Bevilacqua vuelve a investigar en Barcelona

CULTURA/S

El guardia civil creado por Lorenzo Silva protagoniza una comprometida inmersión en el ayer y el hoy de la realidad catalana

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El escritor Lorenzo Silva vuelve con una novela policiaca 

Àlex Garcia

El subteniente de la Guardia Civil Rubén Bevilacqua se interna, en cada nuevo libro, en zonas incómodas. Lo hizo sin titubear en el anterior El mal de Corcira (2020), cuando le tocó investigar no sólo el crimen, también el pasado –y su pasado– vinculado a la lucha contra ETA. En ese libro viajaba al convulso País Vasco. En este regresa a Barcelona, si es que es posible regresar a lo que ya no es. En esta historia se pisa fuerte encima de todo lo espinoso –política y socialmente hablando–, y sin dudar, a la vez tiene mucho más de enigma personal que de criminal.

Por ese lado personal, la novela emociona, porque ya son años junto a aquel brigada de origen uruguayo hoy ascendido, pero sin ganas de subir más. Y porque Lorenzo Silva (1966) ha planteado excelentemente el retorno a lo que pudo ser un verdadero paraíso en la vida de este psicólogo con sentido práctico.

En los años que vivió y trabajó en Barcelona, tuvo su hijo y leía por la noche –y pese a la xafogor Notícia de Catalunya de Vicens Vives. Aprendía, estaba atento y se enamoraba de esta rara ciudad, con todo por hacerse, con su lado un poco fuera del tiempo y su vertiginosa remodelación. Si por él hubiera sido, hubiera continuado viviendo junto al Mediterráneo, leyendo literatura en catalán, documentándose y, pequeño detalle, todavía atareado en operaciones para desmantelar Terra Lliure.

Pero la meseta fue su destino, y ahora que regresa tiene tiempo de reflexionar. El ahora es Barcelona todavía sacudida, y cambiada –yo diría alterada– por la Declaración Unilateral de Independencia. La Navidad del 2017 tuvo a muchas familias enfrentadas, muchas discusiones imposibles, entre ellas una que ya no tendrá segunda oportunidad. La hija de un poderoso empresario –y avalador del procés – ha sido asesinada. No hacía mucho, esta chica resuelta abrazaba la misma causa independentista de su padre. Pero –como muchos hijos en el mundo entero–, un buen día rompió con la tradición, se volvió en contra de ella, de su novio indepe (que en un mensaje la trata de facha españolista), y se marchó de la casa por encima de la Diagonal. Al Camino de Santiago.

Y en este vaivén entre el relato del pasado y la investigación criminal, Lorenzo Silva ofrece algo de gran valor. Hay diálogos con el empresario que son ejemplares: no sólo a este hombre el leído Bevilacqua, sin alterase, le corrige malentendidos históricos. A su modo austero, y con su propia documentación –de la que más de un lector podrá tomar debida nota– se convierte en un ciudadano de lo mejor. El que, antes de pronunciarse, observa y comprende. Que no repite tópicos malsanos. Que añora una melodía cantada por Sau y analiza con mirada fría los hechos pasados que constituyen los venideros.

En más de un momento se impone Lorenzo Silva como analista. Pero me he preguntado si es tan importante la literatura policial, si por una vez no podemos dejar que entre un escritor madrileño y un guardia civil –nada menos– nos expliquen las cosas, nos desmantelen las malas utilizaciones de la lengua catalana, revienten prejuicios sobre el tarannà por aquí, apunten a intoxicadores y superficiales, a polarizadores e irresponsables y, en total, nos obliguen a pensar. Yo digo que sí.

Lorenzo Silva: La llama de Focea. Destino. 549 páginas. 21,90 euros

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