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Chinchorro: la historia de las momias más antiguas del mundo

Arqueología

Halladas a a principios del siglo pasado en Chile, estas momias se elaboraron con complejas técnicas mucho antes de que los egipcios comenzaran a embalsamar a sus difuntos

Un grupo de momias Chinchorro expuestas durante una muestra celebrada en Santiago de Chile en 2008.

AFP / AFP via Getty Images

Hace más de seis mil años, los habitantes de la franja costera del norte de Chile momificaban a sus difuntos en una ceremonia fúnebre que ha pasado a la posteridad como una de las más elaboradas de la historia. Aquellos artesanos reciben el nombre de Chinchorro.

Eran comunidades nómadas que vivían de la pesca y la recolección de plantas. Cuando uno de los suyos fallecía iniciaban un complejo ritual transmitido de una generación a otra. El fallecido pasaba a manos del maestro, miembro más longevo (cerca de cuarenta años) y conocedor de las técnicas necesarias para crear una momia. Contaba con la inestimable ayuda de un aprendiz.

Al aire libre y a la luz de unas fogatas emprendía la penosa tarea de despellejar el cuerpo, extraer los órganos y desarticular y limpiar el esqueleto. A continuación, lo reconstruía anatómicamente y lo reforzaba con estacas y fibras. Por último, dedicaba horas a revestirlo con una capa de arcilla y a cubrirlo con otra espesa de pintura de manganeso que previamente el joven había recogido en la playa. El resultado constituía un cuerpo negro, hierático y magnificente, que podía preservarse durante años antes de su enterramiento en la arena de las playas o en las laderas costeras.

El arqueólogo alemán Max Uhle fue el descubridor de las momias Chinchorro.

Dominio público

Más antiguas que las egipcias

Fue el arqueólogo alemán Max Uhle quien tuvo el honor de descubrir aquellas momias entre 1909 y 1917. Desenterró las primeras en la playa Chinchorro de Arica y no tardó en describirlas en una serie de trabajos. En sus artículos nunca empleó el término “chinchorro” (que en la jerga local significa balsa o red de pesca), aunque es con este nombre –acuñado en los años sesenta– como se las conoce. Uhle denominó a los Chinchorro “aborígenes de Arica”. Creía, equivocadamente, que su conocimiento para preparar momias tan complejas y sofisticadas provenía del contacto con poblaciones peruanas tecnológicamente más desarrolladas.

Durante las siguientes décadas salieron a la luz más asentamientos Chinchorro, todos ellos limitados en un rango de unos novecientos kilómetros a lo largo de la estrecha franja que transcurre desde Ilo (sur de Perú) hasta Antofagasta (norte de Chile). La mayoría de las momias fueron creadas por artesanos especialistas; el resto son resultado de la intensa desecación de los cadáveres en la arena del desierto de Atacama.

Los antropólogos Bente Bittman y Juan Munizaga revelaron su antigüedad en 1976. Sugirieron que las momias elaboradas podían representar los ejemplos más antiguos conocidos de momificación artificial en todo el mundo. Su hipótesis se confirmó gracias al radiocarbono, el sistema de datación más preciso en uso desde hacía menos de un siglo. Con este método se dató en 5050 a. C. una de las momias de un yacimiento del valle de Camarones.

El hecho de que la momia pudiera transportarse denota el carácter seminómada de los Chinchorro

Aquella fecha certifica que los Chinchorro constituyen el primer pueblo en momificar artesanalmente a sus difuntos, antecediendo en unos dos mil quinientos años las prácticas más tempranas de embalsamamiento egipcias.

Soñadoras y despiertas

¿Por qué se esmeraban tanto en preservar el cuerpo de sus seres perdidos? Los expertos aventuran varias respuestas a falta de fuentes escritas. Es posible quelos Chinchorro creyeran que el difunto renacía en la sociedad como un ente vivo transformadoo que lo concibieran como un vínculo con el más allá.

Sea como fuere, las complejísimas técnicas de preparación de las momias revelan que en la fase de transición a la nueva existencia no había lugar para el azar. Todo debía realizarse con sumo cuidado. La momia significaba una segunda oportunidad. Los preparativos evolucionaron en varios estilos, el negro, el rojo y el de pátina de barro, según la clasificación del antropólogo chileno Bernardo Arriaza.

Representación de una momificación según la costumbre de la cultura Chinchorro en el Museo Arqueológico San Miguel de Azapa, en Chile.

