No hay que subestimar los festivales literarios por lo que puede ocurrir cuando personas afines se reúnen entre bastidores. Conocí a John Coetzee en el 2017, en la Feria del Libro de Bogotá, junto a Soledad Costantini, directora de la editorial independiente argentina El hilo de Ariadna. Con Leandro Pinkler, Costantini la había dado a conocer en el 2010 con El libro rojo de Jung. Es una extensión de su labor como directora del área literaria del Museo MALBA, que acoge la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
En el 2011, Costantini invitó al escritor sudafricano a la FILBA y en aquel viaje le propuso dirigir una Biblioteca Personal, a la manera de la homónima de Borges. Completaron el proyecto de once libros, entre los que destaca una Antología íntima de poesía. Coetzee lo anunció como una manera de “volver a explorar aquellos libros que han sido de gran importancia en el transcurso de mi vida”. Escribió prólogos de enorme valor crítico, recogidos al cabo en Late Essays. “La publicación de la obra de J.M Coetzee es uno de los ejes vectores de El hilo de Ariadna”, me explica Soledad. Es ahora la plataforma del novelista, donde publica sus obras en primicia mundial, antes que en inglés. “Coetzee representa una figura intelectual de singular potencia y originalidad con una mirada ética e integradora –añade Costantini–. Es un hito histórico que una editorial argentina pueda realizar esta tarea y no es algo azaroso, se asocia con la mirada en torno a lo que significa el Sur: Sudáfrica, Australia, Sudamérica.” Poco después de conocernos en Bogotá, comenzó nuestra colaboración: Granta en español publicó un adelanto de Siete cuentos morales, y presentamos el número juntos en Madrid. Seguimos colaborando, por ejemplo, en la Residencia de Escritores de MALBA. En el 2015 se inauguró una cátedra J.M. Coetzee para fomentar el intercambio entre autores, críticos literarios, investigadores, del Sur.
Coetzee es un escritor comprometido en varios planos: moral, ético, social, político y estético. En el mundo material, Coetzee prefiere expresarse con gestos, evitando el discurso de la política. Si queremos palabras, tenemos sus escritos. En su ensayo especular ¿Qué es un clásico?, Coetzee deconstruye una conferencia que T.S. Eliot dictó en Londres en 1944. La conferencia de Eliot se titula justamente ¿Qué es un clásico? Coetzee se refiere al modo en que Eliot se forjó una nueva identidad “no sobre la base de asuntos como la inmigración, el asentamiento, la residencia, la domesticación, la aculturación”, sino que empleó todo su “poder cultural acumulado” para cambiar el estado de la opinión culta.
Comparto con el lector lo que Coetzee quiere que se sepa de él mismo. Nació en Sudáfrica, de origen afrikáner, y su infancia transcurrió en conflicto, casi enfermizo, con esa identidad. De formación matemático, comenzó a escribir en inglés, una lengua aprendida, para pequeñas editoriales. Pero ambicionaba ser publicado en el mundo real, que entendía entonces como el Reino Unido, la capital colonial, y Estados Unidos. Transcurrieron años de estudio y enseñanza en Londres, Austin y Buffalo, pero volvió, desencantado, a Ciudad de Cabo en 1971 cuando revocaron el visado por protestar contra la guerra de Vietnam.
Escribe en inglés, pero no forma parte, ni cultural ni lingüísticamente, del mundo anglófono; la preeminencia del inglés se convirtió en una de sus preocupaciones
A los cuarenta años, su novela Esperando a los bárbaros (1980) irrumpió en Estados Unidos. Su reconocimiento aumentó, sus libros se publicaron con regularidad y por ello tradujeron a otros idiomas: Foe (1986), La edad de hierro (1990), El maestro de Petersburgo (1994); sus novelas autobiográficas, Infancia (1998) y Juventud (2002), a las que siguió Elizabeth Costello en el 2003. Ese año se trasladó a Australia y fue galardonado con el Premio Nobel. Se le aclamó como autor internacional, aunque no se le escapaba la ironía de un sintagma que nunca se habría usado para un escritor nacido en Estados Unidos o el Reino Unido. Le parecía cada vez más extraño cómo se leía su obra en el orbe anglosajón, y empezó a distanciarse de la metrópoli imperial.
Al mismo tiempo se acercó a sus traductores, a otras lenguas, y empezó a traducir poesía afrikáans y neerlandesa. Paulatinamente se identificó como un “escritor internacional, pero de un modo nuevo”, es decir, que no procede de ninguna lengua ni país destacable. Coetzee escribe en inglés desde hace medio siglo, pero no forma parte, ni cultural ni lingüísticamente, del mundo anglófono: la preeminencia del inglés se convirtió en una de sus preocupaciones, además del predominio del Norte en el sector editorial. En un ensayo sobre Kafka en Cartas de navegación, Coetzee se refiere al modo en que este traspone los límites de la lengua como si pudiera intuir un tiempo alternativo. Como si fuera posible incluso pensar “fuera del propio idioma, tal vez para informar sobre cómo se piensa fuera del lenguaje mismo”. ¿Cómo se piensa fuera del propio lenguaje? ¿A través de otras formas de expresión que no se fundan en la lengua, como la música, la pintura, la danza, utilizadas como dispositivos retóricos?
