El cómico Steve Martin lleva comprando obras de arte para su colección desde que tenía 21 años. Sus superéxitos de taquilla en los ochenta y noventa, como Los gemelos golpean dos veces, le permitieron financiar obras de Hopper, Bacon, De Kooning y algunos contemporáneo como Cindy Sherman. Martin tenía entre sus mejores amigos al fallecido crítico de arte Peter Schjeldahl, que propició su encuentro con la que hoy es su esposa, la periodista del New Yorker Anne Stringfield. En un texto reciente en esa misma revista, Martin rememora un viaje muy especial que ambos hicieron junto a Schjeldahl y su esposa, cuando ya a su amigo le habían diagnosticado un cáncer muy agresivo y le habían pronosticado apenas unos seis meses de vida. Era el 2019 y decidieron ir a Madrid para que Schjeldahl pudiera ver por última vez el cuadro que le obsesionaba, Las Meninas. El cómico describe cómo acamparon en la cafetería del Prado (con su “lujuriosa oferta de pasteles y tartas”) e iban emergiendo para ver los cuadros de “Goya y Meléndez y Chardin”, para terminar siempre rendidos Velázquez. “Si se escapaba, incluso en el laberinto del Prado, siempre acababa encontrando su camino de vuelta al cuadro, como un ratón con su queso”, escribe. Tras el viaje, y gracias a un tratamiento experimental, Scheldhal logró vivir dos años más y dejó, en el mismo New Yorker, un texto de despedida memorable titulado El arte de morir.
CARLOS EN ROJO
“El retrato de Satán en el infierno”. “Las salpicaduras de los crímenes del Imperio Británico”. “Se nota que lo han hecho con un tampón usado”. Los usuarios de redes tuvieron mucho que decir hace unos días cuando se desveló el primer retrato oficial de Carlos de Inglaterra, pintado por Jonathan Yeo, un retratista habitual de los famosos y poderosos. La propia reacción de Carlos, que dio un respingo al retirarle el velo que lo cubría, contribuyó a la viralidad del retrato. Los críticos también están divididos. Richard Morris lo juzgó como un ejemplo de lo que solían ser los retratos oficiales antes de la fotografía. “Un pintor captaba tu apariencia real y aceptabas la revelación de tus taras y tu mortalidad, que es lo que Yeo captura aquí”, dijo. Por el contrario, Jonathan Jones en The Guardian tuvo menos piedad: “Yeo ha visto a Carlos de la misma manera que ve a todo el mundo: sin gracia (…) su arte es repetitivo y este cuadro sigue la fórmula. Hace un estudio pedante de las facciones de alguien y luego, qué atrevido, contrapone ese reflejo rancio con un estallido abstracto de papel pintado en colores chocantes. Esto es escaparse del arte del retrato, que está basado en la observación dura y aguda”.
PREFERIRÍA NO HACERLO
Hace unos meses se generó un debate (en realidad, varios debates) cuando el actor Penn Badgley dijo que había pedido no hacer escenas de sexo en la serie You por respeto a su esposa. “La fidelidad en las relaciones, y especialmente en mi matrimonio, es importante para mí y llegó a un punto en que no quería hacer eso”, dijo, dando a entender que rodar escenas íntimas equivalía a romper el pacto monógamo con su mujer. Aunque más tarde matizó sus declaraciones, y regañó a los medios por “sobredimensionarlas”, la idea estaba ahí. Más recientemente, ha sido Ryan Gosling, que está disfrutando de un taquillazo con la ligera El especialista tras su papel de Ken en Barbie, quien ha dicho que prefiere no aceptar papeles dramáticos como los que le dieron prestigio (y una carrera) hace más de una década en películas como Half Nelson, por la manera en que afectan a su dinámica familiar, con dos niñas pequeñas. Mientras, Natalie Portman ha implicado de alguna manera lo contrario, que ella sí hace papeles dramáticos siendo madre de niños pequeños porque no se le ocurre acercarse al método, llevarse el papel a casa. Que es algo que, dice, no está al alcance de las actrices, de quien se espera mayor naturalidad y capacidad multitarea, tanto como de los actores. Aunque todos las posturas son interesantes, muy contemporáneas y propias de intérpretes hiperprivilegiados, que pueden escoger sus papeles muy bien pagados, llegados a este punto siempre hay alguien que se acuerda de la famosa frase que le espetó Laurence Olivier a un imberbe Dustin Hoffman, estando este agobiado por la mala vida del actor Stanislavski: “Mi querido joven, ¿ha probado usted a actuar?”
NO, GRACIAS
En el libro Los Boys Clubs (Península), la autora canadiense Martine Delvaux usa esa metáfora, la del club exclusivo de hombres blancos y heterosexuales, para hacerla extensiva a tantos otros circuitos cerrados, controlados aun por esa demografía. Las noticias recientes nos han hecho recordar que, más allá de la metáfora, la versión literal, lugares en los que no está permitida la entrada a mujeres, sigue existiendo. Hace unos días, los miembros del Garrick Club, uno de los llamados “clubs de caballeros” más antiguos y excluyentes de Londres votó por fin la admisión de mujeres en sus filas. No todos los tenían claro. Poco conmovidos por el discurso a favor del sí que dio Stephen Fry, que es miembro –también lo son el rey Carlos, el jefe del servicio secreto británico, Richard Moore, el actor Brian Cox, el director de la Royal Opera House y varias docenas de parlamentarios–, el 40% de los integrantes votó que la institución debía seguir siendo solo masculina. Se ha dicho que la actriz Judi Dench podría convertirse en la primera membresa y sobre la mesa hay otros nombres que toleraría el Garrick, como el de la clasicista Mary Beard. Aunque algunas de ellas, preguntadas, ya han dicho que no, gracias. Si eso otro día.