¿Por qué Agrigento fascinó a Goethe?

Arqueología

Muchos se maravillaron al visitar esta polis griega en Sicilia, desde el poeta Píndaro en pleno auge de la ciudad hasta otro hombre de letras, Goethe, dos milenios después

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Templo de la Concordia, Agrigento, Italia.

Dominio público

Píndaro de Tebas, uno de los fundadores de la poesía lírica griega, y con ello de la occidental, calificó a Akragas como “la ciudad más bella de los mortales” durante el esplendor de su período clásico. Pero esta polis siciliana de la Magna Grecia no solo sedujo en la Antigüedad al creador de las odas deportivas. Muchos años después del siglo V a. C., en el II a. C., el historiador Polibio, el primer autor de una crónica universal, testimonió que estaba “magníficamente adornada con templos y pórticos”.

Aludía a la edad de plata que experimentó la capital en su segunda vida, cuando, bajo dominio romano, resurgió como Agrigento. Milenios más tarde, otra enorme figura literaria se sumó a las anteriores en la admiración por este enclave del Mediterráneo central. El alemán Goethe se deshizo en elogios a la majestad de sus ruinas cuando las visitó a finales del siglo XVIII durante su Grand Tour, el largo viaje por la Europa grecolatina con que los artistas e intelectuales refinaban su educación desde el Renacimiento.

Y en 1997, la Unesco coincidió rotundamente con el criterio de todos estos importantes escritores. En esa fecha declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad al dilatado espacio ocupado por la antigua Akragas, o Acragante. El porqué es un secreto a voces para cualquiera con ojos.

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Johann Wolfgang von Goethe en 1828.

Dominio público

Plantada en medio de la costa sudoeste de Sicilia, frente a donde estaba Cartago en África, “la gran hilera de templos dóricos” que concentra Agrigento constituye “uno de los monumentos más excepcionales del arte y la cultura griegos”, explica el brazo cultural de la ONU. El templo local de la Concordia, sin ir más lejos, se considera el ejemplar en pie más imponente del orden dórico –el más austero, antiguo e influyente de los tres cánones clásicos helenos– tras el Partenón de Atenas. Pero en la ciudad de la Magna Grecia hay mucho más.

Completa y bien conservada

Su parque arqueológico y paisajístico abarca un núcleo de más de 900 hectáreas dentro de casi 1.900 circundantes como cinturón de protección. Esta enormidad engloba no solo una serie de templos extraordinarios de los períodos arcaico y clásico. El recinto contiene toda la Agrigento antigua. Incluidos los sectores residenciales helenísticos y romanos, áreas extramuros como las necrópolis, subterráneas como una intrincada red de acueductos y, también, estructuras localizadas, pero aún por desenterrar.

Todo lo visible, además, en buen estado de conservación. Hoy, el llamado Valle de los Templos, el conjunto histórico situado a las afueras de la Agrigento moderna, está abierto al público y brinda escenario a festivales y otros eventos. Se debe a la combinación de sus impresionantes monumentos, rojizos –sobre todo al atardecer, por la piedra calcarenita local en que se tallaron–, con el verde de almendros y olivos centenarios y el azul del mar vecino.

El tirano Falaris dio nombre a un toro metálico en cuyo interior asaba vivos a sus enemigos

Pero esta belleza, rentabilizada con turismo, no ha relegado la razón de ser del sitio, su magnitud arqueológica. Como no podía ocurrir de otro modo en un yacimiento que, con estudios siempre en curso, continúa destapando secretos de primer orden. Es el caso del propio nacimiento de la ciudad. Hasta no hace mucho se decía que Akragas era una colonia que, hacia 582 a. C., fundaron los habitantes de la vecina Gela, a su vez establecida en el siglo previo por emigrantes de Rodas y Creta.

Sin embargo, las excavaciones han revelado otro origen. Varias evidencias (como una cabeza de terracota vinculada al culto a los Dioscuros, los mellizos Cástor y Pólux) dejan claro que hubo un asentamiento griego anterior. Echó raíces en el siglo VII a. C. en una ladera contigua a la cima donde los gelenses fundaron después su población. Ambos núcleos no tardaron en fundirse, lo que agilizó el crecimiento urbano.

Los auges arcaico y clásico

Ya hubo un apogeo temprano de Akragas a mediados del siglo VI a. C. Fue cuando el tirano Falaris organizó el espacio urbano con un esquema racional, amuralló las dos cumbres sacras, levantó templos y viviendas y ensanchó las áreas funerarias. Pese a impulsar este florecimiento, el déspota era también un hombre seriamente perturbado.

De creer a algunas fuentes antiguas, se hacía guisar bebés y dio nombre a un toro metálico en cuyo interior asaba vivos a sus enemigos. Estas atrocidades contribuirían a que Falaris terminara depuesto –y cocinado en su toro– por otros aspirantes al poder.

