El palacio de Diocleciano, ¿retiro o fuerte?
Arqueología
Lejos de la bulliciosa Roma, Diocleciano se hizo construir una residencia como supuesto retiro. Sus restos sirvieron de núcleo para la ciudad croata de Split
Diocleciano está considerado por la historiografía actual como uno de los emperadores romanos más importantes de la historia, en una época enormemente difícil para el Imperio. Durante más de veinte años (284-305) guerreó contra invasores y usurpadores, reorganizó la administración de las provincias y creó la tetrarquía (sistema de gobierno compartido entre cuatro personas), dejando testigos legales, como el Edicto de Precios, o físicos, como las grandes termas que levantó en Roma.
Otro de estos ejemplos físicos fue su última residencia, una mezcla de palacio y fortaleza situada lejos de las cortes imperiales de sus días. Cuando Diocleciano renunció a la Corona imperial, parece que su primera intención fue vivir en su palacio de Nicomedia (hoy en Turquía), pero un incendio pudo llevarle a replantearse su decisión.
A unos tres o cuatro kilómetros de Salona, capital provincial de la costa de Panonia (en el sur de Croacia), encontró un lugar con grandes ventajas. Al optar por una bahía del Adriático se aseguraba las comunicaciones con el resto del Imperio, sin olvidar el nudo de caminos que representaba la vecina ciudad. Pero, al mismo tiempo, su lejanía de los grandes centros de poder y de las fronteras le proporcionaba una gran sensación de seguridad.
Su planta lo asemeja a un ‘castrum’, en el que se ha querido ver un reflejo del carácter militar de Diocleciano
Esto también quedaba patente en su arquitectura. De planta cuadrangular, ligeramente irregular, su perímetro se calcula en unos 38.000 metros cuadrados, delimitado por una potente muralla de más de 15 metros de altura y en torno a 2 de ancho, reforzada con torres proyectadas hacia la cara externa. Aparte de la puerta que daba al mar, solamente había tres grandes accesos, flanqueados por torreones octogonales, dejando claro el férreo control que se ejercía en cuanto a entradas y salidas.
Estos y otros elementos lo asemejan a un diseño marcial, tipo castrum, en el que se ha querido ver un reflejo del carácter militar de Diocleciano. La inseguridad general por las revueltas internas y la presión de los invasores en las fronteras habrían sumado puntos para esta orientación, pero desde hace años se baraja otra posibilidad.
Aquella morada tenía que levantarse como una fortaleza contra posibles enemigos políticos
Parece que la renuncia de Diocleciano a la Corona no fue tan completa como se hizo creer, y que seguía recibiendo informes y despachos, como un poder en la sombra que despertaba envidias y recelos. Su morada, por tanto, tenía que levantarse como una fortaleza contra posibles enemigos políticos.
Dejada a su suerte
Poco se sabe del destino de la última morada de Diocleciano tras su muerte. El lugar tuvo que requerir cientos o miles de personas en calidad de sirvientes, administradores y guardias, lo que se traduciría en un mantenimiento muy gravoso. Su esposa Prisca y su hija Valeria fueron exiliadas y finalmente ejecutadas por sus rivales, y no hay indicios de que se mostrase la menor preocupación por este lugar.
Podemos deducir que durante los siglos IV y V quedó deshabitado, y tal vez fue saqueado o incluso usado como cantera. Hay noticias de que, durante el VII, los ataques de los ávaros y eslavos motivaron el abandono de Salona a favor de islas cercanas y de la antigua fortaleza. Esta, con el crecimiento de la población, cobró en los siglos siguientes naturaleza de ciudad, y se reformaron muchas de sus áreas.
El antiguo mausoleo del emperador, una estructura de planta octogonal con entrada monumental y cúpula piramidal, fue aprovechado por los cristianos. Casi una ironía, tratándose de la tumba de uno de sus grandes perseguidores. Ampliado con un campanario de más de 50 metros de altura, fue convertido en el siglo VIII en la catedral de San Duje, o San Domnius, que sigue abierta al culto.
Ello ha permitido un alto grado de conservación, que se aprecia en sus muros exteriores, de sillares de caliza de gran calidad y rodeados parcialmente por una columnata de orden compuesto. Algunas muestras de gran lujo, como mármoles traídos de Egipto, se complementan con dos medallones esculpidos que retratan a un hombre y a una mujer, identificados como Diocleciano y Prisca.
