Leónidas, héroe de las Termópilas
La batalla más célebre de las guerras Médicas, que enfrentó a los griegos con el Imperio persa, tuvo como protagonista a Leónidas, rey de Esparta. Su valor suicida le valió a la Hélade la libertad frente a la expansión de la dinastía aqueménida
El reinado de Leónidas a principios del siglo V a. C. estuvo presidido por la permanente amenaza militar del Imperio persa, tanto sobre la polis donde él gobernaba, Esparta, como sobre el conjunto de las ciudades griegas. En este contexto tuvo lugar, en el año 480 a. C., la batalla de las Termópilas, el episodio que elevó su figura a la categoría de auténtico mito.
Hacia 500 a. C. el Imperio persa había alcanzado su máxima expansión. Cubría una inmensa franja del sur asiático, desde el río Indo hasta Asia Menor, un territorio de unos tres millones de kilómetros cuadrados. El crecimiento de esta potencia durante la dinastía de los aqueménidas había sido raudo y temible, hasta convertirse en el mayor y más poderoso imperio del mundo antiguo.
Desde la revuelta jónica un año después, cuando algunas ciudades griegas de Asia Menor se rebelaron contra el dominio persa, se libraba un enfrentamiento entre este imperio y el mundo heleno: fueron las guerras Médicas, que durante años atizaron la diluida frontera entre las civilizaciones de Oriente y Occidente.
En esta pugna sostenida, la batalla de Maratón en 490 a. C. había significado una gran derrota para los persas. Entonces reinaba Darío I, pero ahora su hijo, Jerjes I, clamaba venganza. Persia había tomado la determinación de abordar la invasión definitiva hasta el corazón de la Grecia continental, donde se erigían las polis de Atenas y Esparta.
Las ciudades griegas, cuando conocieron la magnitud del ataque que se avecinaba, se reunieron en el templo de Poseidón del istmo de Corinto en 481 a. C. Formularon un acuerdo vinculante que sellaba su alianza contra Persia. Pero las polis que se sumaron a este pacto, conocido como Liga Helénica, fueron muy pocas. Esparta quedó al frente de la coalición y Leónidas, su rey, al mando del ejército. Esto le llevaría a ocupar un lugar de honor en la historia.
Diarca de Esparta
De forma excepcional, la ciudad-estado de Esparta se constituía como una diarquía, un reino dirigido por dos soberanos. Aproximadamente desde 489 a. C., Leónidas era el rey perteneciente a la dinastía de los agíadas. El otro monarca era Leotíquidas II, de la dinastía de los euripóntidas. Ambos linajes compartían el poder.
Leónidas no ocupaba por nacimiento un lugar preferente en la línea de sucesión al trono, puesto que tenía dos hermanos mayores. Sin embargo, la muerte de Cleómenes y Dorieo sin descendencia masculina le llevó inesperadamente al poder.
Esto se ha interpretado como la verdadera razón por la que Leónidas fue un rey diferente, pues no recibió la educación propia de un joven destinado a gobernar, sino la misma que el resto de espartiatas, el grupo de los ciudadanos elegidos de Esparta.
La famosa educación espartana, en la que se formaban los miembros de esta elite, tenía como objetivo la defensa del Estado y, por lo tanto, preparaba a sus hijos para su futuro como guerreros. Todas las acciones se supeditaban a ese fin con firme disciplina y autoritarismo. Al nacer, los niños débiles eran directamente sacrificados.
Ya de muchachos, los varones eran educados bajo la más estricta austeridad, siendo obligados a dormir sobre lechos de juncos, a vestir el mismo manto durante un año y a sobrevivir con una dieta exigua.
A los 20 años, los más fuertes entre los hijos de espartanos pasaban a ser incluidos en una de las agrupaciones militares de la ciudad. Su entrenamiento especializado se basaba en una vida sobria, igualitaria y en comunidad con su agrupación. La preparación era profesional y extremadamente dura, y no tenía comparación en el mundo helénico, hasta el punto de que el historiador Jenofonte dijo de ellos que eran los “únicos y verdaderos artistas en materia de guerra”.
