En la búsqueda de la esencia interpretativa, el director teatral Àlex Rigola se hizo construir un teatro a su medida: solo 72 localidades, para que actores y público estuvieran muy cerca, para que no se perdiera la intimidad y la naturalidad de la sala de ensayo, decía Rigola.
Pero dado que en todo siempre se puede dar un paso más, una nueva vuelta de tuerca, el dramaturgo Albert Boronat propone una pieza aún más íntima, con una veintena de espectadores en torno a una mesa, a la que también se sientan el narrador, que es él mismo, y dos actores, Javier Beltrán y Sergi Torrecilla.
“Algo que le podía ir bien a la obra era estar en torno a una chimenea”, dice el autor
Hablamos de la obra Una casa en la montaña, que el Heartbreak Hotel, ahora con una cuarentena de espectadores (hay que pagar las facturas), recupera a raíz del éxito de la temporada anterior. La pieza de Boronat es un duelo interpretativo, mental y humano de primera magnitud.
Una solitaria casa en medio de la montaña acoge a dos hombres con un pasado común y que, ahora, se quieren matar. Los dos lo tienen claro, pero todas las posibilidades se encuentran encima de la mesa. Una mesa puesta con comida y vino, buen vino, que intérpretes y espectadores comparten. “Cada decisión abre una puerta de entrada a la visibilización de diferentes mundos posibles que resuenan entre sí. Esta casa acoge drama, poesía, ciencia ficción, filosofía, crimen... y también Wittgenstein”, dice el programa. Porque las teorías del filósofo austriaco sobre posibilidades y decisiones y están muy presentes.
“Cuando Sergi y Javi me propusieron hacer algo juntos, lo único que tenía era la parte central de este montaje, la parte de la casa de la montaña, el punto número dos, que lo había escrito para uno de estos torneos de dramaturgia del teatro Español”, refiere Boronat. “Como yo soy muy negado y cuando tengo que arrancar un montaje me sale mal y se me pasan las ganas, dije: ‘Pues mira, hagámoslo en casa, y después iremos a casa de amigos y haremos lo que haga falta’. Entonces escribí las otras dos partes”, continúa el dramaturgo.
“Una casa en la montaña nació de la necesidad de decir eso, y también pensando que teníamos muchas escenas que si las hacíamos ilustradas no funcionaban igual –valora Boronat–. Y algo que le podía ir muy bien era estar en torno a una chimenea, que siempre funciona. Si uno te explica un cuento, tú te enganchas, y si canta aunque cante mal, tú te emocionas”.
Pero no hay versión vegana, anuncia el creador cuando empieza la función: “Porque hemos querido jugar todo eso de la comida, del queso, del chorizo, la muerte, los zombis, la carne... Por eso no hay versión vegana, pero es dramatúrgico”.
“La obra habla de muchas cosas, porque también tiene muchos códigos: humor, poesía, filosofía, thriller... Pero al final se vertebra sobre la cuestión de las decisiones y la cuestión del lenguaje, del decir, del no decir y del silencio, la importancia del silencio y después la cuestión de las decisiones, que abre posibilidades y nodos. Por eso la figura de Wittgenstein le iba muy bien, porque su libro está hecho igual que la pieza, con una desmembración de números”, concluye Boronat.