El sarcófago del emperador, seguramente colocado en el centro del mausoleo, desapareció hace siglos, y las grandes puertasfueron sustituidas en el XIII por otras con relieves cristianos. Frente a la entrada de la actual catedral se ubicaba un área sacra con dos templos circulares y uno rectangular, que es el único que ha conservado parte de su estructura. Atribuido a Júpiter, fue transformado en baptisterio y cobija una cripta dedicada a santo Tomás.
Tanto la catedral como el baptisterio están separados por un espacio rectangular que hoy es una plaza y que en su día fue la parte meridional del cardo, la calle que servía de eje norte-sur. La conservación de buena parte de las columnas que rodeaban este espacio, formando un peristilo con arcos de gran altura, puede darnos una idea de la imagen que tuvo en los días de los césares.
Más aún al contemplar una esfinge traída del país del Nilo que no ha cambiado de posición. Mirando al sur se levanta la gran fachada que daba acceso a las dependencias imperiales, con enormes columnas de granito rojizo. Franqueando sus puertas se llegaba a una especie de gran vestíbulo que ha podido conservarse y que muestra sus paredes casi desnudas y una gran cúpula abierta.
Con el paso del tiempo, los habitantes de la ciudad usaron los sótanos del palacio como basurero
Poco ha quedado del espacio privado de Diocleciano, pero sí se han documentado los restos de unas termas y otras áreas de interés. Aquí destacarían los inmensos sótanos que conectaban con la Porta Aenea, y esta, a su vez, con el embarcadero. Aunque originalmente fueron almacenes, se sabe que los sótanos llegaron a albergar en el Medievo las estancias de nobles locales, e incluso se emplearon como bodega y almazara.
Con el tiempo, estas funciones también quedaron atrás, y los habitantes los usaron como basurero. Sin embargo, en las últimas décadas se ha realizado un enorme esfuerzo de limpieza y restauración. Los visitantes pueden disfrutar hoy de las grandes bóvedas que combinan el ladrillo y cemento romanos y el potente paramento de sillería que sirve como base a toda la estructura.
Los estudios posteriores
Sepultado por el olvido durante siglos, la reutilización del palacio como casco urbano por la actual Split impidió el estudio de su estructura original hasta hace unos cien años. No obstante, es cierto que en el siglo XVIII se le dio un gran impulso con la visita de Robert Adam. Este arquitecto escocés llegó a la localidad en 1757 y comenzó el primer estudio metódico de los restos visibles.
Sus textos y los dibujos que reconstruían su alzado, publicados en 1764, redescubrieron el lugar para eruditos de toda Europa y abrieron el camino a posteriores investigaciones. Sin embargo, hubo que esperar hasta principios del siglo XX para ver los trabajos del austríaco George Niemann (1910) y, casi al mismo tiempo, el de los franceses Ernest Hébrard y Jacques Zeiller (1912).
Niemann, arquitecto como Adam, poseía una mayor formación arqueológica que este, lo que dio más solidez a sus explicaciones. Algo parecido sucedió con la publicación de Hébrard, arquitecto que unió fuerzas con un historiador, Zeiller, lo que proporcionó valiosas claves para comprender la estructura y distribución del complejo. Fueron justamente ellos los que hicieron notar el esquema de campamento militar con influencias de palacios y villas orientales.
La difusión de sus resultados incluyó la mayor parte de las reconstrucciones que vemos hoy en día, cuando las intervenciones arqueológicas no se habían llevado a cabo. De hecho, los posteriores trabajos de campo no han sido muy numerosos, y deben entenderse como un enorme esfuerzo, común en otros núcleos habitados.
La existencia de viviendas y otros edificios en uso desde la Edad Media obliga a mantener un equilibrio entre investigación, conservación y urbanismo. Por ello, es normal que, a pesar de los progresos, no todas las áreas hayan sido correctamente identificadas. De cualquier modo, la parte antigua de Split, incluidos los restos del palacio, fue reconocida como Patrimonio de la Humanidad en 1979.
Este artículo se publicó en el número 604 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.