Nefertiti, la esposa de Akhenatón: qué se sabe realmente de ella

Antigüedad

La egiptología intenta ganar la mano a la leyenda en el rescate de la reina hereje, la misteriosa mujer que formó pareja real con el faraón que quiso transformar el panteón del antiguo Egipto

Podcast 'Historia y Vida' - Episodio 28 | Nefertiti y compañía: : las mujeres más poderosas del antiguo Egipto

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Akhenatón y Nefertiti (dcha.) junto con sus tres hijas.

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Difícilmente una figura como Nefertiti podía pasar desapercibida. Y eso que, acabado el episodio de Amarna, en que su esposo, Akhenatón, impuso un nuevo culto religioso, los propios egipcios intentaron desterrar la memoria del faraón hereje y su sublime esposa.

Hasta nosotros han llegado relieves y esculturas que han proporcionado el perfil más bello de la reina. Tal rostro solo podía pertenecer a una mujer fuera de lo común. Se le adjudicaron una vida y una personalidad abrumadoras, más propias del mito que de la historia.

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Sin embargo, los datos arqueológicos son mucho menos elocuentes sobre su vida que el romanticismo novelesco... Nefertiti fue la mano derecha de Amenhotep IV (llamado después Akhenatón, c. 1350-c. 1333 a. C.) en la puesta en práctica del culto único al disco solar Atón.

La genialidad de sus artífices residió en el dominio absoluto de la propaganda y la capacidad de materializar el proyecto en imágenes impactantes. El mensaje fue eficaz, y en pocos años se exhibieron por todo Egipto escenas de la vida cotidiana de la familia real ofreciendo la viva estampa de la felicidad. Pero, al margen de este mundo artificial de gestos, muy poco se nos informa de la verdadera Nefertiti. La que ha sido definida como el rostro sin historia es aún hoy una desconocida, o, mejor dicho, una mujer imaginada.

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Akhenatón y Nefertiti (izqda.) adorando al dios Atón.

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Orígenes egipcios

Sus primeras representaciones datan al menos del año 4 del reinado de Akhenatón, cuando la pareja aún vivía en Karnak. En ellas Nefertiti aparece junto al faraón en calidad de gran esposa real durante la celebración de los cultos. Constituyen el primer testimonio de su matrimonio, celebrado entre el año 3 y el 4. Su consorte era apenas un niño, convertido inesperadamente en soberano.

Todo lo anterior a este acontecimiento en la vida de la joven fue irrelevante para la marcha de Egipto y, por tanto, no necesitó ser registrado. Ahí terminaba la persona y comenzaba el personaje. De hecho, ni siquiera conocemos su verdadero nombre, pues el de Nefertiti, “la bella ha venido”, lo adquirió precisamente al convertirse en reina.

Sobre los orígenes de Nefertiti se sabe muy poco: no se conocen con seguridad ni su verdadero nombre ni el de sus padres

A pesar de no ser de sangre real, fue escogida entre lo más selecto de la sociedad egipcia. Y aunque no conocemos el nombre de sus padres, muy probablemente su origen fue egipcio, y no asiático, como algunos autores han propuesto.

Solo sabemos que fue criada por una niñera llamada Tiy. Esta no era otra que la esposa de Ay, tutor del entonces príncipe Amenhotep y puede que hermano de la madre de este, la reina Tiyi. Este oficial será uno de los hombres más influyentes de su tiempo. Fiel partidario de las reformas de Akhenatón, acabará por ocupar el trono de Egipto algunos años después, a la muerte de Tutankhamón. La arqueología solo nos proporciona otro nombre más de su entorno familiar, el de su hermana pequeña Beneretmut, a quien vemos en los relieves disfrutar de los placeres de la corte.

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El oficial egipcio Ay se convertirá en faraón a la muerte de Tutankhamón.

TERCEROS

Podemos imaginar que estos primeros años del reinado se vivieron intensamente. Los egiptólogos tienen muchas dificultades en reconstruirlos. A la muerte de Akhenatón, sus construcciones en Karnak fueron desmanteladas, aunque por fortuna los sucesores inmediatos reutilizaron los bloques como material de relleno, con lo que se conservaron inscripciones reveladoras.

Este puzle histórico ofrece la impresión de que su revolución religiosa ya estaba en marcha y de que el matrimonio real marcó un antes y un después en el proceso. En el año 5, tan solo uno más tarde, el faraón fundó la ciudad de Akhetatón (hoy Tell el-Amarna), y la corte abandonó la capital tradicional del dios Amón. La pareja real se puso bajo la protección de Atón, y este paso radical se marcó con un cambio de nombre: Nefertiti se llamó en adelante Neferneferuatón, “la belleza son las perfecciones de Atón”, y Amenhotep (“Amón está contento”) escogió el de Akhenatón, “el que satisface a Atón”, sintetizando así su nuevo programa político-religioso.

Si esto no es amor...

