La biografía definitiva de Valle-Inclán desmonta algunas de sus leyendas
Su autor, Manuel Alberca, considera que "el caos actual de España hace que el esperpento esté más vivo que nunca"
Retrato de Valle-Inclán
Hombres de teatro como Adolfo Marsillach o Mario Gas quedaron hechizados por el creador del esperpento, Ramón María del Valle-Inclán (Villanueva de Arosa, 1866-Santiago de Compostela, 1936). También a través del teatro le llegó al catedrático Manuel Alberca (Ciudad Real, 1951), autor de La espada y la palabra (Tusquets), esa pasión, con la que se llevó el último premio Comillas de Biografía y Memorias tras diez años trabajando en el personaje. "Vi una de sus obras protagonizada por José M.ª Rodero. ¡Qué grande! La impresión que me produjo fue soberbia. Sí, llegué a Valle-Inclán por el teatro, antes de leerle. Antes de las lecturas de la universidad, de Luces de Bohemia, antes de las biografías de Fernández Almagro y de Ramón Gómez de la Serna... Su leyenda me atrajo".
Pero Alberca ha desmontado la leyenda. La misma que le fascinó. Así es como concluye un Valle-Inclán más tradicionalista que republicano, más solvente que pobre, más dandy que bohemio. "No era un santo, sino un hombre como tantos, con virtudes y defectos".
¿Y qué queda de su "esperpento" en nuestra sociedad de hoy? ¿Qué encarnaría ese concepto que nos legó con tanto ahínco? ¿Sería el esperpento de hoy la corrupción política, el terrorismo, los programas basura, el infinito descontento? "Una cosa permanece: como gran escéptico que fue nunca creyó que España llegara a ser un país donde primara la sensatez y el orden. Definía una España siempre descompuesta, a la deriva... En ese sentido, el caos actual de nuestro país hace que el esperpento esté más vivo que nunca".
País complicado, siempre le fascinó ese desorden como metáfora, ese país sin rumbo, analizando un ciclo de cien años y desmenuzando la guerra carlista. "Él lo sentía como un nostálgico, porque el mundo que de verdad admiraba –que ya había muerto cuando él nació– era el de los caballeros". Por eso quiso hacer creer que había perdido el brazo en un honroso duelo. Falso. La realidad es que aquel fatídico 24 de julio de 1899, provocador habitual en tertulias de cafés, Valle-Inclán inició en el Café de la Montaña una acalorada discusión con el periodista Manuel Bueno. Y se liaron a bastonazos. Vasos y platos volaron y Bueno le propinó un terrible golpe con su bastón de empuñadura de hierro. Nada más lejos, pues, de un duelo entre caballeros. Aquello no pasó de discusión barriobajera. "La herida fue tremenda, ¡todo por una ridícula y nada gloriosa pelea! Hubo rotura de huesos que intentaron operar en Barcelona, sin éxito". La herida se malignizó y acabaron por amputarle el brazo izquierdo.
La esencia valleinclaniana ha transitado por otras artes más allá de la dramaturgia, especialmente la pintura y el cine. La "óptica deformante" del esperpento nos descubre reveladoras concomitancias con “"a técnica del claroscuro del cine alemán de los primeros tiempos, así como con ciertos pintores tenebristas españoles, de los Caprichos del Goya más negro a la paleta cubista de un Picasso anunciado en la escena de Luces de Bohemia", explica Lucía Fraga Rodríguez, profesora de Teoría de la Literatura de la Universidad de A Coruña, especializada en el autor. De Goya tomó la visión despiadada de las pinturas negras y sus grabados más crueles. "El paralelismo de Luces con el Guernica de Picasso es evidente: "El tableteo de fusilada (...) Descuella el grito ronco de una mujer, que al ruido de las descargas aprieta a su niño muerto en brazos".
