“Gracias, Rafa”, siguen voceando hoy los carteles que reciben al pasajero en el aeropuerto de Málaga, y los que envuelven las vidrieras en la estación de metro del Palacio de los Deportes, y los que saludan al turista que se toma un chocolate en el Paseo de la Alameda.
Contemplo aquellos carteles mientras recorro los bulevares de la ciudad.
Y todavía me digo:
–Vamos, Rafa.
Pero Rafael Nadal ya se ha marchado, el equipo español se ha difuminado, hay órdenes de retirada en la sala de prensa y los espectadores más animosos van perdiendo el ánimo: aburridos al sol, ayer se tumbaban en las tumbonas y contemplaban el Altmaier-Diallo y el Struff-Shapovalov, el desaborío cruce de cuartos entre Alemania y Canadá (se impuso Alemania, 2-0; será rival de Paíess Bajos en la semifinal).
Qué pequeñita se ha quedado esta Copa Davis.
Esto no estaba previsto.
Al menos, no tan pronto.
En el imaginario popular estaba previsto que Nadal se hubiera marchado por la puerta grande, ofreciendo un rendimiento estupendo o, al menos, notable.
Y que el equipo de David Ferrer hubiera accedido al menos a las semifinales, y no los neerlandeses.
Y que el homenaje de despedida al manacorí hubiese sido un ejercicio digno, no un acto inoportuno, sobrevenido y desganado que se celebraba al caer la noche, ante un público desencantado y con ganas de irse a casa, que mañana hay que trabajar como todo hijo de vecino.
Ha sido todo extraño porque estábamos con la adrenalina a tope, y al perder se ha juntado todo”
(...)
En la medianoche del martes al miércoles, la marea roja había bajado la cabeza mientras contemplaba cómo los oranje neerlandeses se apropiaban del escenario.
Allí abajo botaban las gentes de Paul Haarhuis, bendecidos por la victoria de Van de Zandschulp sobre Nadal, y luego la de su dobles.
Menudo corrrillo habían montado, parecían campeones olímpicos, y no los incómodos invitados que se han colado en tu fiesta y se han traído su música y sirven las copas con garrafón y apagarán la luz al salir y arruinar el guateque.
Vaya resaca mañana.
(...)
En la noche del martes, cuando todo ha acabado en la pista del pabellón Martín Carpena, tres hombres tristes se sumergen en su vientre y atienden a la decena de periodistas que aún permanecemos allí. Los cronistas somos la guardia de corps, irreductibles que recorren el mundo narrando las peripecias de los astros del tenis, somos aquello que Rafael Nadal ha bendecido una hora antes, en su discurso de adiós:
–Me habéis acompañado por todo el mundo, me habéis tratado genial, habéis contado mi historia, que ha sido preciosa.
Es la 1.10h de la noche, no son horas de tenis, y los tres hombres tristes son David Ferrer, el capitán español, y Carlos Alcaraz y Marcel Granollers, los doblistas que han intentado desfacer el entuerto pero no ha habido manera, este era un nudo constrictor, un nudo molinero que no se desata, alea jacta est.
–Analizar lo que ha ocurrido no es fácil –dice David Ferrer, el capitán. Habla quedo, siempre habla bajito, pero el mensaje llega igual–: yo he decidido qué jugadores jugaban y esa decisión ha sido complicada (...) Esto es el deporte y mañana habrá que levantarse y asumirlo.
En realidad, el diplomático David Ferrer ha ocupado un papel secundario en este enredo: un halo de sospecha sobrevuela el escenario.
Todos, Nadal y él mismo, insisten en que ha sido el capitán quien ordenó que el manacorí saliera a escena para medirse a Van de Zandschulp.
(La apuesta ha salido rana, a los hechos nos remitimos).
–Ha sido todo un poco extraño porque estábamos con la adrenalina a tope, y al acabar perdiendo se ha juntado todo.
En los corrillos se disiente.
Son días de debates abiertos.
¿Esto era todo?
Los escépticos se van preguntándose: “realmente era esta la despedida que había soñado Nadal?”
En algún momento de la rueda de prensa, Marcel Granollers se desconecta. Su mirada se pierde en algún punto al fondo de la sala.
Solo regresa al presente cuando le preguntamos por Nadal.
Entonces, dice:
–Yo le doy las gracias por los valores que ha transmitido a lo largo de su carrera.
¿Y Alcaraz?
El heredero de la corona del rey, como le califica un interlocutor, trae la respuesta preparada:
–Para los jóvenes que venimos por detrás y tenemos muchos años por delante, es una suerte haber vivido la etapa de Federer, Nadal y Djokovic. Aunque también sé que, si no alcanzamos ese nivel, tal vez se vea como una decepción. Yo voy a intentar ser la mejor persona posible, a ver si al final de mi carrera doy al menos la mitad que Nadal –dice Alcaraz.
Cuando salgo a la noche, fresca en estos días en Málaga, le pregunto a Javi Sánchez, compañero de El Mundo:
–Es cierto que Nadal se ha despedido compitiendo, aplaudido por su público. Pero, ¿crees que esta era realmente la despedida con la que ha estado fantaseando en estos meses?
Ambos nos encogemos de hombros, ponemos cara de póquer.