La sociedad espartana consideraba vergonzoso regresar a casa tras una batalla perdida.
En la batalla, los espartiatas, ciudadanos libres, llevaban el orgullo militar hasta el extremo. Su mayor virtud era la lealtad al colectivo durante la lucha y su falta de temor a dar la vida por Esparta. La sociedad espartana consideraba vergonzoso regresar a casa tras una batalla perdida y, como refirió siglos después el también historiador Plutarco, las madres despedían a sus hijos con un simple “Vuelve con el escudo o sobre él”, que exigía el regreso victorioso con una sola alternativa: la muerte.
Cuando Leónidas accedió al poder aplicó estos valores. Durante los preparativos de la guerra llegó un emisario enemigo. Quería convencerle de que presentar batalla ante la grandeza del ejército de Jerjes provocaría un derramamiento de sangre innecesario, y le exigió que entregara las armas. Según la versión de Plutarco, Leónidas simplemente contestó: “Ven y cógelas”. Y esa muestra de orgullo fue el principio de su heroico proceder.
Las Termópilas
Dada la desigualdad de fuerzas, finalmente los griegos decidieron esperar al inmenso ejército persa en el desfiladero de las Termópilas, un paso estrecho que da entrada natural a la Grecia continental desde el norte y que se sitúa a 150 kilómetros de Atenas. Atrapado entre el monte Calidromo y el mar, este paso angosto permitía anular la efectividad de la temida caballería persa, que le concedía gran superioridad en campo abierto. La elección estaba perfectamente argumentada.
El desfiladero tenía tres puntos particularmente estrechos. Además del escogido finalmente, la Puerta Central, existían también la Puerta Oriental y la Puerta Occidental, que eran pasos incluso más angostos, pero no cerrados por paredes de tanto desnivel. En la Puerta Central, además, había un antiguo muro que los focenses habían construido para defenderse de sus enemigos del norte, los tesalios, y que ahora Leónidas reconstruiría ante la inminente batalla. Si los dos ejércitos se encontraban en un paso tan constreñido, las líneas de cada oleada ofensiva serían iguales en número de efectivos.
Por lo demás, los persas eran muy buenos arqueros, pero los hoplitas (soldados de infantería pesada) de Esparta eran superiores en la lucha cuerpo a cuerpo, gracias a su formación y al buen material bélico de bronce que usaban, así como a lanzas de mayor longitud.
Se desconoce si el plan griego para este enfrentamiento pasaba por soñar con la victoria o simplemente por retrasar lo más posible la invasión. Pero el caso es que sirvió para esto último, de modo que los griegos pudieron dar a su flota el tiempo necesario para organizar la escuadra que venció al mes siguiente en la batalla de Salamina.
Era una misión plena de sentido, aunque suicida para sus protagonistas. Hoy se estima que Leónidas contaba con unos siete mil hombres, mientras que Jerjes disponía de unos doscientos mil, como mínimo. La expedición persa no vio la necesidad de ocultar sus planes. De hecho, preparó la invasión en masa al descubierto. Tanto mejor si el enemigo se sometía acobardado, sin presentar batalla.
Así, el ejército de Jerjes estableció depósitos de alimentos, forraje y equipamiento militar a lo largo de la ruta que unía Asia Menor con la península helénica, en la costa del Egeo, en Tracia y en Macedonia. La flota que secundaba la invasión también estaba preparada para el combate. El clima prebélico empapaba toda la región.
Por su parte, Leónidas contó en su alianza con Atenas, con otras ciudades-estado de la Grecia central y con algunas islas. Hubo lugares que se negaron a presentar batalla, como Tesalia, el primer pueblo con quien se encontrarían los persas después de cruzar Tracia y Macedonia. La verdad era que cientos de ciudades griegas ya habían manifestado su intención de rendirse a la causa de los invasores por razones estratégicas.
En el siglo V a. C. no existía una noción étnica o patriótica que abarcara el conjunto de Grecia, y cada polis tenía una política exterior propia. Otros factores que explicarían lo reducido del contingente helénico fueron la percepción de una derrota casi segura y la coincidencia de la invasión con fechas señaladas. En primer lugar, la festividad religiosa de las Carneas, que las tribus dorias (los espartanos eran dorios) dedicaban a Apolo Carneo, y, por otro lado, la celebración de los Juegos Olímpicos Panhelénicos, un encuentro deportivo y espiritual celebrado cada cuatro años y que implicaba la tregua entre unos estados griegos que tendían a luchar entre sí.
