Una de las habilidades de Joan Laporta: no perder la sonrisa sean cuáles sean las circunstancias. Será una virtud, pero en momentos de desbarajuste institucional como el actual muchos culés le agradecerían cierta contención expresiva. Laporta siempre ha combatido el catastrofismo y militado a favor de la ilusión. La caricatura del “¡Al loro, que no estamos tan mal!” le sigue definiendo. Si Laporta fuera el capitán del Titanic, acusaría al iceberg de madridismo sociológico antes que admitir ineptitudes flagrantes al timón de la nave.
Esclavo de una comunicación defectuosamente tendenciosa, el club ha activado su enésima cortina de humo. Doctrina: recurrir al charlatanismo reglamentario y jurídico para no tener que admitir el flagrante incumplimiento de los plazos. La opacidad agrava la hipoteca del futuro. El opositor más constante –a menudo legítimamente ambiguo–, Víctor Font, debería rebautizar su plataforma como “Sí –es una emergencia– al presente”. Las piruetas dialécticas de picapleitos ya no convencen ni a los seguidores de Laporta ni a los de Font, resignados a que la nueva junta les fagocitara –Xavi, Jordi– parte de su programa electoral. El Gran Malabarista no se conforma con hacer girar dos o tres platos a la vez y va añadiendo dificultad (el nuevo Camp Nou, etcétera) a su proeza hasta que los platos han empezado a caerse.
Si disfrutas con el partido de Barbastro, ¿estás siendo cómplice del desbarajuste?
Otro presidente con tantos frentes abiertos procuraría mantener cierta compunción escénica, aunque fuera fingida. Viéndolo en Barbastro, en cambio, exultante y risueño, Laporta me recordó al Genio de la lámpara maravillosa (el de Disney, no el de Las mil y una noches). El Genio es un espíritu cómico y cósmico que tiene el poder de conceder deseos cuando alguien friega la lámpara buscando soluciones desesperadas a dificultades terrenales. La diferencia es que el Genio cumple, mientras que Laporta pospone, dilata y retuerce su poder. Es capaz de hacerle creer a cualquier iluso desesperado que le ha concedido un deseo y una ilusión que, en realidad, son la proyección de una remota fantasía de incierto cumplimiento. La etimología de ilusión no presagia nada bueno: viene del latín illusio, que significa engaño, con la derivada –no sé qué es peor– de burla. Pero si logras olvidar las ineptitudes institucionales y disfrutas con el partido de Barbastro, ¿estás siendo cómplice del desbarajuste directivo?

Joan Laporta, sonriente junto a Enrique Cerezo en la previa del Barça-Atlético
En estos días de flagelación justificada por la no inscripción de Dani Olmo y Pau Víctor, hay momentos en los que la complacencia del presidente y su capacidad de negar la realidad me despierta una perversa simpatía que, por supuesto, negaré haber sentido. Mientras la oposición denuncia –¿a buenas horas?– una gestión alarmantemente errática, no deja de ser fascinante que, como respuesta, los mismos que hacen circular como verdades lo que solo son deseos quieran transmitir confianza y credibilidad. Sin embargo, y como si analizamos los diagnósticos racionales sobre la salud del club acabaremos pidiendo la eutanasia, miramos de reojo al genio de la lámpara y, aunque sospechamos que es un poco trilero, nos preguntamos si, como ha pasado otras veces, será capaz de superar una situación crítica a la cual también han contribuido la desafección de muchos culés.