La revolución religiosa impuso una nueva iconografía que mostraba la vida privada de la pareja real con una emotiva teatralidad. Los gestos de afecto se multiplicaron. En los relieves podemos ver a Nefertiti sentada sobre las piernas de Akhenatón mientras juegan con sus hijas, o abrazándose y dándose un cálido beso. En las esculturas, los esposos caminan juntos con las manos entrelazadas. Son detalles que hacían de la reina la esposa ejemplar.

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Pero este amor infinito, pese a lo cautivador de las imágenes, no nos informa sobre sentimientos reales. Respondía a un montaje propagandístico cuidadosamente estudiado. El triunfo de Atón, al tiempo que desterró a los otros dioses, así como sus imágenes, encumbró a la pareja real como la única intermediaria entre el dios solar y el resto de los hombres.

La nueva iconografía respondía a un montaje propagandístico cuidadosamente estudiado

Cada uno de sus actos humanos era un asunto de Estado, o más bien del mantenimiento del orden del mundo. Esta accesibilidad de la familia real era solo un espejismo. Como ha señalado el egiptólogo suizo Erik Hornung, nunca antes las espaldas de los cortesanos se habían doblado tanto ante la presencia del faraón y la reina. Los relieves los muestran sistemáticamente prosternados a su paso, en un gesto más propio del fervor que del respeto. Y es que las tradicionales escenas de adoración a los dioses o las grandes festividades del calendario egipcio en las que se sacaba al dios en procesión se prohibieron. En su lugar, es la familia real la que se expone ante los ciudadanos.

En Akhetatón vivían en un gran palacio fortificado separado del resto de la ciudad, y cuando salían era para atravesar la villa subidos en su carro, aparecer en la ventana de la residencia con el fin de recompensar a oficiales o bien asistir a desfiles y recepciones de embajadas extranjeras. Un espectáculo de ostentación propio de quien ejerce un poder absoluto.

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Akhenatón y Nefertiti caminan con las manos enlazadas. Foto: Wikimedia Commons / Rama / CC BY-SA 2.0. fr.

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La bella ha venido

El acceso de Nefertiti a la imagen fue inaudito. Por primera vez, las representaciones de una reina eran omnipresentes en los espacios públicos, pero aparecían incluso en los privados, como en las tumbas de los funcionarios.

La reforma atoniana trajo consigo un ideal de belleza visualmente impactante, porque no respondía a los estereotipos tradicionales. El canon de proporciones que constaba de 18 cuadrados pasó ahora a ser de 20. El gusto se desplazó hacia cuerpos estilizados de torso corto, amplias caderas, muslos anchos y vientre abultado. Los rostros se caracterizaron por ojos rasgados, pómulos marcados, mentón prominente y labios carnosos. Los cuellos eran excesivamente largos, y el cráneo artificialmente alargado.

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En ocasiones, las imágenes de Akhenatón se confunden con las de Nefertiti, con el mismo perfil amanerado y exuberante, en un deseo de presentarse como entidades gemelas. De hecho, las figuras masculinas en general adoptaron formas más lánguidas, ataviadas con elaborados vestidos más propios de la moda femenina. Nunca sabremos cuánto se acercó la reina realmente a este ideal de belleza, aunque poco les importó a sus contemporáneos.

La elección del nombre de Nefertiti no fue casual: evocaba el mito de la diosa Hathor, principio femenino por excelencia

Los artistas tenían que crear imágenes que representasen este arquetipo ideal, sin dejar resquicio a los defectos del tiempo. Por eso, el célebre busto policromado de Nefertiti sintetiza a la perfección este carácter modélico, pues no tenía otro fin que el de servir de norma al resto de escultores.

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Busto policromado de Nefertiti en Berlín. Foto: Wikimedia Commons / Philip Pikart / CC BY-SA 3.0.

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De hecho, la elección del nombre Nefertiti, por otra parte bastante corriente entre las mujeres, no fue casual. “La bella ha venido” evocaba el mito de la diosa Hathor, principio femenino por excelencia. Cuando escogió su segundo nombre, “la belleza son las perfecciones de Atón”, sentenció el cambio del ideal de belleza, que ahora solo emanaba del nuevo dios.

En la vida cotidiana de la corte fue igualmente una influencia. De entre los tocados, tuvo preferencia por la corona alta de color azul. Aparte de ocasionalmente Tiyi, ninguna reina la había utilizado antes. Entre las damas puso de moda la llamada “peluca nubia”, de mechas cortas y estilo bob, que tenía un origen militar masculino. En el atuendo impuso sensualidad a través de vestidos plisados, anudados bajo el pecho descubierto, y descaradamente ajustados.

La familia real

Las reinas de Egipto eran la encarnación por antonomasia de Hathor en la tierra, que aseguraba el poder creador del faraón. Nefertiti cumplió con creces este papel. Desde el momento de su matrimonio se sucedieron los embarazos, tras los que dio a luz seis hijas.

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La primera, Meritatón, nació en torno al año 5 del reinado. Una segunda hija, Maketatón, nació solo un año después, muy seguida de Akhesaenpaatón, futura esposa de Tutankhamón. Entre los años 8 y 11 llegaron Neferneferuatón-ta-sherit, Neferneferure y Setepenre.

