Mata Hari, la espía que amaba demasiado
HEMEROTECA
Bailarina, cortesana y espía holandesa a favor de los alemanes durante la Gran Guerra, es condenada sin pruebas concluyentes y fusilada en la fortaleza parisina de Vincennes
“Amo a los militares. Los he amado siempre y prefiero ser la amante de un oficial pobre que de un banquero rico”, declaró la espía durante el proceso que la condenó a muerte. Ella era Mata Hari, una mujer única. Impúdica bailarina exótica, cortesana de talento, que engrosó su cohorte de amantes con políticos, aristócratas y sobre todo militares. Entre los primeros se encontraba el senador y periodista catalán, Emili Junoy, director del diario La Publicitat.
El político trató de impedir que Gretha Zelle viajara de Madrid a París,donde funcionaba ya una importante red de espionaje. Y cuando la condenaron a muerte,se dirigió a Clemenceau para suplicar el indulto de la bailarina. Pero su intercesión fue inútil, Mata Hari tuvo que enfrentarse al pelotón de fusilamiento.
Madrugada del 15 de octubre de 1917, Margaretha (Gretha) Zelle se despierta en su lóbrega celda de la prisión de Saint-Lazare, Vincennes, en las afueras de París. Orgullosa de su belleza, que conserva pese a su edad, cuenta ya 41 años, se ha maquillado. Viste sus mejores galas: traje de dos piezas, blusa escotada y medias. Con sobria elegancia, enfunda sus manos en unos guantes de cabritilla y se cubre con un abrigo azul a modo de capa.
Uno de sus últimos arranques de coquetería le lleva a cubrir su larga cabellera antaño oscura y lustrosa, cubierta ahora por las canas, con un sombrero de tres picos. Pocas horas después, a las 5.30 de la mañana, Margaretha se encuentra sola. Es la hora de morir. Frente al pelotón de fusilamiento, con gran dignidad, se niega a ser atada al poste y rechaza el ofrecimiento de vendar sus ojos. Mira al frente y lanza un beso al sacerdote que la atendió en sus últimas horas y otro a su abogado, uno de sus ex amantes.
Frente al pelotón de fusilamiento, con gran dignidad, se niega a ser atada al poste y rechaza el ofrecimiento de vendar sus ojos
Amanece cuando los fusiles descargan una ráfaga sobre ella. Una de las balas alcanza su corazón, provocando su muerte instantánea. No obstante, el oficial al cargo se acerca y dispara una bala en su cabeza, el tiro de gracia. El cuerpo de la que fuere una de las mujeres más sexys y famosas de la época yace sobre el barro.
Nadie reclama el cadáver. Ningún familiar,amigo o amante, se pronunció en su favor tras su fusilamiento. Margarethe emprendió aquel día su último viaje, su último destino: la facultad de medicina. Allí se le amputa la cabeza que es enviada al Museo de Anatomía de París de donde es robada años después, se dice, por un admirador. La gran Mata-Hari había muerto, nacía la leyenda.
Hija de un sombrerero holandés, que tras perder prematuramente a su esposa, había volcado toda su atención en su benjamina en detrimento de sus otros tres hijos varones, Margaretha tuvo una infancia tan feliz como inadecuada. Egocéntrica y soberbia, Margaretha poseía una exótica belleza, herencia de su madre, de ascendencia asiática. A muy temprana edad tomó conciencia de la misma y del poder que podía reportarle. A los 16 años, no sabemos si accidental o consentidamente, se hizo amante del director del centro en el que estudiaba. El escándalo, mayúsculo, provocó su expulsión.
Tan solo tres años después, asfixiada por su entorno familiar y la encorsetada sociedad holandesa,la joven decidió contraer matrimonio. A través de un anuncio matrimonial publicado en la prensa, contactó con el capitán Rudolf Mac Leod, un apuesto aunque talludo militar, treinta años mayor.
Su primera cita fue un auténtico coup de foudre. El sensual magnetismo de Margaretha conquistó al oficial, al tiempo que ella sucumbió ante el atractivo del uniformado. Margareht, siempre había confesado su debilidad por los militares. Pero el matrimonio es un fracaso, Rudolf resulta ser un intransigente esposo, bebedor, mujeriego y derrochador. Además como consecuencia de sus correrías, padece la sífilis.
