Pequeña y grandiosa sociedad

El fútbol incluye desde hace tiempo un clásico de César Menotti, que se refiere a las pequeñas sociedades como un fenómeno poco corriente, casi excepcional, pero de un valor incalculable en el juego. Su tesis define la letal asociación de dos jugadores que juegan en la misma frecuencia de onda, indetectable para los rivales, no importa lo avisados y prevenidos que estén. Menotti descifró este misterio a través del maravilloso combo que formaron Pelé y Coutinho en el Santos de los 60. Medio siglo más tarde, dos futbolistas han elevado su particular sociedad a una categoría insospechada. Frente al Osasuna, Leo Messi y Jordi Alba, los dos societarios en cuestión, volvieron a establecer la hermosa conexión que no encuentra antídoto.

El contacto se produjo cuando comenzaba a pintarle feo al Barca. Con o sin público, El Sadar le resulta complejo. El Osasuna exige atención y energía a sus rivales. Es un equipo básico, sin concesiones barrocas, combativo y frontal, sin cinismos. Sufrirá cualquier equipo que se someta a su ritmo, y el Barça pareció sometido al plan navarro. Padecía los efectos de la fatiga física y mental de la remontada en la Copa. Jugadores que generalmente funcionan como relojes en el pase –Busquets, Pedri, Messi…– perdían la pelota, la entregaban en pies equivocados y exponían al equipo a la rápida reacción del Osasuna.

El Barça denotaba la falta de vigor que se asocia a un calendario brutal, que en su caso es francamente perjudicial para la salud. Con una plantilla muy corta, obligado a una exigencia que le ha llevado a disputar partidos cada tres días, con cinco prórrogas extenuantes y en tres competiciones diferentes –Liga, Copa y Copa de Europa–, el Barça vive su odisea en unas circunstancias temibles. Desacreditado por el 2-8 de Lisboa y laminado por la crítica, este equipo, sin duda imperfecto, se ha hecho cargo del club con una profesionalidad admirable.

En la noche previa a las elecciones más críticas que se recuerdan, el Barça ganó en Pamplona. Lo hizo sin alardes, apretando los dientes. Su falta de frescura fue tan evidente como comprensible. Exprimió todas sus energías contra el Sevilla, partido que ha cobrado un aire trascendente.

Alejado física y emocionalmente de su hinchada, el Barça ha vuelto a tocar la fibra sensible de su gente, condición indispensable para una recuperación que todavía se presume larga y también muy compleja.

Que esta reacción haya ocurrido en un erial, con el club desgobernado y desplomado, atribuye más mérito a la reciente crecida del equipo. Los mismos jugadores acusados de peseteros en el comienzo de la pandemia, difamados en redes sociales contratadas subrepticiamente por el club, machacados por la crítica, sin una mínima red de seguridad, se han erigido en los principales garantes de la institución.

En Pamplona cerró el largo, tedioso y tardío periodo que ha presidido el discurrir del Futbol Club Barcelona en el último año. A partir de hoy, sabrá quién y cómo le dirigen. Será un gran club cargado de incertidumbres y problemas, pero por fin habrá gobierno.

El equipo podrá liberarse de una buena parte de la enorme carga que ha soportado en los últimos meses. En términos emocionales, el Barça tuvo el detalle de cerrar la travesía electoral con una victoria que eleva la pulsación de sus socios. No es lo mismo votar con un desánimo abismal que con unos gramos de optimismo.

A ese punto ha llegado el Barça, pendiente del resultado del derbi madrileño y quién sabe si con más posibilidades de atacar el campeonato de lo que estaba previsto. Lo consiguió con un régimen muy limitado de energías y frente a un equipo que no le dio tregua y merodeó el gol con frecuencia. De eso, del gol, se encargó el Barça a través de la insuperable sociedad Messi-Alba y de un chaval que ha llegado para quedarse: Ilaix Moriba.

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