Estas princesas, reconocibles por la trenza lateral típica de la infancia, se incorporaron a la iconografía al poco tiempo de su nacimiento. No solo aparecían junto a los monarcas en los cultos, sino también en las escenas de vida cotidiana. Más que nunca, el arte se centra en los aspectos idílicos de un mundo visto únicamente bajo el prisma de la familia real.

La primera vez en las imágenes que vemos a Nefertiti sin esa aura sobrehumana es ante la pérdida de tres de sus hijas

Sin embargo, la primera vez que vemos a Nefertiti sin esa aura sobrehumana es ante la pérdida de tres de sus hijas. Después del año 12 tuvo lugar la muerte de las pequeñas Neferneferure y Setepenre, que fueron enterradas en una sala de la tumba real (TA 26) excavada en los acantilados que rodeaban Akhetatón.

Poco más tarde, con apenas ocho años, murió Maketatón, a quien se reservó una sala cercana a la de sus hermanas. Por primera vez en Egipto se plasmaba el dolor de la familia real, la desolación de unos padres que lloran ante los cuerpos inertes de sus hijas acompañados de un nutrido grupo de plañideras. Muy poco tiempo después le tocó el turno a Neferneferuatón-ta-sherit. Solo Meritatón y Akhesaenpaatón sobrevivieron.

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Lo único que le faltaba a Nefertiti era un hijo varón. Parece que la llegada de un heredero se hizo esperar. Tutankhamón, sucesor de Akhenatón, irrumpe en la documentación de forma misteriosa, precisamente en las escenas de los funerales de sus hermanas. Un bebé en brazos de una nodriza. Su padre fue muy probablemente el propio Akhenatón, pero no hay consenso sobre quién fue su madre. Recientemente los autores se inclinan a creer que se trató de la propia Nefertiti, en lugar de una esposa secundaria llamada Kiya que vivió algunos años de gloria en el harén del faraón.

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Busto de Tutankhamón de niño. Foto: Wikimedia Commons / Jean-Pierre Dálbera / CC BY-SA 2.0.

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La reina activa

Que Nefertiti fue parte esencial del éxito de la reforma atoniana se ve claramente por su excepcional poder. No obstante, no hay que olvidar que se benefició de una promoción de la realeza femenina que se remonta varias generaciones, con figuras como Hatshepsut o incluso la propia Tiyi.

En el caso de Nefertiti, es evidente hasta qué punto osó tomar prestadas imágenes del repertorio del soberano. No solo acompaña a Akhenatón cuando este se dispone a golpear a los enemigos, en una de las representaciones simbólicas más conocidas del Egipto faraónico, sino que ella sola empuña el arma en un gesto ejecutor. Habrá que esperar a las reinas de Meroe para ver de nuevo a una mujer de esta guisa.

No se ha encontrado la tumba de Nefertiti ni ningún objeto de su material funerario

En el año 13, Nefertiti debió asistir a los funerales de sus hijas, y, al poco tiempo, a los celebrados por la reina madre. Es posible que las causas de estas muertes se encuentren en los estragos de una epidemia de peste que asoló Egipto y Oriente Próximo. Tras estos acontecimientos, en torno al año 14, hay un silencio absoluto de las fuentes. Parece que desapareció de la escena pública justo cuando la familia real pasaba por los peores momentos. ¿Acaso había muerto? A pesar de las lagunas arqueológicas, los egiptólogos intentan reconstruir los últimos años de la reina, de quien no se ha encontrado ni su tumba ni ningún objeto de su material funerario.

Mucho se ha hablado de la posibilidad de que Nefertiti reinase a la muerte de Akhenatón en calidad de faraón. Sin embargo, todo parece indicar que este protagonismo femenino lo ejerció su hija mayor Meritatón, de apenas 13 años.

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Una de las cartas de Amarna.

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Este cambio de estatus, que las fuentes egipcias no nos muestran claramente, tuvo, no obstante, una rápida repercusión en la esfera internacional. Entre las llamadas cartas de Amarna se encontraron tres del rey de Babilonia y el príncipe de Tiro en las que saludaban a la nueva “señora del palacio”, en clara alusión a Meritatón.

Los estudios más recientes avalan la teoría de que, a la muerte del rey en el año 17, reinó como faraón bajo el nombre de Ankhe(et)kheperure Neferneferuatón. El mismo faraón femenino a quien perteneció en realidad parte del espectacular ajuar funerario de Tutankhamón.

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Probablemente, la primera idea había sido que Nefertiti fuese enterrada en una de las cámaras de la tumba que Akhenatón se hizo construir en Akhetatón (TA 26), réplica a la necrópolis del Valle de los Reyes. Pero el destino de Nefertiti, a pesar de los intentos por identificarla con la joven ocupante de la tumba-almacén número 35, sigue siendo un enigma.

Este artículo se publicó en el número 537 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com?

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