Recuérdense ustedes a los 17 años y piensen en Lamine Yamal. No se apuren, ya lo hago yo. Instituto de barrio periférico, demasiado pendiente de la chica que me gustaba, flirteo con drogas blandas, hurtos ridículos y proyecto fallido de futbolista adolescente ya en declive. Luego la cosa mejoró, quiero creer. Trampeando hasta hoy, dedicándome a escribir de deportes y las más de las veces de fútbol. Hasta tengo una reputación. Risas.
15 años exprimiéndonos las meninges mis colegas de gremio y servidor para contar las hazañas de Messi y de repente aparece Lamine Yamal. Sin ánimo de compararlos, pero este chico no es normal. A los 17 años no se hacen semejantes barbaridades sobre un campo de fútbol. La camiseta del Barça pesa toneladas y llevarla con esa ligereza no estaba contemplado en ningún catálogo, ni siquiera en el dedicado a los niños prodigio. Contra el Benfica el chaval de Mataró se erigió en el jugador más joven de la historia en marcar un gol y dar una asistencia en la Champions League.
El equipo de Lamine Yamal & Cía gana y disfruta a la vez; esa sincronía se da poco y anticipa lo mejor
Hubo un recorte suyo en el origen del primer gol en el que desorientó al veterano Otamendi e hizo caer al suelo a Florentino Luis. A la vez, como coreografiando su capitulación. Los grandes regateadores se caracterizan por engañar no solo a sus defensores sino al público que sigue sus jugadas. Por eso despiertan admiración y el ¡oh! de la grada, porque intuir el devenir de su siguiente paso es un misterio que solo el elegido tiene en la cabeza. Y su pensamiento, sincronizado con sus pies, funciona a una velocidad distinta, obviamente mucho más veloz.
El segundo tanto fue directamente memorable. Encadenó amagos hacia adentro centrándose hasta encontrar el ángulo ideal para soltar su izquierda. La particularidad de la acción estuvo en la ejecución del golpeo, que no pareció ni medio violento: fue algo más que un pase a la red, como dicen los cursis, fue un disparo que sonó a canción de los Eels, suave y demoledora a la vez.

Desafiante, Lamine Yamal dedica su gol a Rocafonda, su barrio
La irrupción de Lamine Yamal es fantástica porque relativiza la monserga de los algoritmos aplicados al fútbol y la hiper-teorización de un deporte que embellecen y subliman sus rebeldes solistas, claro está, al servicio de una idea colectiva. Cuando ambas circunstancias convergen nacen equipos como el Barça actual. Posee el grupo azulgrana un entusiasmo juvenil contagioso, una idea de juego atrevida en la que cree hasta el conserje del club y una energía positiva que conecta con su gente. Y como toda trama arrebatadora se añade la historia de redención personal, el futbolista denostado que se subleva contra su destino y acaba triunfando. La transformación de Raphinha es tal que uno se sorprende a sí mismo pidiendo el Balón de Oro para el brasileño sin sentirse demasiado culpable porque su mal pronóstico fue compartido por decenas de especialistas. Equivocarse a veces da placer.
Hansi Flick es probablemente el hacedor de la radical mejora de tantos elementos. Si nos repele el algoritmo, qué decir de lo mucho que celebramos la poca importancia que se otorga Hansi Flick, figura más cercana a Rijkaard que a Guardiola, protagonista de un liderazgo silencioso y natural pero extremadamente transformador, que habla a través de un equipo enérgico, trabajador y capaz de fusionar dos verbos que erotizan al común de los barcelonistas: ganar y disfrutar.
Este tipo de mágica sincronía se da poco y anticipa éxitos. “Podemos ganarlo todo”, dijo al acabar Raphinha. Y ahora lo complicado es no creerle. Quien nos lo iba a decir.