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El célebre Templo de Hera.

jschoenhofer / CC-BY-SA-2.0

Tras nuevas reformas de la ciudad, entre ellas, un sistema defensivo más complejo, llegó el clímax de esta colonia griega. Fue precisamente bajo un descendiente de los hombres que habían defenestrado al autócrata caníbal.

Terón, también un tirano –en el sentido heleno de soberano absoluto–, estaba inclinado a las artes, pese a ser un señor de la guerra. Fue el general que, con apoyo de Gela y Siracusa, repelió a los cartagineses en Hímera, la batalla contemporánea de las guerras médicas que permitió mantener el dominio griego en Sicilia.

Una vez dueño de la isla con sus aliados, Terón contó con recursos para sembrar Agrigento de muchas maravillas en estilo dórico que siguen admirando hoy en día. Su legado constructivo, que se vería continuado y aumentado por el régimen democrático que lo sucedió y que gobernó el resto del siglo V a. C., marcó el auge de la capital.

No fue casual que el poeta Píndaro se quedara boquiabierto al visitar Akragas en esta fase de apogeo, durante la cual nació allí otro titán de la cultura, el filósofo presocrático Empédocles.

Renacida bajo los romanos

Desgraciadamente, este siglo de oro terminó a sangre y fuego. Los cartagineses asediaron, saquearon e incendiaron la ciudad en 406 a. C. Aunque recolonizada décadas después por griegos itálicos, nunca volvió a brillar como antaño. Lo impidieron conflictos con otras polis sicilianas –en especial con Siracusa, su eterna rival– y, en el siglo III a. C., el mayor duelo del Mediterráneo antiguo, pues tanto los romanos como los cartagineses asolaron Akragas durante las guerras púnicas .

El templo de la Concordia se conservó casi intacto gracias a su consagración temprana como iglesia

Al cabo de ellas, Roma tornó a repoblarla, de nuevo con grecoparlantes, la reedificó respetando el dórico original y la rebautizó Agrigento. Este renacimiento, que el historiador Polibio conoció en persona, se extendió hasta el Alto Imperio, al ser desde la República tardía la única plaza mercantil de relieve en el litoral sur de Sicilia. Después, Agrigento sufrió un declive parejo al del Occidente imperial.

Esta decadencia se vio agravada por seísmos y ataques paleocristianos a las construcciones paganas, lo cual empañó a finales de la Antigüedad cierta prosperidad ligada al comercio de azufre. La Edad Media encontró, de este modo, una ciudad empobrecida. Sus habitantes se habían recluido en las colinas entre templos expoliados, notablemente el de Zeus Olímpico, desmontado para levantar una iglesia y un espigón portuario. Otros santuarios lo tuvieron mejor. El de la Concordia se conservó casi intacto gracias a su consagración temprana como iglesia.

L as conquistas musulmana y normanda afianzaron el desplazamiento de la población a la cima de Girgenti, núcleo de la Agrigento moderna, hasta que la arqueología acudió al rescate del casco viejo.

Un yacimiento pionero

Fue nada más comenzar a convertirse en una ciencia. Precursores como el humanista sevillano Cristóbal de Escobar, un discípulo italianizado del gramático Nebrija, o fray Tommaso Fazello, autor de la primera historia impresa de Sicilia, dedicaron estudios a Agrigento ya a mediados del siglo XVI. Esto hizo del sitio uno de los primeros en ser investigados con rigor empírico.

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Vista del templo de la Concordia de Agrigento, por Charles Gore (1729-1807).

Dominio público

Las exploraciones no han cesado desde esa fecha tan precoz. Y han deparado gratas sorpresas con frecuencia. La más reciente tuvo lugar hace apenas dos años. A finales de 2016, un equipo del Politécnico de Bari y la Universidad de Catania anunció que había identificado una sugerente estructura semicircular gracias a información recopilada durante décadas por diversos especialistas. La cata inicial mostró un tramo de graderío. Otra, parte de un escenario.

Se estaba desenterrando, en efecto, nada menos que el teatro de Agrigento. Según confirmaron las campañas de 2017 y 2018, este espacio no procede de la espléndida Akragas arcaica del cruel Falaris ni de la aún más brillante clásica regida por Terón y luego la democracia. El complejo escénico corresponde a la etapa helenística y romana, que incrementa su interés con este descubrimiento.

Dotado de un diámetro colosal (mide al menos 100 metros, el largo de un campo de fútbol actual), el teatro de Agrigento es otra señal de la majestad que alcanzó en la Antigüedad esta perla dórica de la Magna Grecia.

Este artículo se publicó en el número 607 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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