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La civilización del Indo, un descubrimiento a la altura de la tumba de Tutankhamón

Arqueología

En la misma época en que Howard Carter daba con la lujosa tumba de Tutankhamón, salía a flote en India la huella de una civilización asombrosa

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Ruinas de la ciudad de Mohenjo-Daro, en el valle del Indo.

Saqib Qayyum / CC BY-SA-4.0

“No muy a menudo se le concede a un arqueólogo, como se le concedió a Schliemann en Tirinto y Micenas o a Stein en los desiertos del Turquestán, sacar a la luz los restos de una civilización largamente olvidada. Parece, no obstante, que en este momento nos encontramos en el umbral de un descubrimiento semejante en las llanuras del Indo”. Con estas palabras anunciaba al mundo John Marshall, desde las páginas de la revista The Illustrated London News del 20 de septiembre de 1924, el hallazgo de una nueva civilización en la India.

Los primeros indicios de ella habían aparecido a comienzos del siglo XIX. Por entonces, el gusto por las antigüedades, los idiomas o las monedas de algunos de los británicos que estaban conquistando la India, como el coronel Colin Mackenzie, James Tod o Alexander Burnes, los había llevado a coleccionar pequeños objetos con una escritura indescifrable o a investigar lugares que podrían albergar vestigios bajo tierra.

Pero solo con el nombramiento de Marshall en 1902 como director general de la Archaeological Survey of India se acometió de forma sistemática la protección y la exploración arqueológica del subcontinente. Marshall siempre animó a los indios a que se incorporaran a su departamento para trabajar en la recuperación de su historia perdida, y fueron dos de ellos quienes exploraron por primera vez las dos ciudades más representativas de lo que hoy conocemos como civilización del Indo o de Harappa.

Juguete para niños encontrado en Mohenjo-Daro.

Dominio público

En 1921, Daya Ram Sahni inició la excavación de Harappa, y al año siguiente Rakhaldas Banerji hizo lo propio en Mohenjo-Daro. Sus hallazgos y los de otros convencieron a Marshall de que se encontraba ante una civilización desconocida.

Un entorno primigenio

El artículo de Marshall causó una comprensible conmoción entre el público general, pero también entre los historiadores, que de inmediato advirtieron algunos paralelismos. El primero en hacerlo fue un profesor de asiriología de Oxford, Henry Sayce, que escribió una nota a la revista publicada una semana después del artículo de Marshall. En ella comentaba que los sellos inscritos encontrados en Harappa y Mohenjo-Daro eran prácticamente idénticos a las tablas de contabilidad del III milenio a. C. que habían salido a la luz en la ciudad de Susa (hoy en Irán).

Las manos que las habían creado muy bien podían ser las mismas. Marshall, que era un experto en el mundo Egeo reconvertido en protector del patrimonio indio, desconocía el dato, pero quedó encantado. Como el hallazgo de Susa estaba fechado, su recién descubierta cultura encajaba ahora más claramente en la historia del mundo. Un detalle interesante de la c ivilización harappa es que fue identificada con Meluhha, lugar mencionado en diferentes textos mesopotámicos, pero solo durante un período muy concreto y desde luego no muy amplio, entre 2400 y 1700 a. C., aproximadamente.

La civilización del Indo es un producto autóctono y la de Harappa es una de las “primigenias” en el mundo

Para que tengamos un punto de referencia, la época en el caso del antiguo Egipto se extiende, más o menos, desde el reinado de Menkaura hasta el comienzo del Segundo Período Intermedio, cuando la endeble dinastía XIII perdió el control del Delta oriental a manos de los hicsos. Los mesopotámicos situaban la tierra de Meluhha lejos, hacia el este, y en ella había pavos reales, oro y materiales preciosos como la cornalina.

Se trata de una región, la de la cuenca del Indo, donde se conocen asentamientos neolíticos desde el VII milenio a. C. Cuatro mil años después, estos se habían transformado en otros fortificados y planeados, como el de Mehrgarh. Es la época que se ha dado en llamar “era de reorganización”, el germen del que surgiría la civilización del Indo, por más que los principales excavadores de esta, los británicos Stuart Piggott y Mortimer Wheeler, no llegaran a considerarlo así.

Como en su tiempo no se habían encontrado antecedentes que pudieran explicarla, ellos buscaron sus orígenes hacia el oeste. En esto diferían radicalmente de Marshall, que en su presentación de la nueva civilización ya opinaba que no había “razón para asumir que la cultura de esta región fuera importada de otras tierras, o que su carácter fuera profundamente modificado por influencias del exterior”.

