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La Malinche, la intérprete de Hernán Cortés

Conquista México

La Malinche, que sirvió a Hernán Cortés como intérprete en lo que hoy es México, ha sido juzgada desde muy distintos ángulos a lo largo de la historia.

Hernán Cortés y su desastrosa expedición a Las Hibueras

La Malinche haciendo de intérprete entre indígenas y españoles durante el descubrimiento y la conquista de América. Palacio de Gobierno de Tlaxcala, mural de Desiderio Hernández

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La historia de la conquista de México no habría sido la misma sin la traductora de Hernán Cortés, la única mujer con un papel central en la misma. Tan importante que Francisco Cervantes de Salazar, cronista del siglo XVI, aseguraba que merecía una “notable mención”. Lo que tenemos, por desgracia, son datos escasos, confusos y a menudo contradictorios. El misterio la envuelve desde el principio. Al parecer, la Malinche era la hija de una familia poderosa. Así lo daría a entender el sufijo “-zin” utilizado tras el nombre que se le atribuye, Malintzin. Esta terminación, en lengua náhuatl, representaba un tratamiento de respeto equivalente al “don” castellano. Pero las versiones sobre su origen se multiplican con detalles contradictorios. ¿Era hija de “ricos padres”? Una versión habla de caciques que gobernaban sobre vasallos. Pero, si fue así, no está claro en qué lugar. Bernal Díaz del Castillo sitúa a la familia en Painala. Francisco López de Gómara, en cambio, en Viluta.

Según la versión más extendida, tras quedarse huérfana de padre a los pocos años, vio cómo su madre se casaba con otro cacique. De este enlace nacería un hijo varón que arrebataría a la niña sus derechos al cacicazgo. Para que no diera problemas a su hermano, se hizo ver que había muerto y se la entregó clandestinamente a unos indios de Xicalango. De sus manos pasaría a las de unas gentes de Tabasco, que a su vez la ofrecieron a Hernán Cortés.

¿Problema de herencia? Ese punto es completamente inverosímil. Para empezar, porque la sucesión se efectuaba por la rama colateral: correspondía a los hermanos, no a los hijos. Un segundo argumento que descarta esta teoría es el hecho de que Marina –nombre cristiano que contrajo tras ser bautizada–, por su condición de mujer, no podía ser rival para ningún varón.

López de Gómara se limita a decir que la joven Marina fue raptada por unos mercaderes en el trascurso de una guerra y vendida como esclava. ¿Fue así? No lo sabemos. Lo único seguro es que acabó en manos de un importante militar castellano, el capitán Alonso Hernández de Portocarrero, primo del conde de Medellín. Sin embargo, su nuevo dueño no tardó en partir hacia España. ¿Se deshizo de él Cortés porque deseaba a la hermosa indígena? Uno de los biógrafos del conquistador, Richard Lee Marks, señala que ni siquiera sus enemigos afirmaron tal cosa. El asunto se explica de una manera sencilla: Cortés debía enviar un emisario a la corte de Carlos V, y escogió al que por linaje mejor podía representarle.

Una útil intérprete

En la conquista de México, la habilidad idiomática de la Malinche se revelará decisiva. Para los españoles, confrontados a gentes desconocidas que hablaban lenguas que ellos ignoraban, el problema de la comunicación se convirtió en uno de los más arduos. No existía certeza de que la población indígena comprendiera un mensaje con exactitud. Las cosas se complicaban, porque los indios no hablaban uno, sino múltiples idiomas. El México prehispánico, no obstante, contaba con una lengua franca que equivalía al latín de la vieja Europa, el náhuatl.

