“Todo lo que sé de moralidad se lo debo al fútbol”.
Albert Camus
Imagínense el encuentro entre Messi y su viejo compinche Luis Suárez, o con Dani Alves, la primera vez que se vieron después de la conquista argentina de la Copa del Mundo. Palmaditas, risas, chócame esos cinco. Así fue como Vladímir Putin saludó a Mohamed bin Salman (MBS) semanas después que el mandamás saudí ordenara la muerte del periodista disidente Jamal Khashoggi.
“¡Así se hace! ¡Bien jugado, Mohamed!”.
Podemos suponer que si los dictadores se encontrasen hoy, pocos días después que Putin acabara con la vida del mártir Alexéi Navalni, se saludarían con igual efusividad. Las armas de persuasión política del zar ruso y de MBS son idénticas. Cuando el poder está en juego, el terror es la primera opción. Asesinos del mundo, uníos.
Pero el deporte internacional, en su infinita sabiduría, distingue entre los dos. Castiga a Rusia, expulsándola de los Juegos Olímpicos y del Mundial de fútbol, pero premia a Arabia Saudí, imperio petrolero en vías de convertirse en el circus maximus del deporte, sede del Mundial del 2034 incluido.
OK, es verdad. Rusia invadió un país, mientras que Arabia Saudí solo descuartiza o decapita a sus opositores internos, ametralla a inmigrantes “ilegales” en sus fronteras y lanza misiles contra Yemen con similar entusiasmo al de Israel en Gaza.
El deporte internacional, en su infinita sabiduría, castiga a Rusia y premia a Arabia Saudí
Pero, a ver. Quizá haya llegado el momento de imponer los boicots con más rigor, ¿no? ¿A qué otros países les podría tocar?
Empecemos con los más obvios. A Israel, por infanticidio, para empezar. A Siria, por matar a 600.000 personas en diez años, con ayuda rusa. A Irán, por la violencia que patrocinan en Oriente Próximo y la sistemática opresión de sus mujeres. A China, donde han internado a un millón de uigures en campos de concentración por ser musulmanes (silencio sepulcral de MBS y los ayatolás de Teherán, por cierto). Y a Corea del Norte por… bueno, por lo que quieran.
Por justicia, otro candidato tendría que ser Estados Unidos, sede del próximo Mundial. Por la enorme cantidad de armas que suministra a Israel y a Arabia Saudí y, como castigo retrospectivo, por la invasión de Irak, germen de tantos horrores en aquella región olvidada de Alá.
¿Y qué tal España? Ya, de acuerdo, no se puede comparar el sufrimiento que ha causado el actual Gobierno español con el de los países que acabo de mencionar. Pero, si tomásemos como referencia la palabra de sus opositores, sí que habría motivos para considerar la expulsión del deporte español de las competiciones internacionales. El principal partido opositor, el PP, y sus aliados espirituales de Vox han acusado a Pedro Sánchez y a sus ministros y ministras de ser, entre otras cosas, “autócratas”, “déspotas”, “psicópatas” y “caudillistas”. Ah, y de fomentar “el apartheid”.
Por coherencia elemental, el PP y Vox deberían ser los primeros en pedir un boicot deportivo contra España como escarmiento al régimen sanchista, igual que los partidos negros sudafricanos en su día contra el régimen racista blanco.
Por coherencia, el PP y Vox deberían pedir sanciones como escarmiento al régimen sanchista
En cuanto a Catalunya, los mandatarios de la FIFA y el Comité Olímpico Internacional lo tendrían aún más fácil. No solo políticos opositores, sino al menos un venerable juez español consideran que las tierras catalanas cobijan nidos de terroristas al mando de políticos comparables con los líderes de ETA, el IRA o Hamas. La duda sería si extender el boicot más allá de jugadores catalanes como Lamine Yamal e incluir a los extranjeros que han vendido sus almas al Barça o al Girona, como el polaco Robert Lewandowski o el ucraniano Artem Dovbyk.
Habrá quien diga –lo entiendo– que me estoy excediendo en pureza moral. Que si seguimos por el camino que propongo, tendremos que decir adiós al deporte como espectáculo global. Pues no. Hay una salida. Que todos aquellos a quien las autoridades internacionales identifican como leprosos se vayan a jugar en las ligas y los circuitos profesionales de Arabia Saudí. Que disfruten del boom deportivo en el desierto. Mejor pagados que nunca, serán felices allá con tal de cerrar los ojos cada vez que se crucen por el camino con una decapitación pública o una prisión donde encarcelan a hombres y mujeres por enviar tuits que no son del agrado del colegui del zar Vladímir, el magnífico y munificente Mohamed bin Salman.