Moisés el profeta: ¿existió el personaje bíblico que separó las aguas del mar Rojo?

Arqueología bíblica

Desde que la arqueología se obstinó en encontrar pruebas de la historicidad bíblica, Moisés se convirtió en uno de los temas estrella

Moisés en una vidriera en la iglesia de Saint Aignan, Chartres

Moisés en una vidriera en la iglesia de Saint Aignan, Chartres

digitalimagination / iStock

Moisés es el protagonista de una de las mayores epopeyas jamás contadas. Ocupa un puesto central en los libros sagrados del cristianismo, el judaísmo y el islam. Pero ¿qué sabemos de este personaje? Muy poco. La arqueología no demuestra su existencia, la estancia en Egipto de esclavos hebreos ni su huida a través del desierto.

Entre las muchas incógnitas en torno a Moisés se encuentran la de su origen y la estancia de su pueblo en Egipto. El relato bíblico nos cuenta que era hijo de Amram y Lojebed, miembros de la tribu hebrea Levi, una de las doce que emigraron al país del Nilo. La misma fuente cuenta que los israelitas residieron allí durante cuatrocientos treinta años hasta que se vieron obligados a huir bajo la dirección de Moisés. 

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Sabemos que Egipto fue desde siempre tierra de acogida para poblaciones seminómadas procedentes de la vecina Siria-Palestina. Llegaron huyendo de las hambrunas o de la guerra, buscando las riquezas y las tierras fértiles egipcias, que para muchos representaban la panacea. Se asentaron sobre todo en la región del Delta, la tierra de Gessen, descrita en la Biblia, que tenía además un gran papel comercial debido a su posición fronteriza con Oriente. El trasiego de personas fue constante: beduinos, comerciantes, artesanos, cautivos... 

'Los padres de Moisés', óleo de Isaak Asknaziy. 1891.

'Los padres de Moisés', óleo de Isaak Asknaziy, 1891

Dominio público

La arqueología egipcia es muy escueta en lo que se refiere a los israelitas. Para buscar sus huellas se ha de comenzar rastreando la palabra apiru (o habiru), presente en numerosos textos egipcios y mesopotámicos del II milenio a. C. Fue en 1890 cuando se relacionó por primera vez este término con el de “hebreos” que se cita en la Biblia. La palabra aparecía en una tablilla de barro cocido, escrita en acadio, que había sido enviada por el gobernador de Jerusalén a un faraón. En ella le pedía ayuda contra los apiru que atacaban sus campos. 

Se desató entonces un intenso debate para comprender quiénes eran estas gentes, a las que se podía encontrar desde el sur de Anatolia hasta el valle del Nilo. El debate sigue aún abierto, pero, ya fueran exiliados, refugiados o forajidos, parece que en medio de toda esta confusión figuraban los hebreos. 

¿Una prueba del Éxodo?

Y es que, aunque la Biblia recoge los ecos de un pasado común entre egipcios e israelitas, la historia no es tan explícita. La primera vez que las fuentes egipcias les llaman por su nombre les consideran enemigos y los establecen fuera de Egipto. Aparecen en una gran estela erigida por el faraón Merenptah (c. 1212-1202 a. C.), hijo de Ramsés II, en el año 5 de su reinado, descubierta en 1896. 

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En ella, Merenptah cuenta las victorias militares de los principios de su gobierno. Las dos últimas líneas aluden a una campaña en Canaán donde el faraón conquistó ciudades como Ascalón y Gezer. Es en este punto donde se refiere, ambigua y escuetamente, a otros rebeldes a quienes dice haber devastado por completo: “las gentes de Israel”. 

Esta referencia constituye la mención más antigua de Israel como una entidad propia. Pero nada en el texto de Merenptah permite relacionar esa alusión con el episodio bíblico del Éxodo. Sin embargo, para muchos autores, constituye la prueba irrefutable del éxito de la misión de Moisés y de la fundación de Israel. Así pues, de haber ocurrido el Éxodo, el año 5 del reinado de Merenptah podría marcar la fecha más antigua para datarlo. Pero, entonces, ¿fue Merenptah el faraón mencionado en el episodio del Éxodo?

¿Quién fue el faraón de la historia?

La historia de Moisés en el Antiguo Testamento se redactó probablemente entre los siglos VII y VI a. C., es decir, muchas generaciones después de los acontecimientos descritos. La narración no permite determinar cuándo vivió Moisés, y el silencio abrumador de la arqueología no hace sino alimentar el misterio. Este también afecta a la identidad del otro protagonista de la epopeya: el rey de Egipto. 

Egipcio golpeando a un israelita delante de Moisés. Detalle de relieve escultórico de la catedral de Nimes, siglo XI.

Egipcio golpeando a un israelita delante de Moisés. Detalle de relieve escultórico de la catedral de Nimes, siglo XI.

GO69 / CC BY-SA 3.0

La Biblia lo describe como un personaje distante que encarna todos los clichés de un gobernante tiránico. Le atribuye la orden de matar a los primogénitos hebreos. Con su negativa a dejar marchar a los Hijos de Israel desafió a Dios, desatando las diez plagas. Y finalmente persiguió a los evadidos hasta los confines del desierto. Sin embargo, el relato le mantiene en el anonimato. Se refiere a él solo por el título “Faraón”. 