Ante una situación sin precedentes, marcada por el desconocimiento mutuo, unos y otros tuvieron que improvisar. Al principio, el lenguaje gestual sustituía a las palabras. Pero esta situación no podía prolongarse indefinidamente: había que encontrar un intérprete. Se dio entonces con una solución precaria, pero que resolvió muchos problemas. Marina traducía del náhuatl al maya. Jerónimo de Aguilar, un antiguo prisionero de los indios que conocía esta lengua, se encargaba de pasar sus palabras al castellano para que Cortés pudiera entender el mensaje. Existía, sin embargo, un obstáculo: la Malinche conocía el maya chontal, mientras Aguilar se defendía en el maya de Yucatán. Entre ambos dialectos existían diferencias apreciables. Por tanto, lo más probable es que las conversaciones tuvieran que girar alrededor de cuestiones muy básicas. En ocasiones, la situación se complicaba con la presencia de un tercer intérprete, como sucedió en Cempoala, donde hubo que traducir del totonaco al náhuatl.

¿Se limitó la Malinche a ser una simple traductora? Aunque no hubiera hecho otra cosa, esa función la colocaba en un lugar privilegiado. De ella dependía el éxito de una operación, es decir, a menudo la diferencia entre la vida y la muerte. En la crónica de Cervantes de Salazar aparece un episodio que revela su importancia decisiva: en un momento en el que Cortés no sabe qué camino tomar, echa mano de la “lengua”, es decir, de la intérprete, para interrogar a unos indios a los que toma como guías. Sin una persona que tradujera lo que decían esos indios, el español no habría tenido más remedio que continuar la marcha a ciegas.

La consejera imprescindible

La condición de intérprete hizo posible que Marina disfrutara de un ascenso social vertiginoso. Pasó de ser esclava a colaboradora esencial de los españoles. Ahora se la trataba con respeto y disfrutaba de obsequios valiosos, desde hermosos collares hasta el espejo que le permitió contemplar por primera vez su rostro. Cortés la mimaba no solo porque necesitara sus insustituibles conocimientos idiomáticos; también porque tenía en ella una consejera que conocía bien la realidad local. En un principio, el conquistador extremeño no distinguía entre unos indios y otros, pero enseguida le llamaron la atención ciertos detalles. Observó, por ejemplo, que los totonacas no hablaban con los mexicas. Sorprendido, pidió enseguida a la Malinche que le explicase con detalle las diferencias en lengua y costumbres.

Pasó de ser esclava a colaboradora esencial de los españoles. Ahora se la trataba con respeto y disfrutaba de obsequios valiosos, desde hermosos collares hasta el espejo que le permitió contemplar por primera vez su rostro. Cortés la mimaba no solo porque necesitara sus insustituibles conocimientos idiomáticos; también porque tenía en ella una consejera que conocía bien la realidad local.

En otras ocasiones, ella le proporciona datos preciosos como el número de hombres del enemigo o el funcionamiento de su estructura política. En Tlaxcala, le cuenta que la región se divide en cuatro señoríos diferentes, que no se ponen de acuerdo sobre si hacer la guerra a los españoles o buscar un acuerdo.

Disponer de la Malinche equivale a contar con una asesora intercultural dotada de un formidable talento diplomático. El que utilizó, por ejemplo, con los tlaxcaltecas al exponerles que los españoles llegaban a sus tierras con intenciones amistosas. Cuando ambas partes acordaron una alianza, los indios, en un gesto de buena voluntad, ofrecieron a los españoles como regalo trescientas esclavas. Los hombres de Cortés estuvieron a punto de rechazarlas, pero la intérprete les convenció de que algo así habría constituido una seria ofensa a sus anfitriones.

Más tarde, entre los aztecas, Marina volverá a ser primordial. Y no solo por ayudar a reunir informaciones sobre las defensas de la capital del Imperio, Tenochtitlán. Cuando Cortés hizo prender a Moctezuma, la indígena intervino para convencer al emperador de que se marchara sin oponer resistencia a los españoles. Le dijo que aquellos extranjeros iban a prodigarle grandes honores, pero que, si no seguía la advertencia, su propia vida peligraría.