Andrea021 / CC BY-SA-3.0

El primero de ellos, el negro, es el más elaborado y antiguo. Las momias de este estilo parecen vívidas estatuas de tonos azulados, listas para una nueva existencia. La mayoría de ellas llevan máscaras con los caracteres faciales modelados. Unas pequeñas hendiduras servían para delinear los ojos y la boca, y dar al cuerpo una expresión de pacífica ensoñación.

El hecho de que la momia pudiera transportarse de un lugar a otro denotaría el carácter seminómada de los Chinchorro. El estilo negro fue desapareciendo de forma paulatina. Los arqueólogos lo achacan a un cambio en la concepción mortuoria de los Chinchorro o a razones tan prácticas como la escasez de manganeso.

Hacia 2500 a. C., los cuerpos ya se pintaban con ocre rojo, un material muy abundante en la región. El estilo rojo presentaba innovaciones en la expresión facial de las máscaras. A diferencia de las momias negras, en las que los rostros eran los propios de una persona dormida, en estas se representaban los ojos y la boca abiertos. Se indicaba así el estado de vigilia y alerta del difunto. Los expertos señalan que la delineación de la boca abierta pudo haber precedido a la práctica tan extendida entre los incas (creadores de un imperio en el siglo XII desde el actual Ecuador hasta Chile) de alimentar y hablar a los antepasados.

Momias negras y rojas también compartían varios aspectos. En ambas se observan procesos de alteración y de desgaste, que eran mitigados mediante reparación y repintado. Se trata, dicen los especialistas, de un claro indicio de exposición a la intemperie durante largos períodos de tiempo. Quizá se exhibieran en santuarios familiares o comunales o se trasladaran en largas procesiones religiosas antes de ser enterradas en grupos de varios individuos.

Llevaron un tratamiento igualitario en sus prácticas mortuorias, sin ninguna discriminación social

Simplificación

La práctica de la momificación compleja pudo haber cesado en la sociedad Chinchorro a finales del milenio II a. C. Los cadáveres simplemente se desecaban, se cubrían con una gruesa capa de barro y se enterraban. En contraste con el carácter eminentemente móvil de los dos estilos anteriores, en este la densa capa de barro fijaba las momias al suelo del cementerio, con lo que se hacía inviable su traslado. Ello tal vez indique una pérdida en el conocimiento y la tradición de la momificación compleja, una evolución ideológica o el desarrollo de una sociedad sedentaria.

La momificación intencional desapareció poco después. Los cadáveres se enterraban envueltos en una mortaja de fibra vegetal y se depositaban descansando sobre la espalda. La única momificación existente era la natural. Por aquel entonces, Egipto aún no había alcanzado su máximo grado de esplendor en el arte de momificar. El faraón Tutankhamón, cuya momia se reveló como una de las más espectaculares de la historia, ni siquiera había nacido.

De igual a igual

Los Chinchorro siempre llevaron a cabo un tratamiento igualitario en sus prácticas mortuorias. No discriminaban por razón de edad, sexo o estatus social, a diferencia de los lejanos egipcios, que momificaban a los reyes y a los nobles.

Una de las momias de la cultura Chinchorro.

Pablo Trincado / CC BY 2.0

Sus pautas funerarias reflejan un sentir democrático. Honraban a todos los miembros de la sociedad, hubieran o no contribuido a la misma. Incluso parece ser que momificaban de forma sofisticada a los nonatos. Su proceder resulta infrecuente, ya que en la mayoría de las sociedades los niños recibían muy poca atención mortuoria.

Las ofrendas de sus enterramientos eran muy humildes en comparación con la suntuosidad egipcia . La mayoría de los obsequios se componía de objetos relacionados con el quehacer cotidiano, como arpones, anzuelos hechos de puntas de cactus o conchas de molusco y cestería. Aquellos pescadores no trabajaban los metales y no incluyeron oro ni piedras preciosas en sus ajuares funerarios.

Tal vez ello explique, en parte, la escasa atención que han recibido sus momias por parte de los medios de masas. Pese a ello, constituyen una inmensa joya arqueológica. Su diseño las convierte en una obra de arte sin precedentes. Son la evidencia más antigua del uso del cuerpo humano como vínculo establecido por el hombre con el mundo sobrenatural, y constituyen la primera manifestación de arte religioso del continente americano.

Este artículo se publicó en el número 451 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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