El lunes, Chris Evert (66) atendía a La Vanguardia.
Había sido una tenista de leyenda, icono de los años setenta y ochenta. En su día se había llevado 157 títulos de la WTA, 18 del Grand Slam. Evert había sido la novia de América unos pocos años antes de que apareciera Mary Decker, otra novia de América.
Evert se había disputado el cetro mundial con Martina Navratilova
(37-22 para Navratilova, ese había sido el saldo final de sus cara a cara, tan intensos y divididos como los McEnroe-Borg, los Sampras-Agassi o los Federer-Nadal).
Y cuando habíamos ido a preguntarle por aquellos enfrentamientos, en realidad un magnífico escaparate para la expansión del tenis femenino (pues de las rivalidades vive el deporte), Evert nos contestaba:
–Hay tres opciones. O que haya una dominadora que se quede sola en la cumbre, como en los tiempos de Serena Williams. O que surja una gran rivalidad entre dos, como en nuestro caso. O que haya la presencia de un montón de grandes jugadoras, que es lo que tenemos en la actualidad. Llevamos dos o tres años sin repetir ganadora de Grand Slam. Llegan Swiatek, Raducanu, Krejcikova, Andreescu... hay muchas novedades que salen ahí fuera y despliegan un gran tenis.
–¿Y qué opina de las españolas? –se le repreguntaba.
–El tenis femenino español tiene mucho talento. Paula Badosa ha sido una de las novedades del año: se la ve muy segura de sí misma. Y Garbiñe Muguruza siempre está allí, siempre mostrando sus posibilidades. Su presencia aquí es una gran noticia para el mundo del tenis.
(...)
Cuatro días después, se comprueba que su respuesta había sido premonitoria.
Muguruza, la nueva maestra del tenis, está ahí.
Aunque no siempre lo ha estado: no siempre ha sido la tenista sólida, estable y determinada de este 2021.
A veces se evadía.
Vayámonos por ejemplo a noviembre del 2018.
Qué mal año había sido aquel.
Muguruza (28) lo había abierto como la 2.ª de la WTA (avalada por su título de Wimbledon del 2017), y sin motivo aparente lo iba a cerrar como la 18.ª.
El punto de inflexión llegaba en Zhuhai, escenario del Elite Trophy. Muguruza se enfrentaba a Wang Qiang en la semifinal. Wang volaba sobre la pista, ante la indolencia de Muguruza, que había perdido el primer set por 6-2 y no reaccionaba en el segundo.
Siento alivio: he pasado mucho tiempo sin levantar un trofeo tan importante”
Sam Sumyk, su técnico, la estaba asesorando en un descanso. Le decía:
–Hay una regla aquí: yo no hablo con personas que están enfadadas. Estoy intentando ayudarte.
–Vale, pues ayúdame, ¿qué tengo que hacer? –le contestaba Muguruza, sin mirarle a la cara.
–¡Que te jodan! –replicaba Sumyk, y abandonaba el escenario.
Sola, Muguruza encajaría un rosco.
(...)
Ambos, Muguruza y Sumyk, aguantarían juntos otros ocho meses, en una caída libre que iba a llevarla hasta la 28.ª plaza.
En aquel entonces, Muguruza era una montaña rusa, una tenista impredecible capaz de derrotar a Serena Williams o de perder ante Beatriz Haddad en la primera ronda de Wimbledon.
¿Dónde se había quedado aquella Muguruza excelsa, la campeona en Londres dos años antes? ¿La líder mundial en el 2017? ¿La jugadora que, se presumía, había llegado para liderar el circuito femenino?
¿Se había perdido?
Luego, Muguruza y Sumyk rompían.
Y luego aparecía Conchita Martínez.
Conchita Martínez es tres entrenadores en uno. Ha sido leyenda del tenis, conoce los mecanismos del circuito y asume y respeta el espíritu de Muguruza: ya habían trabajado juntas antes y ya sabía a qué se estaba enfrentando.
Sabía que Muguruza es un Ferrari, todo potencia. Y que necesitaba la pausa.
Conchita Martínez iba a aportar la pausa y la estabilidad, y también un psicólogo, una fisioterapeuta, un preparador físico y una dietista. Todos ellos activarían el reseteo.
Nunca he pensado en la historia; solo hubiera servido para ponerme más nerviosa”
La progresión iba a ser notable en el 2019 (Muguruza lo había iniciado como la 36.ª y lo acabaría como la 15.ª) y ya casi inmejorable en este 2021: lo cerrará como la número 3 de la WTA, con tres títulos y con escasos traspiés.
Ayer, en la Guadalajara mexicana, declaraba:
–Mientras estaba en la pista no he pensado en la historia porque no quería ponerme más nerviosa de lo que toca. Ahora también puedo decir que soy consciente de que me falta por ganar varios grandes (dijo en la sala de prensa, en referencia al Open de Australia y el US Open, los dos Grand Slams que aún no lucen en sus vitrinas).