Vista de la planificación de las calles en Mohenjo-Daro.

Gaffar772 / CC BY-SA-4.0

Los estudios modernos le han dado la razón, pues a partir de 1970 comenzó a descubrirse una innegable fase protourbana en asentamientos como Kot Diji o Rehman Dheri (con planta ortogonal), fechados en torno a 3300 a. C. Cierto que todavía hay lagunas, pero la evidencia es innegable. La civilización del Indo es un producto autóctono. De hecho, la de Harappa es una de las civilizaciones “primigenias” del mundo, es decir, aquellas cuyas instituciones no parecen haber recibido forma a partir de la dependencia o el control de otra sociedad más compleja.

Sus instituciones y el entorno ideológico en el que se movían son completamente originales. Su momento de mayor esplendor corresponde a la “era de integración”. Por entonces no solo ocupaba la cuenca del Indo, sino que se extendía por un territorio de medio millón de kilómetros cuadrados, el tamaño aproximado de España.

Los arqueólogos se muestran seguros de ello porque en los demás yacimientos de la región que comparten esta cronología encuentran siempre uno o varios rasgos característicos: ciudades, estandarización de objetos, una jerarquía de cuatro niveles entre los asentamientos, escritura, planificación urbana, trabajadores especializados, viajes a larga distancia y obras públicas de tipo monumental. Los principales asentamientos son las conocidas Harappa y Mohenjo-Daro, a las que recientemente se han unido Dholavira, Rakhigarhi y Ganweriwala (las dos últimas identificadas mediante prospecciones de superficie y aún sin excavar).

El sello Pashupati, en Mohenjo-Daro

Dominio público

Se trata de ciudades que sobrepasan las 100 hectáreas y a cuyo alrededor se extienden otras 32 (Kalibangan, Lothal...) de 20 ha como máximo. A pesar de la amplia variación que cabe esperar, la mayoría de estas ciudades de segunda categoría parecen haber sido construidas siguiendo planos concretos y luego amuralladas.

El siguiente escalón de esta jerarquía de asentamientos lo ocupan aquellos con superficies de entre 2 y 4 ha (para hacernos una idea, Surkotada es un recinto de 65×130 m). Por debajo de ellos se encuentran los más de 15.000 poblados identificados hasta el momento de menos de una hectárea. Son poblados agrícolas o asentamientos especializados en algún tipo de producción, como Nageshwar, que se dedicaba a procesar conchas.

Colonia en Mesopotamia

Este es el período durante el cual Mesopotamia mantuvo relaciones, y no solo comerciales, con Meluhha. Los textos hablan de batallas, de diplomacia, de sucesos y de las rutas marítimas y terrestres que unían estas dos regiones. Por mar, los osados navegantes de la época partían del golfo Pérsico con la llegada del monzón, utilizando los vientos generados por este para impulsarse hasta Oriente haciendo cabotaje. Por tierra, el viaje no solo era más azaroso aún, sino también mucho más largo.

Atravesar las grandes llanuras desérticas que separaban ambas regiones era una hazaña para hombres que viajaban a pie y transportaban sus mercancías en carromatos. En cambio, tenía la ventaja de no depender del monzón. Evidentemente, el comercio implica reciprocidad, y, en una época sin moneda, eso significaba trueque. En las ciudades del Indo encontramos pesos, agujas con cabeza de animal, sellos cilíndricos y objetos de aseo mesopotámicos. Los textos dicen que, a cambio, partían para el oeste cobre, estaño, lapislázuli y otras piedras semipreciosas.

Quizá su larga historia de ciudades-estado que se atacaban unas a otras los volvía desconfiados

Como estas materias primas eran transformadas en productos mesopotámicos, una de las pocas pruebas arqueológicas que encontramos de este intercambio son los típicos sellos del Indo, con sus signos indescifrables y sus animales asiáticos en el centro. De nuevo, son los textos los que no dejan dudas sobre la presencia de hombres del Indo en la Tierra entre los Ríos. En ellos se hace referencia a un “poblado de mercaderes viajeros” donde vivían gentes del Indo que llevaban tanto tiempo en Mesopotamia que habían terminado por aculturarse.

Su asentamiento, del que se poseen datos que cubren un arco de 45 años, estaba considerado como una unidad agrícola más. El contraste con los modos de los comerciantes mesopotámicos en tierra ajena es notable. Estos preferían vivir como extranjeros, habitando casas de estilo propio construidas en recintos fortificados. Quizá su larga historia de ciudades-estado que se atacaban unas a otras los volvía desconfiados en el exterior.