Al encontrarse entre dos mundos, su aportación también resultó vital para las tareas de evangelización, por lo que se ha hablado de ella como la primera catequista de México. Antes, sin embargo, alguien tuvo que catequizarla a ella. De eso se ocupó fray Bartolomé Olmedo, quien puso especial empeño en la tarea. Marina debía conocer perfectamente las verdades religiosas para transmitirlas sin errores, es decir, sin herejías. No se trataba de una cuestión menor: la salvación de las almas dependía de ello. No obstante, la Malinche debió de ser una catequista muy sui géneris , ante la inexistencia de palabras que explicasen a los indígenas los conceptos de la religión católica, no siempre de fácil comprensión. ¿Un dios crucificado? La sola idea debía de resultarles extravagante.

Madera de líder

En otros momentos, el factor determinante no será el don de lenguas de la Malinche, ni su talento en las relaciones humanas, sino su fuerte personalidad. La que le impulsa a infundir valor a los suyos en los momentos de mayor peligro. Tanto a los españoles como a los indios que luchan con ellos contra los aztecas. Así, en Tlaxcala, cuando parece que van a ser derrotados, un noble de Cempoala, Teuch, está a punto de derrumbarse. Cree que todos van a morir. Es entonces cuando Marina, según Cervantes de Salazar, le alienta “con ánimo varonil”. Le pide en ese momento crítico que tenga fe en la victoria, “que el Dios destos cristianos es muy poderoso”.

Su coraje, su sangre fría, su astucia... No le faltan cualidades para salir airosa de las situaciones más comprometidas. En Cholula, una anciana la alerta de una conspiración para matar a los españoles, supuestamente por orden de Moctezuma. La mujer, ingenuamente, le ofrece su casa para que se refugie en ella y salve así la vida. La debió de encontrar atractiva, y pensó que ya tenía esposa para un hijo suyo, con quien ofreció casarla enseguida. Marina fingió hacerle caso y le puso una excusa para ganar tiempo: iría a por sus joyas y a por oro, y esa misma noche la acompañaría. Hizo ver, incluso, que le complacía la propuesta de boda, por tratarse de una “persona principal”, es decir, de un buen partido. Ya en un clima de confianza, ambas mujeres se ponen a hablar. Es el momento en que la traductora de Cortés aprovecha para sonsacar toda la información. ¿En qué consistirá la trampa? ¿Dónde se ha preparado? Se entera entonces de que la anciana lo sabe todo de primerísima fuente: su esposo, uno de los implicados, la ha puesto sobre aviso. Según el relato mil veces repetido, le faltó tiempo para ir a contar a los españoles lo que había averiguado. De ese modo hizo posible su contundente respuesta en forma de masacre indiscriminada. La historiografía nacionalista mexicana utilizaría este episodio para condenarla sin paliativos: ella era la culpable de tantas muertes. Sin embargo, algunos autores, como Alfredo Chavero, han puesto en duda la veracidad de la escena con la anciana: resulta improbable que esta descubriera secretos de semejante importancia a una india que no conocía, y acompañada además de los enemigos de su pueblo. Por otra parte, también cabría dudar de que, en aquella época, una mujer estuviese al corriente de una operación confidencial.

De haber vivido en otro lugar y en otro tiempo, la Malinche tal vez habría sido una agente de contraespionaje excepcionalmente eficaz. En más de una ocasión, sus preguntas inquisitivas obligaron a los enviados del enemigo a delatarse, tras caer en contradicciones. Cuando se exige a Cuauhtémoc, el último emperador azteca, que revele dónde está el oro que los españoles perdieron durante su desastrosa retirada en la Noche Triste, ella interviene y saca a relucir su lado más implacable. En palabras de uno de sus biógrafos, se muestra “dura, mandona”.

Separada de su hijo

En esos momentos, la Malinche ya ha dado un hijo a Cortés, Martín, nacido en 1522 y bautizado como su abuelo paterno. Se le considera el primer mestizo de México, pero en un sentido estrictamente biológico, de ninguna manera cultural. Como nos recuerda la biógrafa Cristina González Hernández, “a muy corta edad el niño fue separado de la madre y pasó a educarse en el ámbito español”.