El oráculo de Delfos vaticinó que los persas arrasarían la ciudad de Esparta si esta no sacrificaba la vida de un rey en su defensa.
Ante la inminente invasión, una delegación espartana llevó a cabo una consulta al oráculo de Delfos, citada por Heródoto en su Historia. Dio como resultado un terrible vaticinio de Apolo, según el cual los persas arrasarían la ciudad de Esparta si esta no sacrificaba la vida de un rey en su defensa. Heródoto lo cita así: “Mirad, habitantes de la extensa Esparta, o bien vuestra poderosa y eximia ciudad es arrasada por los descendientes de Perseo o no lo es; pero en ese caso, la tierra de Lacedemón [Esparta] llorará la muerte de un rey de la estirpe de Heracles. Pues al invasor no lo detendrá la fuerza de los toros o de los leones, ya que posee la fuerza de Zeus. Proclamo, en fin, que no se detendrá hasta haber devorado a una u otro hasta los huesos”.
La educación espartana de Leónidas afloró de nuevo. Él mismo quiso asumir el papel del rey sacrificado por su polis. Sería él quien fuese “devorado hasta los huesos”, y con esa convicción se fue a las Termópilas. Vaticinios a un lado, era sobradamente conocida la enorme superioridad del ejército de Jerjes, y el encuentro se presumía mortal.
Por ese motivo, cuando Leónidas tuvo que elegir a los hoplitas de las Termópilas, se quedó solo con hombres que tuvieran su descendencia asegurada, es decir, por lo menos un hijo varón. Fueron los famosos 300 espartanos que acompañaron a Leónidas en el campo de batalla.
Resistencia y mito
Además de Leónidas y sus 300, según cuenta Heródoto, en agosto de 480 a. C. se apostaron en el desfiladero fuerzas integradas por tegeatas, mantineos, orcomenios, corintios, fliuncios, micenios, tespios y tebanos. El recuento difiere según los historiadores, pero no pasaban de unos siete mil.
Ante tal inferioridad, Jerjes esperó cuatro días a que se retiraran. No lo hicieron: las Termópilas eran el último corredor defendible en Grecia sobre el istmo de Corinto, el único lugar donde la coalición tenía alguna oportunidad de defender sus territorios. Al quinto día, los persas iniciaron el ataque. En la primera jornada, las furiosas arremetidas del ejército imperial fracasaron. En la segunda sucedió lo mismo. Los griegos formaban en falange y sus escudos de bronce y largas lanzas eran infranqueables para los persas, que usaban escudos de mimbre y lanzas más cortas. La carnicería en las filas persas fue considerable, mientras que entre los griegos las bajas fueron escasas.
Cuando Jerjes se encontraba ya al borde de la desesperación, al final del segundo día, recibió la visita de un traidor de Tesalia, Efialtes. Este le mostró un camino que vadeaba el desfiladero de las Termópilas, y le dio así la clave de la victoria, ya que permitía atacar a los griegos por la retaguardia.
Cuando al tercer día Leónidas se vio rodeado, entendió que había llegado el final de su resistencia. Aunque las teorías en este punto son divergentes, se entiende en general que Leónidas eligió quedarse con sus 300 espartiatas y unos mil hombres más (básicamente tespios y tebanos) a defender el paso, mientras ordenaba la retirada de los demás soldados de la coalición. Con esta acción, Leónidas daba respuesta al oráculo y cumplía con el deber militar espartano: entregaba su vida y protegía la huida del resto del contingente, que así podría luchar de nuevo más adelante.
Leónidas finalmente cayó bajo las armas persas, más como un héroe guerrero que como un rey. Cuando acabó la ofensiva, Jerjes ordenó buscar su cuerpo. Una vez hallado, fue mutilado como había previsto el oráculo. Jerjes mandó decapitarle y ensartó su cabeza en un poste en el campo de batalla.
