Bosnia 25 años después de la guerra
Los Acuerdos de Dayton llevaron la paz al país, pero, también, obstáculos para la armonía posbélica
En 1992 estalló en Bosnia-Herzegovina el llamado Vietnam europeo. No fue el primer conflicto ni sería el último en las guerras de Secesión yugoslavas. Pero marcó toda esta serie bélica por su grado de violencia, el número de víctimas y la complejidad de su desarrollo, una sangrienta síntesis a escala del galimatías ancestral protagonizado por los pueblos balcánicos.
Tres años después, los Acuerdos de Dayton detuvieron la matanza y la crisis humanitaria más graves sufridas en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Bosnia-Herzegovina ha ido cicatrizando muchas heridas desde entonces, en su intento de asimilar recuerdos monstruosos como el largo sitio de Sarajevo, la voladura del puente de Mostar o la masacre de Srebrenica, el episodio más atroz de la “limpieza étnica” practicada por los serbios, croatas y bosníacos (bosnios musulmanes) en liza. No obstante, los propios tratados que orquestaron la paz han constituido un impedimento para la armonía nacional y regional.
Acuerdos caducados
Varias voces autorizadas comparten esta idea. El europeísta Stjepan Mesic, presidente de la vecina Croacia de 2000 a 2010 y el último que tuvo la Yugoslavia integrada por seis repúblicas, afirma que “Bosnia-Herzegovina es, sencillamente, disfuncional, y seguirá siendo así mientras esté estructurada según los Acuerdos de Dayton”. Estos “fueron la única solución y salvaron vidas cuando se alcanzaron, pero hoy son un lastre”, asevera.
El italiano Andrea Rossini, analista del Observatorio de los Balcanes y el Cáucaso, explica uno de los porqués al señalar el “rígido entramado de poderes de veto” creado por los Acuerdos en “la arquitectura constitucional” de Bosnia.
Por su parte, Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de diversos trabajos sobre la materia, incide en el escollo supuesto por Dayton para la estabilidad en toda la zona.
En su ensayo La fábrica de las fronteras, dice que la diplomacia de Washington, patrocinadora de los tratados, consiguió poner fin a una guerra caótica. “Sin embargo –continúa–, los americanos ya no se fueron, y su éxito en Bosnia contribuyó decisivamente a desencadenar las nuevas guerras de Kosovo y Macedonia”. Dos contiendas que, a su vez, enrarecieron el clima dentro de Bosnia.
La diplomacia de Washington, patrocinadora de los Acuerdos de Dayton, consiguió poner fin a una guerra caótica.
Por ello, argumenta Veiga, “las guerras de Secesión yugoslavas deben ser estudiadas como un todo”. En su opinión, la actuación del gobierno estadounidense y de la OTAN en Kosovo contradecía sin ambages la línea de trabajo seguida en Bosnia-Herzegovina. “Pura y simplemente –ahonda– deslegitimaba los Acuerdos de Dayton y contribuía a la desafección de la República Srpska, convirtiendo el conjunto en un estado fallido”.
Una república dividida
Los tres expertos apuntan en una misma dirección. A una realidad que salta a la vista con solo mirar un mapa de la Bosnia diseñada por Dayton. Basado en la distribución étnica y territorial que las fuerzas contendientes habían dibujado en el país al firmar los Acuerdos, se fundó una república federal de régimen parlamentario, Bosnia-Herzegovina, dividida en dos entidades autónomas.
Por un lado, la Federación de Bosnia-Herzegovina (FBH), poblada por bosníacos y bosniocroatas (bosnios católicos), y por otro, la República Srpska (RS), de mayoría serbobosnia (cristianos ortodoxos). Ambas mitades cuentan con sus propios órganos legislativos y ejecutivos, en la práctica más determinantes que los de ámbito estatal.
Además de este perfil descentralizado –más patente desde la instauración en 2000 del distrito de Brcko, autogobernado sin injerencias de la FBH y la RS–, la administración del país posee instituciones federales. La gestión de estas se reparte de modo que quede equilibrada la representatividad de las tres minorías étnicas (las principales, pero no la únicas, pues también hay macedonios y gitanos). Así, dos tercios de los miembros que forman la cámara baja de la Asamblea Parlamentaria son elegidos por la Federación y el tercio restante, por la República Srpska.
La cámara alta, de quince escaños, tiene cinco componentes bosníacos, cinco bosnio-croatas y cinco serbobosnios. En cuanto al poder ejecutivo, rota cada ocho meses entre los tres presidentes designados por estos pueblos –a razón de un mandatario por etnia– para un período de cuatro años.
La tutela internacional
Un esquema parecido se sigue en el Tribunal Constitucional de La Haya, la instancia judicial suprema. De sus nueve integrantes, cuatro proceden de la FBH, dos de la RS y los otros tres son nombrados por el cuarto elemento que ha regido el rumbo bosnio desde la guerra. Se trata de la comunidad internacional, en este caso encarnada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
El Alto Representante para Bosnia-Herzegovina, un cargo no elegido en las urnas, es la máxima autoridad política.