Una bula papal lo legitimará siete años después. Su sangre india no impidió que el conquistador le prodigara todas las atenciones. En cierta ocasión afirmó que no le quería menos que al hijo del mismo nombre que le dio su segunda esposa, destinado a heredar su título de marqués y su amplio patrimonio. Se ha especulado sobre si fue su descendiente preferido... Tal vez. Lo único seguro es que el niño, paje del futuro Felipe II, creció en un entorno ciertamente privilegiado.

La actitud de Cortés hacia el pequeño Martín se explica porque era su primer varón, no porque fuera hijo de la intérprete. Si la hubiera amado tanto como quiere la leyenda, la habría hecho su esposa tras enviudar de Catalina Juárez, pero ni tan solo se planteó esa posibilidad. Al priorizar su lucha por el poder, elegirá para volver a casarse a una aristócrata, Juana Ramírez, hija del conde de Aguilar.

Un final misterioso

Después de la conquista, la Malinche se desvanece en la bruma. En 1526, la encontramos en la expedición de las Hibueras (Honduras), a la que se unió obligada por su antiguo amante, necesitado, como siempre, de una traductora. En mitad del viaje, de manera repentina, Cortés la casó con uno de sus lugartenientes, Juan Jaramillo. Aunque no la amaba, el conquistador sí se había preocupado de asegurar su bienestar económico. De ahí que le concediera tierras y sirvientes. Seguramente por esta razón Jaramillo no puso objeciones para abandonar la soltería.

Marina sobrevivió a la desastrosa expedición, pero su salud, después de tantas penalidades por la selva, debió de quedar resentida. Se explica así su muerte al cabo de un par de años, de la que ignoramos prácticamente todo. Una teoría, sin datos que la avalen, pretende que fue Hernán Cortés su asesino. Supuestamente para evitar su testimonio comprometedor en el juicio en que se cuestionaba su gestión como gobernante de México.

En México, tras la independencia, se ha tendido a denigrarla hasta convertirla en el arquetipo de la traidora. Todo lo contrario que el último emperador, Cuauhtémoc, elevado a encarnación de la mexicanidad por su resistencia frente a los españoles [...] nos encontramos ante el personaje más odiado de la conquista. Por eso, el término “malinchismo” designa a todos los que traicionan a su país. Marina no sería otra cosa que un monstruo, la encarnación de todos los vicios.

La posteridad, inevitablemente, la ha tratado con ambivalencia. No han faltado elogios: un autor del siglo XVIII, Francisco Javier Clavijero, veía en ella a “la primera cristiana del Imperio mexicano”. No obstante, está claro que han predominado los comentarios despreciativos. En México, tras la independencia, se ha tendido a denigrarla hasta convertirla en el arquetipo de la traidora. Todo lo contrario que el último emperador, Cuauhtémoc, elevado a encarnación de la mexicanidad por su resistencia frente a los españoles. Excepción hecha de Cortés, nos encontramos ante el personaje más odiado de la conquista. Por eso, el término “malinchismo” designa a todos los que traicionan a su país. Marina no sería otra cosa que un monstruo, la encarnación de todos los vicios. No obstante, el biógrafo Juan Miralles considera que esta visión de la mayoría de sus compatriotas no es exacta. Primero, porque ella no era azteca. Segundo, porque México todavía no existía como entidad política.

Sea para enaltecerla o detestarla, nadie le ha negado un papel crucial. El historiador Hugh Thomas escribió que su aportación a la conquista valía “diez cañones de bronce”, una apreciación que se quedó muy corta, a juicio de Bartolomé Bennassar, biógrafo de Cortés: “¡Valía mucho más!”, exclama. Y nos recuerda las palabras entusiastas de un testigo español, Gonzalo Rodríguez de Ocaño: “Después de Dios, ella había sido la causa de la conquista de la Nueva España”.

Este artículo se publicó en el número 571 de la revista Historia y Vida. Si tienes algo que aportar escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.