El primer gesto de Coetzee en el plano sociopolítico como “escritor internacional de un modo nuevo”, fue publicar en neerlandés antes que en inglés. Y en el plano poético/trascendental, contamos con el experimento radical de su obra maestra –una conversación con El Quijote y homenaje a la lengua española–, la trilogía: La infancia de Jesús (2013), Los días de Jesús en la escuela (2016), y La muerte de Jesús (2019). En una vuelta de tuerca a Benengeli, y a El Quijote como traducción del árabe, Coetzee sitúa las novelas en una suerte de trasmundo, donde el español es la lingua franca. Las redactó en inglés, pero se entienden como traducciones del español.
Otro gesto se impuso cuando conoció a Costantini en el 2011, y lanzaron su Biblioteca Personal. literatura mundial. El Sur es una parte real del mundo con flora y fauna propias, con importantes puntos en común en su historia y cultura, entre ellas largas historias de colonización. El Norte ve el Sur como un conjunto de ausencias y falta de recursos. Como un otro negativo. Al acercar a sus poetas y pensadores, hago lo posible por contrarrestar la hegemonía cultural del Norte”.
La Nueva Vida
Pregunté sobre sus razones para situar su nueva novela, El polaco, en Catalunya, habida cuenta de que España es un país extravagante del Sur de Europa: “El Sur es una tierra anhelada de luz, calor y alegría, donde el frío norteño permite desprenderse de inhibiciones y sumergirse en la vida de los sentidos. Piensa en Gauguin y en los Mares del Sur, por ejemplo”.
El polaco es un palimpsesto, una genealogía del amor que puede leerse como alegoría: como un libro que soportará el peso de haber sido interpretado, y significado por la propia época de Coetzee. En ¿Qué es un clásico? (el ensayo de Coetzee, no el de Eliot), describe un instante de revelación de su infancia en el jardín trasero de su casa en Ciudad del Cabo: “De la puerta vecina, oí música. Mientras duró me quedé helado, no me atreví a respirar. La música me hablaba como nunca antes me había hablado”. Se trataba de una grabación de El clave bien temperado de Bach. La poesía y su amor por la música son lo que da vida a estas modernas iteraciones de Dante y Beatriz, Chopin y George Sand, que son Witold y Beatriz en su reciente novela.
La historia es sencilla: Witold, un anciano pianista polaco de apellido imposible, y Beatriz, una mujer de mediana edad de Barcelona, se conocen. Witold es invitado a tocar su idiosincrática versión de Chopin, austera y heredera de Bach, en la Sala Mompou. Beatriz hace de anfitriona y guía. Ella prefiere una versión más romántica de Chopin, y se lo hace saber. El inglés es su lengua común, una lengua tercera. Witold se siente extrañamente atraído por ella y la reconoce como su destino. Ella le trae paz. La ve como un todo. Beatriz es más ensimismada y escéptica, no está convencida. Ve a Witold por partes e imágenes: de pronto una araña, luego un esqueleto, sus manos, la maraña asilvestrada de cabello blanco. El velo impuesto por ese tercer idioma crea una atmósfera dubitativa y extraña. ¿Qué quiere decir él? ¿Qué quiere decir ella? Le irrita lo desconocido en Witold, algo a la vez horrible y emocionante; das ding, el objeto abisal en el otro que es indescifrable, el acicate primordial de la ansiedad. Sin embargo, hay algo magnético en el polaco (en inglés the Pole, que significa polo). Significativamente Coetzee cita La llama doble: “La influencia de Octavio Paz está sin duda presente en la novela –me dice–, concretamente en sus reflexiones sobre la naturaleza del amor, sobre lo que él define como la llama doble de lo sexual y lo espiritual, las dos llamas que arden juntas”.
Witold vuelve a Catalunya para impartir clases en Girona, obsequia a Beatriz con una hermosa rosa de madera de la casa solariega de Chopin. Le pide que lo acompañe a Brasil. En cambio, ella le invita a pasar una temporada con su familia en su casa mallorquina tras el festival dedicado a Chopin celebrado allí, y en el que tocará. Beatriz se cuestiona sin cesar, racionaliza sus sentimientos, confundida por ese extraño amor. ¿Por qué ella? Él envía grabaciones en las que interpreta a Chopin porque no puede expresar sus sentimientos en inglés. E inician una exploración epistemológica del amor: Dante se opone a la tradición en la Vita Nuova, a su amigo Cavalcanti, prefiere a una dama “que tiene conocimiento del amor”. En la vuelta que da Coetzee a la tradición del amor cortés, el narrador omnisciente permite entrar en el punto de vista de Beatriz, una mujer casada con dos hijos: una mujer inteligente que se enfrenta a un enigma moral e intelectual. Le pregunto qué habría ocurrido si Cervantes nos hubiera permitido atisbar el punto de vista de Dulcinea: “Cervantes nos ofrece, en el segundo libro del Quijote, exactamente el cambio de perspectiva que imaginas, salvo que, siendo un gran mago de la ficción, añade una mareante segunda capa de complejidad: te remito al capítulo 10”. (Bajo de la estantería una de mis ediciones para consultarla cuando termine de redactar estas líneas.)