Su influencia posterior es patente en autores como Cela, Umbral o Romero Esteo. Valle tuvo una presencia muy fuerte en los años más duros del franquismo. "Puede encontrarse en La familia de Pascual Duarte de Cela, en muchas escenas de Tiempo de silencio de Martín Santos y en algunas novelas de Juan Goytisolo", explica el crítico literario Juan Antonio Masoliver. Luego llegó una reacción, añade, anticarpertovetónica. "Ahora los escritores más jóvenes han regresado a esta visión esperpéntica, pero dudo que las nuevas generaciones lean a Valle-Inclán. Lo dudo o lo ignoro. Pero en el esperpéntico espejo de la calle del Gato ya se vieron Goya, Larra en algunos de sus artículos, Quevedo y el autor de el Lazarillo de Tormes", evoca Masoliver.
Valle se inspiró en la cultura de masas: la zarzuela, el sainete o la revista, el género chico incluso el barracón de feria. En teatro, Valle sustituye el tradicional ojo del espectador que está en la butaca por un nuevo ojo cinematográfico, una supuesta cámara, "permitiendo al espectador que atraviese la cuarta pared", una idea que será copiada luego por otros tantos. El esperpento provoca un efecto corrosivo, el que Valle aplica a una sociedad desmembrada. Apunta Fraga Rodríguez, en El esperpento entre la pintura y el cine, que el potencial audiovisual del esperpento ha influenciado a varias generaciones: la importancia de la luz y la sombra en las calles, lo inquietante. Además, insiste, "el uso del estilo nominal y ausencia de verbos, a veces total, nos remite al más puro estilo de guión cinematográfico".
Lo castizo, lo popular, el hombre enajenado, el personaje desalmado, la onírica de lo nocturno, son otros elementos heredados de Valle. La luz "de la vela", tenebrosa, asociada a Zaratustra, nos lleva a un personaje del primer cine mudo: Nosferatu de Murnau. También está presente en el cine de Luis Berlanga esa visión esperpéntica de España. Pero les diferencia la estética: expresionista en el gallego, neorrealista en el valenciano. "Berlanga contemplaba a sus criaturas con una chispa de ternura –puntualiza Alberca–, ausente casi siempre en Valle".
Pero volvamos a su biografía. Segundo mito desmontado: no fue pobre. "Aunque siempre trabajó al ritmo que le dio la gana, eso sí", añade el biógrafo, que reconoce que tras una década investigando sobre alguien uno acaba "por aborrecer el trabajo, no el personaje". Tercer mito desballestado: no fue republicano. Su aproximación al republicanismo parece que fue coyuntural. "Valle-Inclán era tradicionalista. Y por encima de cualquier otra cosa, ¡un gran escéptico! Manifestó cierta simpatía por la república –porque ella ponía fin a la Casa Real, a la que odiaba cordialmente–, pero ésta le decepcionó". Llegó incluso a dedicar palabras laudatorias a Mussolini.
El cuarto mito sobre Valle-Inclán –que le perfilaba hasta ahora como gran bohemio– también cae: el hombre de las "barbas de chivo" según Rubén Darío, "era mucho más dandy que bohemio. Cuidaba muchísimo su imagen. Siempre iba bien vestido y basta ver cómo posa para las fotos y luce esos botines blancos que evocaba Francisco Umbral en su retrato. Eso de que iban desatendidos, sucios y no se lavaban es otro tópico".
Su larga barba también tiene una explicación poco lírica: "Disimulaba la escrófula, unos ganglios en el cuello que al extirparse dejaban grandes cicatrices". Era extremadamente discreto con su vida privada. "Muy, muy reservado –detalla Alberca– hasta el punto de que ha costado mucho encontrar pruebas sobre esa parcela". Pero el autor de esta canónica biografía, doctor en Filología Española y catedrático de Literatura en la Universidad de Málaga, encontró unas cartas de la esposa de Valle-Inclán, cuando eran novios "donde ella –muy católica– le pregunta por la niña, una supuesta hija ilegítima de Valle-Inclán. Después de casarse fue bastante formal". El único romance extramatrimonial que se le adjudica es el que mantuvo con una joven argentina. Valle-Inclán se divorció –aunque no quería y no puso las cosas nada fáciles a su esposa– a finales de 1932, "la suya fue una de las primeras parejas que se divorcian en España, llevó el caso Clara Campoamor, personalmente".