La pareja se traslada a una de las colonias holandesas en Indonesia. Como esposa de un militar Margarethe debe acatar órdenes, pero como confesaría más tarde, nunca había tenido vocación de ama de casa por lo que había optado por buscar consuelo fuera del hogar. Pese a ello concibió dos hijos. Todo se complicó cuando el primogénito, Norman, falleció en extrañas circunstancias. La hija menor sobrevivió pero Rudolf, alerta, aprovechó para atacar a su esposa acusándola de abandono de sus responsabilidades conyugales.
Rudolf convence a su esposa para volver a Holanda. Allí el matrimonio se separa. Corre 1902. Margaretha queda bajo la custodia de su padre que acusa a su esposa de conducta licenciosa y llega a publicar anuncios en la prensa en los que publica que va a dejar de hacerse cargo de sus responsabilidades entre las que se halla implicada su manutención, condenando a Margaretha a la miseria.
Margaretha se dirige a París, cuenta 26 años. Allí prueba fortuna como modelo y actriz sin éxito, hasta que su natural inclinación exhibicionista aflora y decide, en un alarde de ingenio, centrarse en la danza. Su talento es dudoso pero su inusitado impudor y su gran intuición le conducen a la fama. Evocando los bailes de iniciación de las vírgenes javanesas, emula sus pasos.
Convertida en Mata Hari, ‘ojo del amanecer’, decide sacar provecho de su agraciado físico. Solo sus pequeños senos se ocultan al público, cubiertos por dos conchas metálicas. El resto de su cuerpo se envuelve únicamente por transparentes velos. El erotismo que desprende es abrumador. Ella es la más sexy, descarada y atrevida, puro erotismo.
La encorsetada y reprimida sociedad europea sujeta a los convencionalismos de la época, recibe con los brazos abiertos a la artista. Su habilidad para transformar lo que no era sino un simple striptease en una danza pseudorreligiosa la encumbran. Pero el tiempo no pasa en balde y ‘Mata’ va marchitándose, a la par que sus imitadoras surgen por doquier.
La habilidad de Mata Hari para transformar lo que no era sino un simple striptease en una danza pseudorreligiosa la encumbran
‘Mata’ ha sentado cátedra y cuenta con numerosos amantes, aristócratas, militares, corredores de bolsa y hasta destacados políticos desfilan por su lecho. Entre ellos, el esposo de un antiguo amante que publicaría una biografía en la que desvelaría no pocos secretos.
Su vida se complica cuando estalla la I Guerra Mundial. En mayo de 1914 consigue un contrato para bailar en el Metropol berlinés.Pero la situación política no le permite mantenerse al margen. Alemania y Francia se disputan sus favores como informadora. Su condición de artista facilita la posibilidad de actuar como espía.
Inconsciente, acaba involucrada en una de las redes de espionaje de la contienda. Alemania en primer lugar y Francia, después, la incorporan en sus filas. Pero Le Deuxième Bureau –el servicio de información del ejército francés– le tiende una trampa. Francia precisa de culpables, y el 13 de febrero es detenida en París, acusada de espionaje a favor de Alemania. Condenada a muerte, aún hoy su infortunado destino es cuestionado.
Emilio Junoy, un senador catalán al que había conocido un año antes, también en España, sabedor de la suerte que le depara el destino le propone huir junto a él a Barcelona. ‘Hoy me marcho, ¿viene usted?. ‘Mata’ sin dilación responde: ‘Estoy esperando un telegrama de París; según lo que me diga, iré o no iré con usted’.
Dos horas más tarde recibe el esperado telegrama instándole a que saliese con presteza para París. Y eso hizo. Mata Hari tenía ya el pasaje para el barco que zarpaba de Vigo el 2 de febrero de 1917, pero cambió de idea y tomaría un avión. Para entonces, ya estaba fijado el día de su detención: el 13 de ese mismo mes.El pelotón de fusilamiento dio buena cuenta de ella al día siguiente.
Emilio Junoy, un senador catalán, le propuso huir junto a él a Barcelona
¿Fue Margaretha una víctima propiciatoria, cabeza de turco de la contienda?
Toda guerra precisa de combatientes, culpables y mártires.
¿Cortesana, espía, o simplemente víctima de un complot bélico?