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La hora de los suspensos

En familia

Ya quedan pocas semanas para que los hijos acaben el curso y reciban sus notas. ¿Preparado? ¿Qué hará si hay suspensos? Sepa que enfadarse, alzar la voz o humillar a su hijo no sirven de nada. Y castigarle para todo el verano tampoco. ¿Cómo reaccionar entonces?

Los padres han de ser firmes y constantes en el seguimiento

Propias

Tranquilidad, análisis realista y firmeza en la aplicación de soluciones. En eso, básicamente, consiste la receta que maestros, pedagogos y psicólogos dan a los padres a la hora de afrontar los suspensos de sus hijos. Sencilla ¿no? Entonces, ¿por qué lo primero que suelen hacer los padres cuando su hijo llega con uno o varios suspensos es echarse las manos a la cabeza, enfadarse, regañarle y lanzarle toda una retahíla de castigos y amenazas? “Nunca se viven bien los suspensos; los padres se preocupan mucho porque sus expectativas académicas y sociales se frustran, y eso les provoca una reacción de enfado y de culpa que a veces dirigen hacia el niño y a veces hacia ellos mismos reprochándose no haberle ayudado más”, explica Raquel-Amaya Martínez, especialista en educación familiar y relación escuela-familia de la Universidad de Oviedo.

Petra María Pérez, catedrática de Teoría de la Educación y miembro del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universitat de València (UV), subraya que hoy los padres se miden mucho a sí mismos por el éxito de sus hijos en los estudios y en la vida, porque la deseabilidad social es tener una familia, que los hijos vayan bien en sus estudios, que no tengan conflictos y que se ganen bien la vida. “Por eso, cuando ven un suspenso, les da miedo que eso signifique que sus hijos –y por derivación ellos– van a ir mal en los estudios, van a tener un mal pronóstico para el futuro y van a fracasar”, comenta. Y opina que un suspenso no es para alarmarse ni desmoralizarse y, por el contrario, “a veces puede resultar un acicate, una manera de aprender a superar la frustración y a poner más recursos personales para superar las dificultades”. Pérez remarca que lo importante en estos casos es no desmoralizar ni humillar al chaval con comentarios del tipo “eres un vago”, “es que eres muy torpe” o “no vales para estudiar”. “Lo importante es no hacer creer al niño o al adolescente que por ese suspenso ya no es bueno para los estudios, porque está demostrado que es más predictor de éxito académico el autoconcepto académico que uno tenga que no la inteligencia”, alerta la especialista en educación de la UV. Por eso su receta es “decirle al hijo que él puede, que ha fallado y ha suspendido porque hay cosas que no ha entendido pero que podrá entenderlas con más atención y esfuerzo, animarle a superarse y apoyarle para que no se perciba como torpe y eso configure su autoconcepto académico”. Su recomendación es ver el suspenso como una forma de enfrentarse a la frustración de no haber alcanzado el nivel exigido porque se ha descuidado, y de superarla con esfuerzo en lugar de que frustrarse suponga abandonar o derive en agresividad.

Claro que no es lo mismo un suspenso que cinco, ni fallar en lengua que en plástica, ciudadanía o educación física. Por eso, lo primero, cuando llegan unas notas con suspensos, es tener una visión realista, analizar las causas. “Si un chaval suspende una o dos, quizás es que tiene problemas en un área determinada –por ejemplo en lenguas si tiene una dislexia– o ha tenido dificultades con algún contenido concreto; pero si suspende seis asignaturas, entre ellas algunas de las consideradas insuspendibles como ciudadanía, religión, tecnología, plástica o educación física, en que lo único que se exige es cumplir con las tareas que encargan los profesores, es que falla todo: la planificación, la organización, el tiempo dedicado a los deberes, las técnicas de estudio… Y eso no se soluciona con castigos eternos ni con profesores particulares; son problemas que han de afrontar los padres”, resume Benjamí Montenegro, del centro de Barcelona Equip Piscològic del Desenvolupament de l’Individu.

