En tiempos de auge del terraplanismo y otras memeces estamos a dos días de que corra por las redes sociales una teoría que sitúe el lugar de nacimiento de Hansi Flick en un planeta de nombre raro y no en Mückenloch, pueblo de Alemania. Esos ojos azules sobrenaturales le delatan, dirán. Y lo peor es que tardaremos unos segundos en descartar la tesis, tal es el embobamiento que está ejerciendo el señor Flick entre las gentes barcelonistas.
Asombrados estamos también quienes llevamos años ejerciendo el periodismo deportivo, sea bien, mal o regular. Nadie anticipó una transformación del Barça de tal calibre después de una temporada en blanco del equipo masculino de fútbol y de tiempos institucionales que como poco podríamos calificar de inestables. Joan Laporta, discutido por su manera de llevar el club, acertó en su decisión más trascendente, la elección de entrenador después del periodo de Xavi.
El Barça del asombroso Hansi Flick está bien situado en la Copa, la Liga y la Champions
Uno de los méritos del técnico alemán ha sido precisamente tomar el relevo con una gran generosidad respecto a la obra de su predecesor. No es habitual. Es cierto que su equipo apuesta por un juego diferente al anterior, menos posicional, mucho más físico, vertiginoso y determinado, pero no rechazó ninguna herencia sino que dio las gracias por recibirla antes de disponerse a aprovecharla. Pedri, por lo que sea (buena suerte o ciencia médica bien aplicada), no sufre lesiones y está inmenso y Cubarsí, Gavi, Balde y sobre todo Lamine Yamal tienen un año más. Pero todo lo que está sucediendo más allá de eso es mérito suyo: a nadie escapa que los refuerzos de Dani Olmo, Pau Víctor y Szczęsny no explican por sí solos esta soberana metamorfosis.
Que Flick aterrizase en Barcelona como un extraterrestre (es una manera de hablar, no se lo tomen de forma literal o nos convertiremos en terraplanistas todos) ha sido una bendición. Sin conocer el idioma pero, sobre todo, incontaminado del chapapote del que se venía, Flick entró al vestuario dispuesto a escrutar a sus nuevos futbolistas sin prejuicios ni mochilas colocadas por otros. Impermeable al entorno, si aquí envolvíamos para regalo a Raphinha, De Jong y Ferran Torres y mirábamos el DNI de Lewandowski con resignación, Flick se tapaba los oídos, aplicaba una mirada limpia y solo veía jugadores de primer nivel, internacionales por sus poderosos países (Brasil, Países Bajos y España), así como a un delantero centro que tuvo a sus órdenes al que imaginó marcando una pila de goles con apetito juvenil.
El efecto Flick es extraordinario. Tanto como para resumir en unas líneas el partido de Mestalla: el Barça pasó por encima del Valencia por segunda vez en diez días y ya está en las semifinales de la Copa. Estamos en febrero y el equipo azulgrana tiene opciones en esa y en las dos grandes competiciones: la Liga (a cuatro puntos del líder pero con casi una vuelta entera por disputar) y la Champions (ya en octavos de final ahorrándose los playoff).
El otro día le preguntaron a Flick cómo se sentía a pocos días de cumplir 60 años. “He hecho realidad muchos sueños y uno de ellos era entrenar al Barça. Es algo increíble. La ciudad es fantástica... el sol, la comida, el clima... Es febrero y mira qué temperatura hace. Me encanta este club y entrenar a este equipo. Los jugadores son únicos, es increíble. Nunca había vivido algo igual”. ¡Que no, que nació en Alemania!