La presencia de los mercaderes del Indo en Mesopotamia se mantuvo al menos hasta la época acadia, a finales del III milenio a. C., cuando encontramos un texto que habla de un hombre que fue condenado al pago de una multa. Al parecer se produjo algún tipo de disputa –que, para crear ambiente, bien podemos situar en una taberna del puerto– entre dos personas, y los jueces determinaron que el culpable de todo había sido el extranjero. Entre otras cosas, porque durante el intercambio de golpes consiguió romperle un diente al mesopotámico.

Restos en la aldea de Lothal, en el Indo.

Rashmi.parab / CC BY-SA-3.0

Estando como estaba en la tierra del “diente por diente”, sin duda prefirió pagar antes que ver cómo le rompían uno a él. Se cree que el agresor, si es que podemos calificar así a la parte menos dañada en la trifulca, era originario del Indo porque el texto le registra como Lusunzida, “Hombre de la justa búfala”, un nombre que no es mesopotámico y que podría aludir a la recurrencia de la cultura harappa a motivos bóvidos. En la misma época se sitúa un sello cilíndrico perteneciente a un tal Shuilishu, un “intérprete de Meluhha”, según otro texto acadio.

Arriba y abajo

Mientras el intérprete y el multado trajinaban por Mesopotamia, en el Indo, algunos de sus compatriotas vivían en ciudades tan dignas de admiración como las situadas entre el Tigris y el Éufrates. Las dos principales descubiertas hasta ahora, Mohenjo-Daro y Harappa, además de presentar artefactos similares, cuentan con una distribución topográfica muy parecida. En ambas hay una “ciudadela” sobre un montículo situado al oeste del asentamiento, y a los pies de la elevación, hacia el este, se extiende lo que se ha dado en llamar la “ciudad”.

En la parte occidental había grandes estructuras de función desconocida, probablemente religiosa o cívica, mientras que en la oriental las residencias se distribuyen ordenadamente a lo largo de un plano ortogonal. Los edificios monumentales de Harappa acabaron destruidos cuando sus ladrillos se utilizaron como balasto durante la construcción del ferrocarril Lahore-Multan en el siglo XIX, de modo que hemos de suponer que eran similares a los que se ven hoy en la ciudadela de Mohenjo-Daro.

Esta se alza 10 m sobre la ciudad y está rodeada por una muralla que delimita un espacio de 10 ha. En su interior destaca la gran piscina, o baño. Es un hoyo rectangular de 7×12 m y 2,7 m de profundidad, construido con ladrillos cocidos e impermeabilizados después con alquitrán. Está rodeada por una columnata y situada junto a un edificio de 57×35 m. De este no quedan más que los cimientos de ladrillo, por lo que resulta muy aventurado el nombre que le dieron sus excavadores: “el granero”.

Estatua del rey sacerdote, de Mohenjo-Daro.

Mamoon Mengal / CC BY-SA-1.0

La última estructura notable de la ciudadela se encuentra en su parte meri dional, y consiste en una sala hipóstila de 30×30 m, cuyos únicos restos son cuatro filas de cinco columnas de ladrillo. La ciudad al este está construida sobre una plataforma elevada 9 m respecto a la llanura. Una serie de calles principales de 10 m de anchura sirven para delimitar varios “barrios”, entre seis y siete. Calles más estrechas, perpendiculares a las primeras, demarcan las diferentes “manzanas”, en las que se distribuyen centenares de viviendas particulares.

El acceso a ellas, dotadas de cuartos de baño y con un ingenioso sistema de canalizaciones, se realizaba desde las calles pequeñas, nunca desde las avenidas. Maestros del agua Rompiendo la antigua teoría de que Mohenjo-Daro y Harappa eran ciudades gemelas, las excavaciones modernas han probado que, aunque la “ciudad” de la primera no estaba amurallada, las terrazas de la segunda sí.

Por si fuera poco, para descartar la idea de planos idénticos o muy similares para las cinco ciudades principales del Indo, Dholavira tiene uno completamente distinto a las demás. En todo caso, es indudable que las plataformas, además de como protección contra las crecidas del río, tuvieron alguna función que se nos escapa. Los cuatro millones de metros cúbicos de tierra para erigirlas y los millones de ladrillos utilizados permiten sugerir una inversión con algún sentido, más allá del puramente práctico.