María Jesús Comellas, educadora y profesora de Didáctica y Organización Educativa de la UAB, afirma que no tiene mucho sentido que los padres se echen las manos a la cabeza cuando sus hijos llegan con las notas porque los suspensos no son una sorpresa para nadie: “Hay suficiente información para ir haciendo un seguimiento de cómo van los hijos en la escuela; así que en lugar de recurrir a la bronca y el castigo, hay que sentarse con papel y lápiz y hacer un análisis conjunto (padres e hijo) lo más sereno posible sobre las causas, los primeros síntomas, el proceso y el resultado final. “Si no se analiza por qué ha pasado eso no dejará de pasar; y también es importante distinguir si el chaval intenta simplemente justificarse o se da cuenta de que no ha dedicado tiempo suficiente a sus tareas y por eso ha suspendido, porque es necesario, sin broncas, ajustar su pensamiento a la realidad”, explica. Montenegro coincide en que si un chaval llega con varios suspensos y los padres se sorprenden “es que la familia tiene problemas de comunicación y con el centro escolar”.

Una vez analizada las causas de los suspensos entre padres e hijo, los expertos recomiendan ir a hablar con el tutor. “Es importante ir juntos para que no quede la opción de decir luego que el chaval miente”, advierte Comellas. Petra M. Pérez advierte que no se trata de increpar al profesor con un “¿por qué ha suspendido a mi hijo?, sino plantearle “¿cómo podemos ayudarle?” y hablar de cómo se sitúa socialmente en clase, de si es un hecho puntual la caída de rendimiento, a qué obedece….

Y una vez hechos todos los análisis, se trata de poner remedio. Los expertos consultados aseguran que no es cuestión de grandes tragedias ni dramas, ni de obligar al hijo a sacrificar todas las vacaciones, pero sí de establecer con él un plan de trabajo “y hacerle ver que el hecho de que suspenda implica a toda la familia, exige un sacrificio para él y para el resto durante las vacaciones, y si repite curso eso significa además un mayor esfuerzo económico”, apunta Pérez. Montenegro comenta que las medidas que adoptar son distintas si se trata de una dificultad puntual o hay muchos suspensos. “Si ha fracasado porque hay cosas que no ha entendido en clase, puede ser útil la opción de buscar un profesor particular que le ponga al nivel adecuado; pero si se trata de un fracaso generalizado, se puede buscar un psicopedagogo un par de horas a la semana para que le dé técnicas de organización y estudio, pero han de ser los padres los que estén cada tarde encima, revisando la agenda, el material, lo trabajado en clase y en casa… Se trata de intervenirlos, de controlar lo que hacen y de establecer qué admitimos y qué no y las consecuencias si no cumple”, indica. Y añade que no se trata de castigar sin móvil, sin internet o sin videoconsola, “sino de explicarles que si no cumplen sus compromisos no tienen esos privilegios (el móvil, el ordenador...) porque la vida es así, si no trabajas no cobras, y no es que los padres castiguen, sino que si él no asume sus responsabilidades es él quien se autocastiga”.

Raquel-Amaya Martínez cree que “se trata de poner unas normas y sus consecuencias, asumibles a cada edad, creando un clima positivo, de complicidad, diciéndoles que la responsabilidad es de ellos pero que no están solos y les vamos a ir acompañando y haciendo un seguimiento”. La educadora M.ª Jesús Comellas advierte que es muy importante que la planificación de trabajo que se haga sea realista, se ponga a prueba durante quince días y se revise cómo va, si se ajusta a lo esperado o no. “Hay que supervisar y ayudarles a planificar, y si se quejan de que ‘no te fías’ o ‘me controlas’, explicarles que se trata de acompañarle para que su plan sea viable, de enseñarle a vivir, porque la planificación es una necesidad en la vida: hace falta una planificación económica en casa para poder comprar, una planificación de las coladas para que la ropa de deporte esté lista para los entrenamientos, etcétera”, comenta. Y aconseja a los padres no liberar a los hijos de tareas domésticas o de otras responsabilidades porque tengan que estudiar: “Si han de hacer la compra o entrenar, que vayan aunque al día siguiente tengan un examen; ¡que se organicen!”. Y para los que suspendan en junio, propone una terapia de choque durante el verano que incluya tareas domésticas, hacer de canguro o trabajos veraniegos si tienen más de 16 años: “Que se responsabilicen de algo o de alguien, que compartan tiempo y actividad con gente adulta, porque eso les ayuda luego a una planificación más realista”.

