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Coubertin, un personaje con aristas

El clasicómano

La numerosa obra escrita no deja en buen lugar al recuperador de los Juegos Olímpicos

Estatuas.Coubertin es recordado en numerosos ámbitos olímpicos, como en el parque olímpico de Atlanta

via www.imago-images.de / EFE

Nacido en París el 1 de enero de 1863, Pierre de Coubertin ha pasado a la historia como el recuperador de los Juegos Olímpicos. Pedagogo y deportista (destacó en tiro con pistola), se inspiró en el modelo de las escuelas inglesas y en las competiciones que se organizaban en la segunda mitad del siglo XIX.

El impulsor de los JJ.OO. procedía de una familia noble, su abuelo fue el primer barón de Coubertin, y se educó en la escuela jesuita de la calle Madrid, en París, antes de seguir una carrera militar en la academia de Saint Cyr, fundada por Napoleón Bonaparte. Se interesó por el deporte como vía de mejora del sistema educativo francés, con el objetivo de “regenerar la raza francesa mediante la reeducación física y moral de las futuras élites del país”, necesitada de renovación, pensaba, tras la derrota en la guerra franco-alemana de 1870.

Con la mirada actual, muchas de sus opiniones son escandalosas

Las inquietudes deportivas de Coubertin le condujeron luego a la divulgación internacional y cristalizaron en el Congreso de la Sorbona, en 1894, donde se aprobó la recuperación de los Juegos Olímpicos y su celebración cuatrienal. Allí se decidió también que Atenas organizaría los primeros, en 1896. Por razones históricas, pero también porque en Grecia se estaban impulsando unos Juegos estrictamente locales cuya primera edición se debía haber llevado a cabo en 1892 y había sido aplazada hasta 1896. Se unían así las dos iniciativas. También en aquel congreso se analizó un asunto candente: la separación entre amateurismo y profesionalismo. Se fundó el Comité Olímpico Internacional y se situó como primer presidente al empresario y escritor griego Dimitrios Vikelas. Coubertin le sucedió en 1896 y se mantuvo al frente del movimiento olímpico hasta 1925, en el mandato más largo hasta la fecha (29 años), por delante de los 21 de presidencia de Juan Antonio Samaranch.

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Fue en 1908, con ocasión de los Juegos de Londres, cuando Coubertin pronunció una de las sentencias que han marcado su biografía: “Lo importante no es ganar, sino participar”. En realidad, estaba citando, y así lo explicó él en aquel momento, al obispo anglicano de Pensilvania, quien, en una ceremonia organizada en la catedral de Saint Paul en honor de los atletas, había dicho: “Lo importante en estas Olimpiadas no es tanto ganar sino tomar parte”. Tampoco, aunque se le atribuye a menudo, la divisa “citius, altius, fortius” le pertenece en puridad. Él la pronunció en la inauguración de los primeros Juegos, pero fue creación anterior del dominico francés Henri Didon.

Pierre de Coubertin dejó numerosa obra escrita, discursos y más de mil artículos, y su revisión con la mirada actual no deja en buen lugar, por decirlo amablemente, al impulsor del olimpismo moderno. Fue un firme partidario de la colonización y consideraba el deporte un instrumento útil para “disciplinar a los indígenas”. Proclama que “la raza blanca es en esencia superior, a la que las otras deben lealtad”. Fue reacio a la presencia femenina en los Juegos: “¿Qué interés tendría una pequeña olimpiada femenina al lado de la gran olimpiada masculina? Nada práctica, sin interés, nada estética y aún más: incorrecta... En nuestra concepción, debemos seguir buscando la exaltación solemne y periódica del atletismo masculino... con el aplauso femenino como premio”.

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A pesar de esta posición misógina, hubo mujeres (pocas) en las primeras ediciones, ya que la organización se delegaba a entes locales. Pero no hubo atletismo femenino hasta 1928, cuando Coubertin ya no era presidente. Los últimos Juegos celebrados en vida de Coubertin fueron los de Berlín 1936, a los que no asistió, pero tuvo palabras de elogio al pueblo alemán y opinó que “la glorificación del régimen nazi ha sido el choque emocional que ha permitido el desarrollo que han vivido”.

El barón Pierre de Coubertin murió arruinado, por los gastos de su representación olímpica y por las graves enfermedades de sus dos hijos, cuando paseaba por un parque de Ginebra, el 2 de septiembre de 1937.