De hecho, hay asentamientos alejados de las zonas de crecida que también se erigen sobre plataformas. Las plataformas de baño, los más de setecientos pozos, los sistemas de desagüe y los de alcantarillado son uno de los aspectos más llamativos de Mohenjo-Daro, así como del resto de grandes ciudades del Indo. Dejan clara la particular relación de esta civilización con el agua. La casa típica de Mohenjo-Daro tenía, como la romana, escasas ventanas al exterior. Constaba de varias habitaciones –entre ellas, dormitorios y cocina– y de un piso superior.

Tal vez existía un cuerpo especializado de basureros, o quizá se trataba de un trabajo comunal

Cada vivienda contaba con un patio en el centro o en la parte septentrional. Su entrada parece haberse limitado por algún motivo, pues solo se accedía a él tras haber recorrido varias estancias, nunca de forma directa. En bastantes de estas residencias existía un retrete, consistente en un poyete de ladrillo con asiento de madera conectado a una conducción, que llevaba los desechos a los desagües o sumideros presentes en la calle.

Más numerosas que los retretes eran las plataformas de baño, donde se dejaba caer agua sobre quien se aseaba. El líquido era conducido a una tubería de desagüe gracias a la suave inclinación de la plataforma, y la tubería desembocaba en un desagüe que corría por la calle adyacente o en sumideros. En el caso de desagües muy largos, o en los puntos donde convergían varios, se construían sumideros que recogían los desechos sólidos y evitaban desbordamientos. Los escalones de los que están provistos indican que se vaciaban de forma regular.

Tal vez existía un cuerpo especializado de basureros, o quizá se trataba de un trabajo comunal, porque con una población estimada para Mohenjo-Daro de entre treinta y cuarenta mil habitantes, y de entre veinticinco y treinta mil para Harappa, había mano de obra más que suficiente para ello. El tratamiento de los desechos contribuyó a que se disfrutara de mejor salud que en otras ciudades de la época. Las murallas y los montículos desviaban el agua de las crecidas, los pozos proporcionaban agua limpia y las tuberías de albañal impedían que los residuos intoxicaran el suministro de agua potable y los cultivos próximos.

¿Una sociedad igualitaria?

Pero si algo tiene sobre ascuas a los historiadores es la estructura social de la cultura harappa. Sus primeros excavadores consideraron que era una civilización estrechamente estandarizada, desde la planta de sus ciudades (hoy sabemos que existen variaciones) hasta sus objetos, pasando por algo tan útil como una escala de pesas (en forma de cubos con unidades desde el 2 hasta el 12.800). A esto se sumaba la localización de Mohenjo-Daro y Harappa en la llanura inundable del Indo, donde apenas hay materias primas, por lo que debían conseguirse a larga distancia.

Vista (en 2003) de los baños públicos en la aldea de Lothal.

http://en.wikipedia.org/wiki/User:Rama%27s_Arrow / CC BY-SA-3.0

La conclusión que extrajeron de todo ello es que se trató de una sociedad fuertemente estratificada, cuyas riendas controlaba de forma decidida una elite. Sin embargo, no se ha hallado en el Indo ninguna de las características arqueológicas que suelen permitir hablar de una elite: nada de residencias palaciegas apartadas de las de la gente común, nada de tumbas majestuosas en las que invierten gran cantidad de trabajo un grupo de artesanos formados y a las órdenes de la corte y nada de tumbas más o menos iguales, pero con grandes variaciones en la riqueza del ajuar funerario (algo que sí encontramos en las contemporáneas culturas egipcia y mesopotámica).

Para explicar esta aparente contradicción, los historiadores han presentado diferentes modelos. Unos han sugerido que esa diferenciación sí existía, pero que la élite del Indo estaba enmascarada. Algo así como esas tribus actuales en las que el rico ofrece un cerdo inmenso y sano para una celebración común y sus convecinos le comentan entristecidos las escasas carnes y el mal aspecto que tiene el animal, para evitar que se le suban los humos a la cabeza.

Eso en el caso de que la civilización del Indo fuese una sociedad estatal, pues otros consideran que la cultura harappa no llegó a ser más que una jefatura. Según esta línea, los jefes nunca vivieron en las ciudades, sino que se trasladaban de una a otra acompañados de su inmensa riqueza semoviente: rebaños y más rebaños. Por desgracia, el elemento que podría ayudar a dilucidar esta cuestión resulta por completo inútil.

A pesar de ser una sociedad alfabetizada y con un sistema de cálculo funcional (de otro modo, no habrían podido negociar sin pérdidas con los mesopotámicos), todavía no podemos leer la escritura del Indo. Paradójicamente, la que fue una de las primeras culturas históricas del mundo es, a efectos prácticos, una cultura prehistórica.

Este artículo se publicó en el número 564 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.