No es más grande que una tarjeta bancaria. Con la diferencia de que tiene una forma vagamente triangular y está un poco carcomido. Además de ser bastante más importante, por supuesto, que un simple trozo de plástico. Llamado en el ámbito académico P.Ryl.III.457, y más coloquialmente P52, este pedacito superviviente de un viejo códice de papiro representa “el fragmento más antiguo que se conoce de cualquier parte del Nuevo Testamento”. En concreto, se trata “probablemente del testimonio más antiguo sobre la existencia del Evangelio de san Juan”. O lo que es lo mismo, es la primera prueba material que se conserva de los cuatro libros canónicos sobre Jesucristo, de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Las palabras entrecomilladas extractan cómo definió este vestigio tan valioso su primer investigador y editor cuando lo presentó en sociedad, en 1935. Sin embargo, Colin Henderson Roberts, miembro del St. John’s College de Oxford, no fue quien descubrió esta reliquia, hoy la posesión más preciada de la biblioteca John Rylands, el archivo de colecciones especiales de la Universidad de Manchester. La recuperación de este pequeño, frágil y significativo tesoro arqueológico correspondió a otros dos eruditos de Oxford. Específicamente, a dos papirólogos del Queen’s College.
De Oxirrinco al P52
La era victoriana llegaba a su ocaso cuando Bernard Pyne Grenfell invitó a su amigo y colega Arthur Surridge Hunt a asociársele para emprender una de las aventuras más fructíferas que haya deparado la arqueología bíblica. Consistía en hacer prospecciones en los montículos de escombros que se acumulaban en torno a El Fayum, Oxirrinco y otras zonas del valle del Nilo y sus alrededores. Allí se concentraban, a veces ocultos desde hacía largos siglos, fragmentos de escritos procedentes de diversas épocas.
Fue de este modo como Grenfell y Hunt consiguieron rescatar, en una serie de campañas desarrolladas entre los años 1895 y 1907, los llamados papiros de Oxirrinco. Datados en la Antigüedad tardía, desde el período alejandrino hasta la irrupción del islam, comprendían miles de textos en varios idiomas, con prevalencia del griego.
Abundaban los manuscritos de índole legal, administrativa, fiscal, mercantil y epistolar. No obstante, también se encontraron muestras excepcionales de la República de Platón, los Elementos de Euclides y otros monumentos intelectuales. Entre ellos, una sátira desconocida de Sófocles, así como un valioso resumen en latín de escritos que se creían perdidos del historiador Tito Livio. Por si esto fuera poco, también proliferaban diversas partes del Antiguo y el Nuevo Testamento.
De hecho, más de un tercio de las transcripciones tempranas que se conservan del Nuevo Testamento provienen de las exitosas misiones de Grenfell y Hunt en Oxirrinco. El hallazgo fue tan abundante que se siguen publicando volúmenes con el contenido de esos papiros a medida que se los va referenciando adecuadamente. El más reciente salió de la imprenta los últimos días de 2021. Este interés sostenido tiene un porqué.
Un tesoro ignorado
Entre los textos cristológicos de la serie figuraban, por ejemplo, exponentes de los legendarios “logia Iesu”. Se trata de una recopilación de presuntos dichos de Jesús que habría constituido una antología con entidad propia o bien, otra posibilidad, parte del Evangelio apócrifo de Tomás. El caso es que, publicados en 1897 y 1904, los papiros P.Oxy.I y P.Oxy.654 ofrecieron evidencia palpable de la existencia de esta fuente, lo cual supuso una pequeña revolución en las ciencias bíblicas durante el cambio de siglo.
Gracias a su relevancia y abundancia, Oxirrinco preparó el terreno, de alguna forma, para el P52. Sin ir más lejos, la biblioteca John Rylands, una de las tres principales en el mundo académico británico, inauguró su hoy famosa sección de originales antiguos con ítems de estas excavaciones.
Paradójicamente, el manuscrito joánico, actualmente el documento estrella de la institución, pasó desapercibido durante una década y media hasta su identificación. ¿Qué pasó para que ocurriese así?
Seis años antes de morir de manera prematura, Grenfell adquirió en Egipto nuevos textos fragmentarios. Esa compra tuvo lugar en 1920, cuando el profesor se encontraba muy atareado entre su cátedra de Papirología en Oxford y la catalogación y edición de las piezas de Oxirrinco.