Lo importante, explican los expertos, es firmeza y constancia en el seguimiento, que los hijos sepan de antemano las consecuencias si no cumplen con sus responsabilidades y, si eso ocurre, evitar el mitin y simplemente transmitir que es él quien gestiona, quien ha decidido, por ejemplo, no salir con los amigos porque no ha estudiado lo acordado. En algunos casos la tarea, al principio, puede ser agotadora, pero resulta imprescindible. Si el padre después de la bronca inicial por los suspensos sigue con su trabajo y su vida, sin más, el chaval queda abandonado a su soledad “y estudiar no es fácil, es más atractivo ir a la pantalla de internet o al televisor y ver una película”, alertan los especialistas.

Qué no hacer...

Gritar o insultar
Los chavales ya llegan angustiados y tensionados cuando han recibido un suspenso. Que los padres añadan más dramatismo a la situación no ayuda en nada y puede resultar contraproducente. Se puede expresar el descontento de forma seria pero constructiva.
Humillar y reprochar
Hay estudios que aseguran que el éxito escolar depende más del autoconcepto académico que de la inteligencia. Y calificar al chaval de inútil, vago o torpe daña su autoconcepto y no motiva.
Sermonear y olvidar
Si no se adoptan medidas, el problema no se resolverá solo. Estudiar no es fácil y si sólo depende de la voluntad del chaval es muy probable que le tienten más otras actividades.
Imponer grandes castigos
Los castigos imposibles, que no se pueden mantener en el tiempo, no tienen ninguna utilidad y deseducan. El recorte de privilegios debe ir condicionado a los compromisos adquiridos y la dedicación de tiempo al estudio.
Buscar excusas
Los chavales que suspenden no tienen necesariamente problemas de aprendizaje ni desequilibrios internos. Y normalmente tampoco es culpa de los profesores. Conviene ser realista al analizar las causas.

Qué hacer...

Mantener la calma
Cualquier suspenso es superable, es cuestión de esfuerzo complementario. Suspender puede tener incluso una vertiente positiva si se aprovecha para aprender a afrontar la frustración y a superarla con esfuerzo, sin eludirla ni caer en la agresividad.
Buscar las causas
No es lo mismo un suspenso por una dificultad concreta o un bajón pasajero que suspender un montón de asignaturas por falta de trabajo, de organización y esfuerzo. Preguntar al hijo los motivos de sus calificaciones.
Ser realista
Que el hijo suspenda no quiere decir que atraviese una depresión o tenga problemas de aprendizaje. Hay que hacer un análisis realista, a veces sólo es inmadurez.
Hablar con los profesores
Conocer cuál es la actitud y rendimiento escolar, con el chaval presente en la reunión, para evitar las dudas sobre que alguien miente.
Elaborar un plan de actuación
Pedir al hijo soluciones para cada una de las causas por las que ha suspendido y ayudarle a diseñar un plan para ponerlas en práctica. Las acciones han de ser claras y realistas. Puede ser interesante dejar constancia por escrito de los compromisos adquiridos y qué ocurrirá si no se cumplen.
Ayudar
Aunque la responsabilidad de los estudios es de los hijos, a veces hace falta que los padres les motiven, les ayuden a organizarse, les proporcionen técnicas de estudio o un profesor particular que les explique.
Supervisar
Los padres han de controlar que se cumplen las actuaciones previstas para superar los suspensos y hacer un seguimiento diario de las tareas escolares, y retirar privilegios si el chaval no asume sus responsabilidades.