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¿Son nocivos los Warriors para la NBA?

¿Qué es más conveniente para la buena salud de una gran competición? ¿Contar con un equipo excepcional, plagado de estrellas, que cautive a los aficionados de todo el mundo, aunque sea a cambio de eliminar toda posible competencia? ¿O disponer de una serie de buenos equipos que garanticen la igualdad y hagan más atractiva la lucha por el título? Puede ser una discusión bizantina, en la que los partidarios de la primera opción tienen tantas razones como los que prefieren la segunda, pero se está planteado ahora mismo en la NBA, a cuenta de unos Golden State Warriors que parecen los únicos candidatos razonables a llevarse el anillo de campeones esta temporada.

No hay duda: estos Warriors son uno de los mejores equipos de la historia. Entre los cuatro últimos playoffs, saldados con tres títulos y un subcampeonato, acumulan 63 victorias y sólo 20 derrotas. Un estudio reciente de la cadena ESPN, empleando una fórmula que tiene en cuenta la diferencia de puntos del equipo en la primera fase de la temporada y en los playoffs y también la diferencia de puntos de sus rivales, sitúa a los Warriors que fueron campeones en el 2017 en el primer puesto de todos los tiempos, por delante de los Chicago Bulls del 96 y los Boston Celtics del 86. Los Warriors del 2015 y 2018 están también entre los veinte primeros.

Y si Steve Kerr ya disponía de un equipo excepcional, ahora lo ha reforzado con uno de los mejores pívots de la liga, DeMarcus Cousins, que la temporada pasada promedió en New Orleans 25,2 puntos y 12,9 rebotes… antes de romperse el tendón de Aquiles el pasado mes de enero. Aún no está claro cuándo podrá volver a jugar, probablemente en enero del 2019. Este retraso en su incorporación, las dudas sobre su recuperación y el hecho de que sólo haya firmado por un año, a la espera de un súper contrato que el club no podrá ofrecerle, por el límite salarial, son los únicos hálitos de incertidumbre (o quizá el último reducto de esperanza para sus competidores) sobre el acoplamiento de un quinto All Star en un conjunto que ya contaba con Stephen Curry, Klay Thompson, Kevin Durant y Draymond Green. Son palabras muy mayores, como la posibilidad de que todos ellos formen parte del Team USA en los JJ.OO. del 2020.

¿Qué podría impedir a este equipazo ganar la NBA por cuarta vez en cinco años? Más que el nivel general de la conferencia Oeste –cada vez más alto en detrimento del Este, desequilibrio que tal vez acabará haciendo necesario replantearse todo el sistema de competición–, el problema podría tenerlo en sí mismo, en un exceso de confianza, plasmado en una defensa y un rebote insuficientes, que hiciera perder terreno a Golden State durante la primera fase. Pero en la pasada temporada ya ganaron entonces siete partidos menos que Houston y a pesar de ello fueron campeones.

Volvamos a la discusión del principio. Está claro que a la gente le encantan los súper equipos, pero tampoco quiere renunciar a la emoción y podría cansarse de una supremacía indiscutida. Puestos a elegir, lo mejor para el futuro de la NBA sería seguramente que hubiera al menos dos equipos, formados en torno a sendas superestrellas, que fomentaran una gran rivalidad. Como la que revitalizó en los años ochenta una liga que estaba de capa caída: diez temporadas en las que los Lakers de Magic Johnson jugaron ocho finales (cinco títulos), y los Celtics de Larry Bird, cinco (tres títulos). Ahora nos ilusionábamos con la que encarnaban Golden State y Cleveland, protagonistas de las cuatro últimas finales, pero la salida de LeBron James de los Cavs le ha dado carpetazo.