Constructoras de catedrales
En el corazón de la Edad Media, la mujer contó en prácticamente todos los oficios más de lo que se suele creer. Su papel ha sido silenciado por algunos eruditos en siglos posteriores. Entre sus ocupaciones, las hubo erigiendo las catedrales del Gótico por toda Europa.
Salvo algunos clérigos radicales, los intelectuales de la Edad Media, sobre todo entre los siglos XI y XIII, no se mostraron hostiles a las mujeres. Serían los más influyentes eclesiásticos a partir de la segunda mitad del siglo XIII, los humanistas del Renacimiento a finales del XV y los historiadores conservadores del XIX, los mismos que “inventaron” o divulgaron un Medievo oscuro y sórdido, quienes ocultaron el papel de la mujer en esa época.
Es cierto que las mujeres tuvieron serias dificultades para acceder al conocimiento en la Edad Media. En general, no podían acudir a las clases que se impartían en las escuelas catedralicias, primero, y en las universidades, después, ni formar parte de sus claustros de profesores, pero algunas de ellas recibían educación en los monasterios y abadías femeninos, e incluso se formaban con maestros en sus propios domicilios y en las cortes reales y nobiliarias.
Fue el caso de Eloísa, la joven sobrina de Fulberto, canónigo de Notre Dame de París, que recibía clases particulares de filosofía y teología en su casa a cargo del mismísimo Pedro Abelardo, el gran maestro de las escuelas parisinas a comienzos del siglo XII.
Una muestra del interés de las mujeres medievales por la educación es la obra Llibre de les dones (Libre en el original), escrita en catalán hacia 1396 por Francesc Eiximenis, que contiene una guía para la educación de las mujeres, a las que se recomienda que aprendan a leer y escribir. Esta obra gozó de gran éxito en el siglo XV.
Varias mujeres firmaron obras extraordinarias en la Edad Media, como la prolífica abadesa Hildegarda de Bingen (1098-1179), visionaria y mística que aprobaba que la mujer estuviese sometida al hombre, y sobre todo Cristina de Pisán (1364-c. 1430), brillante prosista y poetisa entre cuyas numerosas obras (algunos la han denominado la primera “profesional” de la escritura) destaca La ciudad de las damas, de 1405, en la que busca demostrar que la naturaleza de las mujeres no es perversa ni su carácter maléfico, como algunos hombres los calificaban.
Un buen momento
Contra lo que se ha contado sobre el papel de las mujeres en la historia, habitualmente orilladas y apartadas de los roles más destacados, en la Edad Media las hubo que trabajaron en las más importantes manifestaciones artísticas. Hubo un tiempo, el que transcurrió entre 1140 y 1260, en el que la mujer alcanzó un papel trascendental, casi a la altura del hombre.
Fue la época radiante de las cortes de amor, de las novelas de Chrétien de Troyes, del mecenazgo de Leonor de Aquitania, del origen de la arquitectura gótica, del triunfo de la luminosidad y la belleza. Un tiempo en el que juglares y trovadores cantaron a la vida y a la pasión por lo hermoso. Porque las mujeres siempre estuvieron ahí, aunque nunca con tanto protagonismo ni con tanta intensidad como en ese largo siglo que supuso el período más brillante de la Edad Media: el siglo de las catedrales góticas.
Ya en el siglo X había mujeres al frente de talleres de iluminación de manuscritos. Uno de los casos más destacados fue el de la maestra Ende, que firmaba sus obras como pictrix et adiutrix Dei (“pintora y colaboradora de Dios”). Junto con el monje Emeterio, Ende dirigía el taller de miniaturas del monasterio de San Salvador de Tábara (Zamora). Allí, en el año 975, se terminó de pintar uno de los libros de Los comentarios al Apocalipsis del Beato de Liébana, conservado en la biblioteca de la catedral de Gerona.
