La guerra comercial se convierte en global
Intercambios comerciales
No sólo es un asunto entre China y EE.UU: subsidios y aranceles se extienden ahora a otros países
“Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar. Yo soy un hombre de aranceles”. Es el credo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Recientes estudios demuestran que el auge del proteccionismo es tangible y ya está causando sus primeros impactos económicos. El conflicto entre los dos gigantes ya no se limita a amenazas o subidas de tono en Twitter, como si estuviéramos en una pelea de gallitos. En la actualidad, sólo el 13% de las exportaciones chinas está exento de algún tipo de distorsión por parte de Estados Unidos. La puerta se está cerrando cada vez más. Al mismo tiempo, la inversión directa china en el país norteamericano ha caído un 88% desde la llegada de Trump al poder: los chinos huyen. Es una guerra total.
¿Quién paga las facturas? Los pronósticos (FMI) apuntan a un efecto negativo del 0,2% en el crecimiento del PIB mundial. Un porcentaje que podría más que duplicarse y llegar al 0,5% si la tendencia a poner barreras se mantiene: el equivalente de unos 455.000 millones de dólares. El consumidor norteamericano es el primero en sufrir. Gary Hufbauer, investigador principal del Peterson Institute for International Economics, proporciona alguna cifra concreta.
“Hasta ahora el impacto ha sido indirecto, porque los aranceles inciden en la cadena de valor. Pero si Trump decide imponer tarifas en los restantes 325.000 millones de dólares de importaciones chinas, entonces los estadounidenses lo padecerán en su propia piel. Hasta ahora los hogares han tenido que enfrentarse a un sobrecoste de cerca de 500 dólares. Pero si esto va a más, la factura se dispara a 2.000”.
Un ejemplo concreto: la asociación de minoristas del calzado de EE.UU. ya ha calculado que los precios de los zapatos fabricados en China subirán en promedio un 37%. Es decir, que si antes se pagaba 150 dólares, se pasará a pagar 206. La teoría es que al aplicar barreras arancelarias se debería favorecer, por lo menos a corto plazo, a la industria nacional. Pero depende de los casos.
En EE.UU. , el zapato made in USA tan sólo representa al 1,04% de la producción y, al tener costes más caros, los bolsillos de los consumidores acaban perdiendo. El premio Nobel de Economía Paul Krugman lo explicaba muy bien en un reciente artículo. “Producir un bien en el país tiene un coste oportunidad. Los recursos que se usan para fabricarlo se podrían haber empleado en otra cosa de no existir el arancel: desviarlos para que producir lo que solíamos importar significa generar pérdidas, sin ninguna compensación para los ingresos”.
Sin embargo, estos razonamientos no parecen tener mucho predicamento porque el proteccionismo, en lugar de disminuir, aumenta. “Es como cuando tiras una piedra al agua. Se van formando círculos y olas alrededor”, suspira un funcionario internacional del comercio en Ginebra. Para Roberto Azevêdo, director general de la OMC, “la situación en el conjunto es preocupante”. Los países del G-20 en su última reunión en diciembre en Argentina emitieron un comunicado edulcorado en el que reconocían que “el comercio y la inversión internacionales son importantes motores de crecimiento, productividad, innovación, creación de empleo y desarrollo. Reconocemos la contribución del sistema de comercio multilateral a estos objetivos”.
Pero la realidad demuestra que está ocurriendo lo contrario de lo que se puso entonces sobre el papel. Las medidas restrictivas del comercio en este periodo se han duplicado y han afectado a mercancías por 340.000 millones de dólares, un 44% más que el promedio de los últimos siete años. “El impacto no se limita a un grupo de países, sino que se está extendiendo y amenazando el crecimiento económico mundial”, destaca Azêvedo.
Las barreras ya afectan al 0,73% del valor del comercio mundial, según cálculos de la OMC. Algún ejemplo: India ha subido los aranceles a su vecino, Pakistán, un 200%; Canada ha anunciado 755 millones de subsidios a las exportaciones a su industria energética; Turquía ha introducido unas tarifas adicionales de hasta el 30% en los materiales de la construcción; Brasil ha aprobado un subsidio al sector de la automoción durante cinco años, y hasta la UE ha puesto en marcha un plan de ayudas públicas de 2.000 millones de dólares en un proyecto en el sector de la microelectrónica al sostener que está en “el interés común europeo”.
De hecho, entre diciembre y mayo, China y Estados Unidos sólo fueron responsables del 17% de las medidas proteccionistas puestas en marcha en el G-20: el resto del mundo es quién e está subiendo al carro. En cuanto a los países que no son miembros de este grupo, incluso triplicaron el número de políticas discriminatorias respecto al mismo periodo del año anterior: pasaron de 35 a 105. Estamos entrando en una nueva era. “El multilateralismo en la actualidad se percibe como demasiado complicado. Ahora se prefiere potenciar la idea de los campeones nacionales. Y esto se hace también a base de subvenciones y ayudas públicas de dudosa legalidad y que son a veces muy difíciles de detectar por las instituciones internacionales”, admiten expertos comerciales en Ginebra.
Este cruce de represalias implica además una recomposición de los flujos comerciales. Porque en esta guerra –como en todas las guerras– también hay quien se beneficia. Un ejemplo: China introdujo como medida de retorsión unos aranceles a la langosta procedente de EE.UU. Como consecuencia, las exportaciones han caído un 70%. En cambio, ahora las langostas de Canadá hacia China se han duplicado. A su vez, desde que Pekín y Washington están en guerra comercial, Vietnam, Indonesia, Corea han aumentado sus exportaciones hacia EE.UU., mientras que Brasil está vendiendo más soja a China...
¿Y Europa? Se encuentra en medio de la contienda. Según la agencia de las Naciones Unidas Unctad, podría incluso beneficiarse, con unas ganancias de 70.000 millones de dólares gracias a la guerra comercial. Es notorio que a Bruselas le molestan algunas prácticas de Pekín (empresas estatales subvencionadas, violaciones de propiedad intelectual), pero al mismo tiempo no quiere perder su inmenso mercado. “A largo plazo, la UE podría verse arrastrada en la caída del multilateralismo, del que es defensora, y quedarse sola porque China opta cada vez más por acuerdos bilaterales y regionales, sobre todo en Asia”, reflexionan fuentes comerciales. Es significativo, en este sentido, que mientras los aranceles medios de China a EE.UU. en el 2018 subieron del 8% al 20%, en el resto de los países bajaron hasta el 6,7%.
¿Por qué entonces tantos países se están sumando a una guerra un tanto suicida desde el punto de vista económico? “A los políticos les seducen los beneficios a corto plazo del proteccionismo e ignoran los costes a largo plazo para las industrias y los consumidores. A los perdedores se les pide estar callados y cumplir con su deber patriótico y pagar precios más altos si hace falta. Es ridículo, pero es la política de hoy”, admite Hufbauer.