El país, en efecto, continúa siendo tutelado desde el exterior. De hecho, su máxima autoridad política es el Alto Representante para Bosnia-Herzegovina (ARBH), un cargo no elegido en las urnas. Por el contrario, lo escoge un consejo liderado por la Unión Europea, la Organización para la Cooperación Islámica, Rusia, Japón y varios gobiernos occidentales, con EE. UU. a la cabeza.
Dotado de amplias atribuciones, el ARBH –hasta el momento siempre europeo y sus segundos, norteamericanos– está por encima de las instituciones bosnias. No en vano, está capacitado para alterar las decisiones tomadas por estas de creerlo necesario para asegurar la paz interétnica.
Esta jerarquización del poder en un estado soberano ha sido ampliamente criticada por su naturaleza intervencionista y antidemocrática. No obstante, tiene un carácter temporal y una comprensible razón de ser. Busca velar por la evolución de Bosnia-Herzegovina hacia una plena estabilidad social, política y económica que le permita sumarse eventualmente a la Unión Europea. De ahí que, con el tiempo, el ARBH haya ido transfiriendo competencias suyas, de la FBH y la RS a las autoridades centrales, para unificar la administración y allanar el camino a Europa.
Todos a una
Las Fuerzas Armadas ilustran este proceso unificador con claridad. De aquellas que se enfrentaron durante la conflagración, y a las que se interpusieron los cascos azules de la ONU, se pasó, desde Dayton, al contingente IFOR de la OTAN. Este, a su vez, se sustituyó en 1996 por el menos combativo SFOR, también de la Alianza Atlántica.
El SFOR redujo notablemente sus efectivos (de 12.000 en 2002 a 7.000 en 2004) antes de ser relevado por la misión EUFOR Althea de la Unión Europea, ya de simple supervisión militar y limitada, por ejemplo, a unas dos mil unidades en 2008, cifra que desde entonces aún se ha restringido más.
En el caso de los cientos de soldados españoles desplegados en 2004, hoy solo queda una veintena. Mientras, los antiguos ejércitos beligerantes entre sí, desarmados tras Dayton, se fusionaron en uno solo en 2005.
Desde entonces, sus resultados han sido muy esperanzadores. Ese mismo año participó en la pacificación de Irak y, en 2010, inició su incorporación a la OTAN, un proceso que culminaba en 2014. Un dato más en este camino hacia la unificación lo aporta el hecho de que los miembros bosníacos y bosniocroatas de las Fuerzas Armadas crearon un fondo para ayudar económicamente a los veteranos serbobosnios, perjudicados por un retraso en sus pagas. La problemática actual del país guarda una estrecha relación con esta noticia.
La herencia de Dayton no contribuye a consolidar el funcionamiento de un país con una demografía y una economía aún alteradas por la destrucción bélica.
Debido al complejo entramado administrativo emanado de Dayton, Bosnia no logró formar gobierno desde octubre de 2010 hasta enero de 2012, ya que los políticos de las tres etnias principales no se ponían de acuerdo. Esto afectó de rebote a los militares retirados serbobosnios, pues la RS no los contempló en su presupuesto, al contrario que la FBH, que sí incluyó a los suyos.
La quimera europea
Hoy Bosnia-Herzegovina vive relativamente en paz de fronteras adentro y también con las vecinas Croacia y Serbia, implicadas en la contienda de los noventa. Sin embargo, las divisiones que la ensangrentaron en el pasado siguen tiñendo el presente bajo formas políticas, económicas y diplomáticas, que son las vías por las que pasa la integración en la UE.
Se ha avanzado en este sentido. La república, miembro del Consejo de Europa desde 2002, firmó los Acuerdos de asociación de la Unión Europea en 2007, cofundó la Unión para el Mediterráneo al año siguiente y, dos después, eliminó los visados con el continente.
No obstante, la unidad estatal y la consecuente estabilidad regional, claves en este proceso, continúan siendo quimeras cuando se observan situaciones como el vacío de poder ocurrido y su repercusión en los presupuestos generales, incluidas las pensiones militares.
La atomización político-territorial, los vetos interétnicos, la presidencia rotativa y otras herencias de Dayton no contribuyen a consolidar el funcionamiento de un país con una demografía y una economía aún alteradas por la destrucción bélica. Persisten focos ultranacionalistas y la emigración de jóvenes es elevada.
“La demonización de los serbios, todavía en boga”, tampoco ayuda a cerrar la posguerra, según Veiga. Esta demonización, explica, “se ha convertido en uno de los legados más útiles de la historia canónica, por cuanto permite a Bruselas exigir más y más condiciones a Belgrado y mantener a Serbia fuera de la UE”. Ello actúa como un tapón para otros estados balcánicos, pues “el día que ese país acceda [a la UE] será imposible negarle la entrada a Macedonia, Albania, Kosovo y, sobre todo, Bosnia” para “evitar los reproches éticos”, sentencia el experto.
Este artículo se publicó en el número 529 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.