Entre 1316 y 1320 se pintaron los frescos del monasterio de Santa Clara, hoy expuestos en la iglesia de San Sebastián de los Caballeros, de la ciudad zamorana de Toro. Estos frescos, donde se recogen escenas de la vida de santa Catalina de Alejandría y de san Juan Bautista, están acompañados de una inscripción en la que se lee, en letras góticas mayúsculas, “TERESA DIEÇ ME FECIT”. A su lado aparece un escudo orlado con banda roja y centro blanco, cruzado en diagonal por una barra negra de arriba abajo y de izquierda a derecha.
El prestigio que se habían ganado las mujeres en el Gótico pleno comenzó a resquebrajarse en la segunda mitad del siglo XIII.
La leyenda se ha interpretado como la firma de la autora de los frescos, la maestra pintora Teresa Díez, aunque algunos autores (masculinos) interpretan que esta no sería la artista, sino la dama mecenas que los habría encargado, aludiendo al escudo nobiliario que figura junto a la inscripción. Estos autores atribuyen la autoría al pintor Domingo Pérez, sin más fundamento que el de que “en esas fechas andaba por ahí”.
Es cierto que, salvo algunas reinas (Leonor de Aquitania, Urraca de Castilla, Isabel la Católica...), las mujeres no ocuparon puestos relevantes en la política, y que no formaron parte de los grandes concejos urbanos, pero estuvieron muy presentes en todas las manifestaciones públicas y privadas de la vida del Medievo, y especialmente en el mundo del trabajo.
En el Libro de los oficios de la ciudad de París de entre los años 1254 y 1271 se enumeran varios de los trabajos que ejercían las mujeres, y entre ellos se cita el de la construcción. Y en un registro de gremios de la ciudad de Marsella del año 1297 se recogen hasta 150 oficios en los que aparecen trabajadoras, más que en el siglo XIX.
Pero el prestigio que se habían ganado las mujeres en el Gótico pleno comenzó a resquebrajarse en la segunda mitad del siglo XIII. Buena parte de la culpa fue de la misoginia de Tomás de Aquino, influido a su vez por la obra de Aristóteles. Para el sabio griego, la mujer era “un hombre imperfecto”.
El rechazo a la mujer triunfó en la Baja Edad Media, y en los siglos XIV y XV su papel, su presencia y su imagen públicos fueron decayendo de tal modo que, hacia 1500, ya no se permitía su ingreso en gremios y cofradías prácticamente en ninguna ciudad de Europa.
Aun así, siguió habiendo mujeres en los talleres de las fábricas de las iglesias y catedrales. En los libros de obra de la catedral de Núremberg hay documentadas nueve orfebres del cobre y bronce, siete batidoras de latón y seis vidrieras entre los años 1439 y 1477. Incluso mujeres pintoras maestras de taller, como Violante de Algarabí (siglo XV), Sofonisba Anguissola (c. 1532-1625) o Artemisia Gentileschi (1593-c. 1652) fueron reconocidas como grandes artistas de su tiempo, ya fuera de la Edad Media.
A pie de obra
Miles de mujeres trabajaron en la construcción de las grandes catedrales de la Edad Media. Los libros de fábrica con las cuentas de las obras de varias catedrales de los siglos XIV y XV –de fechas anteriores no se conservan– informan de las mujeres que intervenían en su edificación, las tareas que realizaban y los salarios que cobraban.
No aparecen como maestras de obras, cargo habitualmente reservado a los hombres, pero algunas de ellas dirigieron talleres y estuvieron al frente de cuadrillas de trabajadores en diversas disciplinas. Además de en los libros de cuentas, las actividades laborales de estas mujeres están reflejadas en las ordenanzas municipales de varias ciudades europeas, en las actas municipales y en los protocolos notariales.
Las mujeres encargadas de trabajos de acarreo y suministro cobraban un salario que solía ser la mitad del que percibían los peones masculinos menos cualificados.