La hiperactividad y la delicada salud del estudioso terminaron confabulándose para impedir que este, fallecido en 1926, llegara a detectar en la flamante colección la joya a la que había echado mano. Tampoco a su socio le alcanzó la vida para darse cuenta del P52.
El doctor Hunt sobrevivió menos de un decenio a su amigo. Expiró en 1934. Hasta entonces, se encontró sobrecargado con clases, publicaciones y, desde la defunción de Grenfell, con toda la responsabilidad concerniente al prolífico legado de Oxirrinco. No tuvo tiempo de explorar a fondo la partida que escondía el fragmento del Evangelio de san Juan.
Encontrado en diferido
Por fortuna, poco antes de morir, Hunt tuvo el cuidado de confiar a un colega más joven las tareas que iba a dejar pendientes en la biblioteca John Rylands, incluido el códice aún ignoto. El profesional escogido en este relevo providencial fue el citado Colin Roberts.
Al examinar la colección egipcia de Manchester para su correspondiente publicación, le llamaron mucho la atención aquellos papiros medio olvidados que Bernard Pyne Grenfell había adquirido en 1920.
Se debía, como señaló poco después del descubrimiento Henry Guppy, el director de la John Rylands en 1935, a que ese lote arrinconado había proporcionado “algunos escritos históricos desconocidos y una carta cristiana muy interesante que atacaba a los maniqueos”. “Pero la gema de la colección”, reflexionaba el bibliotecario jefe, “es el fragmento del Evangelio de san Juan”, sin duda “de una importancia sobresaliente”, subrayaba. De ahí la decisión de su publicación inmediata, una vez identificado por Roberts.
La disparidad de criterios más notable entre los investigadores tiene que ver con la datación del fragmento
Fue en un cuadernillo de treinta y seis páginas –cuyo facsímil digitalizado circula hoy por Internet– que buscaba “hacer el texto accesible a los eruditos”, explicaba Guppy, por lo que estos pudiesen aportar a su interpretación.
Las contribuciones de los investigadores no se hicieron esperar. Pero, si bien irían aumentando la luz sobre el manuscrito joánico, también auspiciaron polémicas. La disparidad de criterios más notable, que se ha extendido hasta el presente, se refiere a la datación del histórico fragmento.
¿Cuándo se realizó?
Recordado tanto por su eminencia como papirólogo como por la supervisión académica durante décadas de la prestigiosa editorial Oxford University Press, Roberts fijó la primera mitad del siglo II como la fecha más probable para la plasmación del P52. Para ello, se basó en análisis exclusivamente paleográficos, que siempre están abiertos a cuestionamiento; la disciplina que estudia la escritura, los signos y los documentos de tiempos remotos no es una ciencia exacta.
De ahí que especialistas posteriores, como el historiador Brent Nongbri en 2020, hayan defendido tesis alternativas a la del redescubridor del texto joánico. Aunque nadie ha desconfiado de la autenticidad de la reliquia, su hechura pudo inscribirse en un amplio arco cronológico, si se consideran en conjunto algunas de las principales teorías al respecto.
Semejantes oscilaciones, que van en su mayoría del siglo II al III, se deben a distintos enfoques especulativos, referencias comparativas y otras variables hipotéticas y metodológicas. Sin embargo, la importancia del manuscrito está fuera de toda duda. Considerado la primera muestra física de un Evangelio canónico, su carácter pionero entre los documentos cristianos hace de él un hito multifacético.
Uno de los primeros libros
Los datos concretos que aporta de la pasión, por un lado, sustancian la historicidad de Jesucristo y sus vicisitudes. Por otro, la pieza convierte los papiros egipcios en los precursores informativos sobre el cristianismo, junto con Oxirrinco y otras fuentes. De inmensa relevancia histórica y arqueológica, el fragmento conservado en Manchester se cuenta entre los más antiguos procedentes de códices.
La primera alusión a este formato primitivo de libro la realizó el poeta hispanorromano Marcial hacia el año 85 d. C. Sin embargo, los códices no comenzaron a desplazar seriamente los rollos tradicionales de papiro hasta el siglo IV.
Materializada mucho antes, quizá apenas dos o tres décadas después de la mención latina, la copia temprana del Evangelio de Juan a la que pertenecía el P52 habría integrado la avanzadilla de este nuevo modo de publicación.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 656 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.