Harry Kane, bonito nombre. Suena a cantante estrella o a actor de Hollywood. A medias, pero con más empaque, entre Harry Styles y Michael Caine. Bonito jugador de fútbol también, uno de los mejores del mundo, pero su brillante trayectoria esconde una tragedia.
Codiciado en su día por el Madrid, el Barcelona, el Manchester City y demás grandes, máximo goleador de la historia de la selección inglesa, máximo goleador de la Premier en el siglo XXI, máximo goleador del Mundial 2018, máximo goleador esta temporada en la Bundesliga, Kane ha ganado menos trofeos que Dmitró Chigrinsky, que (premio al que lo recuerde) Rustu Reçber, incluso que Riqui Puig.
La verdad es que, a sus casi 31 años, 13 como profesional, Kane no ha ganado nada. Eso es: nada. Niente , nothing , res , rien o, como dicen en Alemania, nichts . El verano pasado dejó el club de sus amores, el Tottenham, por el Bayern Munich, pensando que aquí sí se quitaría el hechizo de encima. Mejor garantía imposible. El Bayern es a la liga alemana lo que Putin a las elecciones rusas. ¿Para qué molestarse? Había ganado los once anteriores campeonatos alemanes seguidos.
Pero ni siquiera. El Bayern perdió este fin de semana en casa, alargando la distancia con el líder, el Bayer Leverkusen de Xabi Alonso, a 13 puntos. Al finalizar el partido, su técnico Thomas Tuchel tiró la toalla. “Felicidades al Leverkusen”, dijo.
Nada que reclamar a Kane. Felicidades le tocan a él también. Ha hecho lo suyo: 31 goles en lo que va de temporada, a ocho del que le sigue en la Bundesliga, en camino a batir el récord histórico de Robert Lewandowski. Pero en cuanto a los equipos por los que Kane juega, habría que rebautizarle, pobre, “Harry Kiri”. Ficharle es un suicidio.
A sus casi 31 años, 13 como profesional, Harry Kane no ha ganado nada
Pero poco que reprocharle como compañero. Al contrario, capitán indiscutido de la selección inglesa, es la solidaridad hecha carne. Ejemplar en el vestuario, no solo marca goles sino que da asistencias, lucha por recuperar balones, combina a la maravilla en el centro del campo. Seguramente hubiera sido mejor opción para Pep Guardiola en el Manchester City que el llanero solitario Erling Håland.
Y es un buen chico, el pluscuamperfecto con el que los padres quisieran que se casara su hija. Solo que ya está casado, y con cuatro hijos, con una mujer que conoce desde la infancia. Y ningún rumor de un affair, tentación en la que uno siente que difícilmente caerá gracias a su nobleza de espíritu, o a su falta de imaginación o al hecho de que durante las temporadas (lo nunca visto en un jugador de las islas) nunca toca una gota de alcohol.
Para colmo, es casi vomitivamente buena gente. La Harry Kane Foundation se dedica a combatir problemas de salud mental entre la gente joven. Va a colegios y da charlas a adolescentes en los que cuenta cómo ha luchado por superar las presiones de la vida exigente, por no decir desesperadamente frustrante, que le ha tocado. Y encima combate por los derechos gay. En todos sus partidos en el Mundial de Qatar salió al campo luciendo un reloj con los colores de la bandera LGTBIQ+.
Existe una estatua de Kane, eso sí. Se hizo con fondos públicos hace cuatro años en el poco vistoso barrio londinense de Chingford, donde nació. La idea había sido colocarla en la estación de Chingford pero aún yace, sin desempolvar, en un depósito municipal. Los que se oponen a que se exhiba son un par de representantes de la alcaldía de Londres que dicen que representaría un riesgo para los viajeros de tren, cosa poco probable. Más bien será que los susodichos son fans del Arsenal (rivales a muerte del Tottenham) o están esperando a que por fin gane su primer trofeo.
Capitán indiscutido de la selección inglesa, golea, asiste y es la solidaridad hecha carne
Kane, que también es filósofo, no se inmuta ante lo que se podría interpretar como otra humillación más. “Una estatua es una estatua”, dice. “No va a definir mi vida ni para bien ni para mal”.
Le queda una oportunidad esta temporada para vencer su vudú: la Champions. Ahí sigue el Bayern y habría que tener el corazón muy duro para desear no que la gane, o que no gane algo algún día, aunque sea la Europa Conference League. Pero quizá mejor que no. Quizá mejor, para mayor gloria, que defina su vida de la siguiente manera: como el mejor jugador que nunca ganó nada de nada.