El trabajo más común de cuantos realizaban en la construcción consistía en el acarreo y suministro de materiales (agua, argamasa, madera, piedras...) desde las logias y los talleres hasta la obra. Esta labor no se consideraba especializada, de manera que era de las peor remuneradas. Como consta en los libros de cuentas, a las mujeres encargadas de estos trabajos se les abona un salario que suele ser la mitad del que perciben los peones masculinos menos cualificados.
Además, cada una de ellas aparece nombrada genéricamente como “mujer”, sin que en las anotaciones a la hora del pago figure un nombre propio, ni mucho menos el de una familia o un linaje, lo que hoy se entiende por apellido.
En la lista de trabajadores de las catedrales, la mayoría de estas mujeres son anónimas, sin más referencia que un apunte sobre su sexo, su dedicación y su sueldo. “Mujer que limpia donde se empareda el ladrillo”, “mujer que ayuda en la obra”, “mujer que lamina el yeso”, “mujer que aparta los medios ladrillos”, se lee en los libros de cuentas de la fábrica de la catedral del Salvador de Zaragoza entre los años 1376 y 1401, que ha estudiado el profesor Germán Navarro Espinach.
Son mujeres sin nombre, que ejecutan las faenas menos cualificadas, más duras y peor pagadas. Mujeres en perfiles de este tipo se encuentran reseñadas en libros de cuentas de las obras de las catedrales de París, Gerona, Burgos, León o Toledo. En la construcción de esta última se documentan mujeres portando agua en 1351, y en la misma obra intervenían varias de ellas a comienzos del siglo XV amasando cal y acarreando materiales a los tejados.
Su salario era justo la mitad que el de los peones hombres, salvo los de las amasadoras, que casi estaban equiparados. En general, eran mujeres nada menos que el 30% de los implicados en la construcción de una catedral gótica. Según las épocas y los edificios, podían oscilar entre las 30 y las 300. El porcentaje se mantiene estable a lo largo del siglo XV.
¿Maestras constructoras?
Algunas mujeres destacaban en oficios para los que era necesaria una cierta preparación, como sucedía con las carpinteras, las “argamaseras” o amasadoras, las vidrieras e incluso las canteras. Pese a su cualificación, seguían cobrando algo menos que sus equivalentes masculinos. Un maestro de taller ingresaba el doble que un oficial masculino, y este algo más que su homóloga femenina, mientras que una mujer no especializada cobraba cinco veces menos que un maestro.
Hay indicios que algunas mujeres ocuparon el cargo de maestras de obras o de taller de una catedral.
A diferencia de las trabajadoras sin cualificar, las especializadas suelen figurar –aunque no siempre– con su nombre de pila o con el de algún familiar miembro de las cofradías gremiales de constructores.
En los documentos de la Edad Media apenas aparecen mencionadas mujeres que ocupen el cargo de maestras de obras o de taller de una catedral, pero hay indicios de que algunas tuvieron ese papel. Frente a los arquitectos varones, cuyos nombres son abundantes a partir del siglo XIII, las mujeres que dirigían una cuadrilla de trabajadores eran escasísimas. La ciudad suiza de Basilea contaba, a mediados de aquel siglo, con un importante gremio de constructores, entre cuyos miembros fueron admitidas varias mujeres, pero no se dan sus nombres. La maestra de obras más antigua documentada es una mujer llamada Grunnilda, que aparece en 1256 en los registros de la ciudad de Norwich en el momento en que se estaba erigiendo la nave central de su catedral gótica, una de las más grandes de Inglaterra. Grunnilda era miembro de la guilda, o corporación de albañiles, de Norwich, aunque no hay más datos sobre su dedicación.
