Olimpia. La ciudad griega con la arboleda sagrada de Zeus, con el gran templo dedicado al rey del Olimpo y con la estatua gigante del dios de dioses creada por Fidias en oro y marfil, una de las siete maravillas del mundo antiguo. Por supuesto, también la ciudad de los Juegos Olímpicos, que renacerían en la época contemporánea. En latín, Olympia. El nombre de salas de teatro y cine por todo el mundo. El nombre del templo de la música de París en el que actuaba el gorrión de París, Édith Piaf, y donde, el 2 de diciembre de 1969, Paco Ibáñez, un joven valenciano criado en el País Vasco, hijo de padres exiliados en Francia, protagoniza un concierto que se convierte en una noche –y una grabación– histórica, símbolo de la izquierda y la lucha contra Franco. Un concierto que con una sola guitarra despliega un viaje fulgurante a través de la poesía en lengua castellana, de Jorge Manrique y Góngora a José Agustín Goytisolo y Alberti, una interpretación comprometida, que enciende a un público que clama por la esperanza y la libertad.
La directora invita a los espectadores a pensar qué es Olympia para cada uno de ellos
Siete años más tarde, justo el 2 de diciembre de 1976, en el barrio de Gràcia barcelonés, se estrena el primer espectáculo del Teatre Lliure, un proyecto cargado con la inacabable energía que desata la muerte del dictador. El Lliure rápidamente se convierte en estandarte de una manera de entender el teatro, amor al oficio al servicio de la conexión con el público en la sala de la calle Montseny, antigua sede de una cooperativa obrera de consumo, la Lleialtat.
Con esos mimbres, la directora Carlota Subirós propone en esa primera sede del Teatre Lliure –en la que vio de pequeña Un dels últims vespres de carnaval , que la impulsó a querer vivir el mundo del teatro, y en la que dirigió su primer espectáculo, El malaguanyat – su Olympia . Un viaje emocional por el nacimiento de la vocación, por el teatro como lugar de encuentro y por la importancia de los referentes.
Un viaje protagonizado por seis mujeres, Lurdes Barba, Paula Jornet, Vicenta Ndongo, Neus Pàmies, Alba Pujol y Kathy Sey, a la propia Olympia de cada uno, al lugar seminal, al espacio donde se conserva ese fuego inicial. Porque, para Subirós, Olympia es la casa interior. El lugar donde viven nuestros deseos, sueños y referentes. Pero, a la vez, Olympia es también un lugar de encuentro, donde lo más valioso se comparte en colectivo. Olympia es el espacio de exaltación por aquello que amamos, a pesar de los pesares, como decía una de las canciones de Ibáñez, Palabras para Julia . Olympia puede ser un espacio físico o un lugar mágico, sagrado, revolucionario, de transformación... como un teatro. En un mundo presidido por una aceleración imparable, por la virtualización de la experiencia y por la banalización de la cultura, Subirós invita a los espectadores a pensar en ese espacio seminal y a preguntarse qué es Olympia para cada uno de ellos: ¿un lugar del pasado? ¿O un sueño del futuro? ¿O quizá una vivencia del presente? Les invita a interrogarse por el lugar en el que conservan hoy la llama de aquello que más les importa.