Ser del Barça nunca ha sido sencillo: exige muchos sacrificios, empezando por el de aceptar que a goles en propia meta somos los mejores de los grandes clubs de Europa. Si los españoles no hemos logrado cargarnos a España en siglos, la fortaleza del Barça está en que ni siquiera el barcelonismo –y sus juntas directivas– han destruido este club pasional que da nombre a una ciudad, Barcelona.
Ha fallecido el Cholo Sotil en Lima y aún me dura el berrinche. ¡No está mal cincuenta años de berrinche! ¿Que no hay para tanto? Un momento. Yo tuve una infancia feliz y la mar de dichosa en los años 60, salvo los disgustos que me propinaba el Barça, frecuentes y sonados. Solo hubo dos alegrías y al ser tan pocas me parecieron extrañas, sin saber siquiera cómo celebrarlas: sendas copas del Generalísimo –la final de las botellas ante el Real Madrid en el Bernabéu de 1968 y la del gol de Alfonseda en la prórroga contra el Valencia, año 1971–.
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Johan Cruyff, Hugo Sotil yJohan Neeskens
Los batacazos, en cambio, eran hondos, entre ellos la final de la Recopa de Basilea ante el Slovan de Bratislava, el colmo del infortunio de 1969. Entre tanto, el Real Madrid levantaba Copas de Europa y los mayores se dedicaban a añorar a Kubala, César o Luis Suárez. Créanme: aquello era el enamoramiento más ingrato y no correspondido que un niño pudiera descubrir...
Sólo el propio Barça fue capaz de cargarse un once que jugaba al fútbol como los ángeles
De repente, el FC Barcelona fichó en 1973 a un jugador peruano desconocido pero con el aval de su participación en México 70 –el mejor Mundial que uno recuerda– y nada más aterrizar ganamos el Gamper como cada año pero como nunca, entre aires de renovación y frescura. ¡Qué gran partido ante el Borussia de Monchengladbach, ganado en la prórroga con gol de Sotil! La final terminó casi a las dos de la madrugada y presagiaba una temporada distinta. Era el fin de muchas cosas, entre ellas la dictadura y aquella insoportable hegemonía merengue.
Y después aterrizó Johan Cruyff, con la Liga 73-74 en marcha. El Barça dejó de perder y cada partido era un festival de fútbol, una gozada. La alineación quedó en la memoria, como de memoria y los ángeles jugaba aquel once que borró los sinsabores. Con Sotil y Cruyff, descubrimos a Marcial y entendimos la grandeza de Rexach. Era una máquina moderna, afinada, indestructible...
¿Y qué hizo entonces el Barça? Destruirla, dejar de lado al Cholo Sotil toda una temporada, cargarse un once maravilloso y volver a perder partidos. No hay excusas sobre esto o aquello. Sotil disputó 70 partidos oficiales –no son tantos–, lo que le convierte en el mito con menos minutos disputados.
Aún dura el berrinche y la lección de vida: lo que funciona nunca se toca...