Hoy por hoy ninguna de las teorías sobre la identidad de “Faraón” es concluyente. La más popular es la que atribuye este papel a Ramsés II (1279-1212 a. C.). Su imagen de guerrero y conquistador encajaría a la perfección, aunque la hipótesis adolece de problemas. Se basa en que la Biblia menciona que los hebreos trabajaron en las ciudades de Pithom (Per-Atum) y Ramsés (Pi-Ramsés, capital construida por Ramsés II y su padre Seti I). Sin embargo, Pi-Ramsés se mantuvo en pie durante siglos hasta que Tanis (paradójicamente, también citada en el texto) tomó el relevo. Ninguna de estas ciudades ha arrojado hasta ahora información arqueológica sobre Moisés y sus compatriotas. 

Para algunos autores la reconstrucción de la vida de Moisés pasa por más de un faraón

Ramsés II tuvo un largo reinado de 77 años, lo que correría en paralelo a la longevidad de Moisés. No obstante, para otros autores la reconstrucción de su vida pasa por más de un faraón. Así, su nacimiento y educación en la corte pudieron acontecer bajo el reinado de Seti I o incluso antes. Los sucesos relativos a la muerte del capataz egipcio y la posterior huida de Moisés al país de Madián (donde contrae matrimonio con Séfora) ocurrirían ya en época de Ramsés II. Para estos historiadores, este o tal vez su hijo Merenptah se disputarían la autoría del enfrentamiento con Moisés y la expulsión final de los hebreos.

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Existe una sugerente teoría que se desmarca por completo de la cronología ramésida y que busca a “Faraón” más de trescientos años antes: entre los monarcas de la dinastía XVIII. Su principal apoyo es una versión egipcia de la historia de Moisés que fue muy popular durante el Egipto grecorromano, a partir del siglo IV a. C. En ella se identifica a los israelitas como uno de los pueblos que se encontraban con los hicsos cuando estos fueron expulsados de Egipto. 

Sus defensores relacionan los extraños fenómenos naturales que describen las diez plagas con las catástrofes provocadas por la erupción del volcán de la isla griega de Tera (Santorini). Esos fenómenos se podrían relacionar también con los que figuran en algunos textos egipcios de esta época. La polémica está servida.

Primera plaga de Egipto. El agua se convierte en sangre. Cuadro de James Tissot.

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Dominio público

La teoría de Babilonia

Es en el recuerdo donde las últimas investigaciones buscan a Moisés y a “Faraón”. Muchos especialistas han vuelto sus miradas hacia los autores del Éxodo bíblico y los motivos de su redacción, proponiendo una interpretación diferente. La compilación y redacción del texto debió de producirse lentamente, entre los siglos VII y VI a. C., con fines esencialmente ideológicos. Con él se buscaba justificar la situación política que el estado de Israel vivía en esos momentos: su conquista por el imperio babilónico de Nabucodonosor el Grande (605-562 a. C.) y la deportación de un gran número de israelitas a la ciudad de Babilonia. Su regreso a Palestina se producirá de forma paulatina medio siglo más tarde.

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Según esta interpretación, Moisés formaría parte de la leyenda, que, como cualquier otra, tiene un fondo de verdad. Para la construcción del relato, los israelitas habrían tomado prestado lo ocurrido a los hicsos en Egipto siglos antes y que la arqueología egipcia corrobora ampliamente. 

Este episodio parece que no se olvidó en la memoria de las poblaciones de Siria-Palestina, y se creó una tradición. Los hebreos habrían hecho su propia lectura y la habrían adaptado a sus necesidades. La historia de Moisés se transformó entonces en el mito que legitimaba el derecho a establecerse a los hebreos que regresaban a Canaán. Utilizaron para ello la idea de un éxodo, tema que aparece recurrentemente en la literatura hebrea con motivo de antiguas deportaciones. 

Moisés pisa la corona del faraón.

Moisés pisa la corona del faraón.

Dominio público

Para el escenario del relato bíblico los autores probablemente mezclaron el Egipto de su época con el recuerdo de estancias anteriores como fruto de migraciones reales. Esto explicaría algunas de las contradicciones del texto, como la presencia de topónimos de tiempos de Ramsés II con otros de fases más tardías. En la ambientación, con toques sobrenaturales y mágicos, se pueden identificar guiños a temas bien conocidos de la literatura egipcia. En definitiva, la figura de “Faraón” encarnaría, de una manera simbólica, el poder imperialista asirio-babilónico que subyugaba a los judíos.

El debate sigue abierto. Hoy por hoy no es posible comprobar la veracidad del relato bíblico, pero en todo caso Moisés y el Éxodo se ganaron su espacio en la historia. Ambos se convirtieron en símbolos esenciales de identidad nacional para los israelitas basándose en la idea del viaje, que tanto ha caracterizado a este pueblo. La celebración de este “paso” (significado de éxodo) se rememora cada año en la fiesta de la Pascua judía.

Este artículo se publicó en el número 483 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

Logo LV Este artículo se publicó en La Vanguardia el 23 de octubre de 2020
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