer nuevas condiciones a su trabajo, forzando a favor de los compositores el creciente interés de las masas, a lo largo del siglo XIX, por el teatro lírico. No solo llegó a cobrar más de lo que nadie antes había hecho, sino que luchó como un titán para que los derechos de los creadores fuesen respetados, haciendo que el nuevo Reino de Italia firmase con otros países acuerdos internacionales de una novedosa propiedad intelectual.
A lo largo de su vida fueron muchísimas las personas de las que se preocupó, dotándolas de recursos económicos o promoviendo leyes: jóvenes compositores titubeantes, campesinos pobres, estudiantes sin dinero, músicos retirados (para los que fundó la mencionada Casa di Riposo en la que está enterrado).
Precisamente ahí, en ese continuo interés por los otros, radica la magnitud de la figura de Verdi. Porque lo que por encima de todo distingue a sus óperas no es solo su gigantesco talento, sino su profunda comprensión de los seres humanos, a los que fue capaz de retratar como nadie con notas y armonías. Y es esa profunda comprensión de lo humano la que hace que sus óperas sigan emocionándonos a día de hoy.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 576 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.