La leyenda en torno al heroísmo de Leónidas creció casi de inmediato tras las hostilidades. Unos días después, cuando el ejército de Jerjes había reanudado su marcha, unos espartanos se acercaron al cuerpo para darle sepultura y enterraron sus despojos en el lugar. También en honor de Leónidas y de los valientes 300 espartiatas, el poeta más admirado de su época, Simónides de Ceos, grabó en el sitio donde cayeron un epitafio en verso: “Caminante, ve a Esparta y di a los espartanos que aquí yacemos por obedecer sus leyes”, en clara referencia a la moral que regía en Esparta, conforme a la cual más valía morir que regresar derrotados. Cuatro décadas después de su muerte, otro rey agíada de Esparta, Pausanias, decidió recuperar los restos mortales del héroe y devolverlos a su tierra natal.
Si las fuentes historiográficas no fallan, Leónidas rondaba los sesenta años de edad y no estaba ya en edad militar.
En su ciudad le fue ofrecido un funeral de Estado y se le dedicó un recinto funerario, el llamado Leonidaion. Allí se instaló una estela donde se listaban, junto al suyo, los nombres de los 300 espartiatas caídos. Desde entonces, la tumba de Leónidas fue lugar de veneración y centro de actos de culto de una festividad religiosa celebrada en su honor. Las ruinas del Leonidaion todavía se conservan en la Esparta actual.
En cualquier caso, las imágenes que nos han legado los artistas a través de pinturas y esculturas, con un rey joven y musculoso, deben distar mucho del aspecto físico que ofrecía Leónidas en tiempos de las Termópilas, pues rondaba en esos momentos los sesenta años de edad. Si las fuentes historiográficas no fallan, Leónidas nació hacia 540 a. C., por lo que en 480 a. C. era un sexagenario y no estaba ya en edad militar.
Salvar la cultura occidental
Tras las Termópilas, para los persas el camino de Grecia se abrió de par en par. Por tierra invadieron rápidamente Beocia y el Ática. Llegaron hasta Atenas e incendiaron la ciudad, aunque fue desalojada a tiempo y sus habitantes pudieron refugiarse en la isla de Salamina.
Pese a este revés, la inmolación de Leónidas, además de ser notablemente ejemplar por su valor moral, fue de gran utilidad a los griegos para ganar unos valiosos días y vencer en el otro gran escenario donde se disputaba la guerra, el mar.
En efecto, aquella derrota con sabor a gloria inspiró al ejército griego para el triunfo un mes después en la batalla naval de Salamina y, un año más tarde, para infligir la derrota final al enemigo en la llanura de Platea.
La retirada de los persas de la península helénica fue entonces definitiva. Se considera que con esta victoria, en la que –esta vez sí– lucharon una veintena de ciudades juntas, los griegos vislumbraron por primera vez una noción de sí mismos como pueblo.
Es en ese contexto en el que la figura de Leónidas adquiere toda su grandeza y significado: por su protagonismo en la defensa de la soberanía de la Hélade y de sus modelos de sociedad, que constituyen la raíz más robusta de la civilización occidental.
La batalla de las Termópilas permitió que las ciudades griegas mantuvieran su independencia. Así es como la victoria sobre el imperio que venía de Oriente logró mantener vivo el germen de la cultura europea que ha llegado hasta nosotros. El ateniense Critias decía de los espartanos: “En Lacedemonia [Esparta] se encuentran los más esclavizados y los más libres”. Desde luego, la clase espartana dominante, como en el resto de ciudades griegas, se valía de una clase servil, los ilotas. Pero esto no le impedía conocer mejor que nadie el sentido de la libertad, tanto civil como política.
Ese concepto que defendían con sus armas los hoplitas griegos era desconocido por los soldados persas, que vivían y guerreaban siempre bajo el yugo del emperador.
Se ha visto en el apego a estos ideales una causa directa del arrojo de los griegos a la hora de defender su sociedad con las armas en la mano. Y, ciertamente, lucharon fundamentándose en unas leyes que habían creado ellos mismos.
Este artículo se publicó en el número 530 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.