Manicomio de la mentira

Opinión

Manicomio de la mentira

La cuestión es si la muerte anunciada de Alexéi Navalni tendrá consecuencias políticas para su asesino, Vladímir Putin, o para el sistema totalitario ruso contra el que Navalni luchó, o si la historia dirá que su sacrificio fue en vano.

Navalni podría estar viviendo cómodamente hoy en Alemania, o Inglaterra, o Estados Unidos o la Costa del Sol. Hubiera denunciado al “lagarto” Putin, como él lo llamaba, día tras día en la CNN, la BBC y en todos los medios que él hubiera querido. Lo que hubiera tenido su utilidad, como mínimo para alentar a los países de Occidente a seguir apoyando a Ucrania en la guerra absurda y cruel que Putin inició.

Pero no. Pese a saber que el riesgo que corría era enorme, pese a que acababa de sobrevivir a un intento de asesinato con el agente nervioso Novichok y estaba sano y a salvo en Alemania, Navalni se subió a un avión en enero del 2021 y regresó a Rusia. Lo detuvieron en el aeropuerto de Moscú, lo encarcelaron, lo mandaron finalmente a la prisión rusa más dura, a 60 kilómetros al norte del círculo polar, y ahí, oh sorpresa, murió el jueves.

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Así fue la última aparición pública de Alexéi Navalni antes de morir

Putin será recordado como un cínico mentiroso, y Navalni, por su integridad

Maria Pevchikh, una colaboradora de Navalni exiliada en Londres, explicó hace tres años el porqué de la vuelta de Navalni a la boca del lobo. “Ha construido su carrera política y ha logrado su popularidad diciendo a la gente que no debe sentir miedo. ¿Cómo de hipócrita sería pedirle a la gente que sea valiente, que sea audaz, y llegada la crisis tú no eliges el camino de la valentía?”.

El presidente ruso, Vladímir Putin, protagonizó una charla con estudiantes y trabajadores industriales el jueves

El presidente ruso, Vladímir Putin, protagonizó una charla con estudiantes y trabajadores industriales el jueves

EFE

La valentía de Navalni, su heroísmo, no tiene nombre. Roza la locura. Como también la roza Putin todas las horas del día, pero lo más probable es que no haya consecuencias políticas, que siga ahí en el manicomio de la mentira y la crueldad que es su Kremlin, que vuelva a ganar por una farsa de goleada las elecciones rusas del mes que viene, que el pueblo ruso siga o engañado o aterrorizado o hundido en la impotencia del cinismo, como durante los tiempos soviéticos, durante los de los zares, hoy y siempre.

A la larga, demasiado a la larga, la historia verá a Putin como el emblema por excelencia del cinismo y la mediocridad, de la banalidad del mal. Navalni será recordado como la integridad en su máxima expresión. Pero, salvo que de repente ocurra algo muy inesperado, de poco le sirve el sacrificio de este gran hombre a Rusia o al mundo hoy. Lo cual es una terrible pena.

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