Un siglo más tarde, en 1375, los estatutos del gremio de carpinteros de la misma ciudad reflejan la existencia de mujeres maestras en el seno de esta cofradía en igualdad con los hombres. En Lincoln, localidad ubicada a unos ciento cincuenta kilómetros al noroeste de Norwich y con una no menos monumental catedral gótica, la cofradía de masones (maestros albañiles) aprobó en 1389 sus nuevos estatutos, en los que se alude a la existencia de hombres y mujeres (“hermanos y hermanas”) entre sus miembros. En York, a 130 km al norte de Lincoln, se levanta una imponente catedral gótica, además de varias iglesias y monasterios. La ciudad disponía de una importante guilda de constructores, agrupados en la cofradía del Corpus Christi, que en 1408 aprobó nuevos estatutos para regular el trabajo de sus miembros, entre los que había varias maestras de taller.
En los reinos hispanos, la presencia de mujeres en la construcción fue abundante. En 1400, según ha estudiado Sandrine Victor, las mujeres estaban ausentes de los gremios de constructores de la urbe francesa de Montpellier, pero en cambio participaban activamente en la cofradía de oficios de San Narciso, en la ciudad de Gerona, cuyos estatutos señalan la existencia de “cofrades y cofraderas”. Y en 1419, el rey Alfonso V de Aragón concedió privilegios a la cofradía de los Cuatro Santos Mártires de la misma Gerona, en la que se agrupaban con los hombres varias mujeres que ejercían como canteras, carpinteras y albañiles. Algunas de estas mujeres desempeñaron un papel capital en las obras de las catedrales góticas, pero la documentación no ayuda a fijarlo con precisión, y menos a aclarar las relaciones de género que se establecieron en las cofradías de constructores integradas por hombres y mujeres.
El caso de Sabina
La catedral gótica se presentaba como la obra de Dios, a quien se consideraba arquitecto del universo, de modo que una catedral no era sino un compendio del cosmos a escala humana. Dios para los cristianos es varón, el Dios Padre, y la inmensa mayoría de los maestros constructores de catedrales fueron hombres.
Pero hubo un caso extraordinario, el de una mujer que ha suscitado tal interés que su historia se ha mezclado con la leyenda hasta confundirse. Se trata de la maestra Sabina von Steinbach, conocida en Francia como Sabine de Pierrefonds. Esta mujer, de origen alemán, fue mencionada por un historiador llamado Schadeus en 1617, en un libro en el que la presentaba como maestra de obras y escultora. Citaba como referencia una inscripción, lamentablemente desaparecida, que la proclamaba como maestra de obras en la catedral de Estrasburgo.
Sabina era hija del famoso arquitecto Erwin von Steinbach (también denominado Hervé de Pierrefonds), que nació en 1244 y ejerció como maestro de obras en la catedral de Estrasburgo entre 1277 y 1318, época durante la cual se levantaron la nave central y las portadas del crucero.
A la muerte de Erwin en 1318, sus hijos Juan y Sabina heredaron el taller y el oficio de su padre, y ambos continuaron con los trabajos de aquella catedral, especialmente las obras de la entrada meridional y de la famosa torre de la fachada principal. A Sabina, una relevante escultora, se le atribuyen las estatuas del pórtico de Estrasburgo, talladas con una delicadeza formidable, sobre todo dos figuras femeninas que representan a la Sinagoga y la Iglesia, y también varias piezas en la columna llamada de Los Ángeles, en el interior del transepto.
Se ha especulado que, tras acabar su tarea en Estrasburgo, Sabina se instaló en París para intervenir en la catedral de Notre Dame, cuya estructura arquitectónica estaba prácticamente acabada, pero a la que faltaban algunas esculturas por añadir. A Sabina se le atribuye una figura femenina que representa a la Iglesia, casi idéntica a la de Estrasburgo, y otra de una mujer provista con las herramientas de los constructores medievales. Pero la atribución de estos trabajos a un maestro, o maestra, escultor concreto ofrece muchos problemas, pues la catedral de París ha sufrido numerosas alteraciones, sobre todo durante la Revolución Francesa, cuando se destruyeron muchas de sus imágenes.
Este artículo se publicó en el número 580 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.