Publicar primero sus libros en español, y en particular en una editorial Argentina, es un gesto intencionado
En Mallorca pasan tres días juntos, mientras él toca a Chopin en un piano desvencijado. Al final Witold le regala su libro. Supuse que a los catalanes le gustaría saber por qué decidió ambientar su novela en Barcelona y Mallorca y Coetzee respondió: “Me parece que componer una obra de ficción –como crear cualquier obra de arte– es un proceso práctico, más parecido a cocinar que a filosofar. Lo importante es sobre todo lo que sirve. ¿Debo situar la historia en Barcelona? Déjeme probar, a ver si funciona. Si no sirve –si me lo llevo a la boca y no me gusta–, probaré otra cosa: quizá ambientar la historia en San Petersburgo. Si de nuevo no funciona, quizás no sirve comenzar la ficción situándola en un lugar específico, así que probemos con otro inicio. Lo que sirve es una cuestión de intuición, de juicio, de experiencia”. Y le pregunté ingenuamente si el intercambio de libro y rosa entre los amantes era un guiño a la tradición de Sant Jordi: “El mismo comentario es válido para otros aspectos de la narración. El lector se detiene en algún detalle –Sant Jordi, la rosa– y se pregunta qué hace eso allí. Pero para mí, ¿qué hace eso allí? no es la pregunta relevante. La pregunta relevante es: ¿contribuye este detalle al funcionamiento del conjunto? Intentemos dejarlo fuera. ¿Sigue teniendo el mismo sabor el brebaje? Si es así, omita el detalle. Si no es así, si su ausencia supone una diferencia, vuélvalo a poner”.
En Varsovia, Beatriz ve a tres niños cruzando una calle persiguiendo a un perro hasta una plaza. De vuelta en Barcelona, utiliza un traductor automático para descifrar un poema que Witold escribió en polaco, y aparece la imagen de tres hombres y un perro, que son Homero, Dante y un vagabundo. Pero cuando lo traduce una mujer en Barcelona, una judía polaca, la imagen se ha transformado en una rosa, y el lector siente una conmoción ontológica. Es un uso brillante de la ironía dramática: Beatriz no parece darse cuenta de que la imagen se repite, ha olvidado esa escena en Varsovia, captada con el rabillo del ojo. Pero el lector la recuerda con nitidez. Y se pregunta, tras la revelación del funcionamiento de la mente de Beatriz gracias a la transparencia del estilo, si el pensamiento procede en círculos, en espirales, si es un vórtice o es arborescente. El narrador es omnisciente, pero la historia se mira con los ojos de Beatriz. En una escena de ella en Mallorca, leemos: “ Mirarse en un espejo es algo que las mujeres hacen en libros y en películas, pero ella no está en un libro ni en una película y no se está mirando. No, es el ser al otro lado del espejo quien la está mirando a ella, a cuyo examen ahora se somete. ¿Qué es lo que esa otra ve? Haciendo un esfuerzo, intensamente, trata de enviarse a sí misma a través del espejo para habitar ese yo ajeno, esa mirada ajena. No lo logra”. Y pienso en la frase del apóstol Pablo, “Por un espejo oscuramente”, procedente de la misma epístola en la cual se afirma que sin amor no hay nada. Quien pueda entender la palabra antes de que se pronuncie y los sonidos formen las imágenes del vocablo, será capaz de ver el enigma a través del espejo, es decir, el rostro divino. Así pensaba San Agustín al especular sobre Dios y el verbo.
“No existe el conocimiento directo de la música –Coetzee me aclara–. Lo que conocemos, a través del oído, es siempre ya una interpretación, matizada por el arte y la personalidad del intérprete. Una parte de la novela (una parte menor) se refiere a las tradiciones interpretativas de Chopin. En una de ellas, Chopin es considerado un músico femenino ; como reacción, otra tradición intenta masculinizar su música. La evolución del pianoforte desde el instrumento femenino de Pleyel que Chopin prefería hasta el más masculino de Steinway contribuye a este contraste.” El tiempo pasa, las cosas cambian, nada cambia, las modas cambian, los clásicos permanecen, a veces escondidos, y tienen que esperar su tiempo. “¿Un canto al amor moderno? –dice Coetzee– Creo que no. No soy ni mucho menos un experto en las modalidades del amor, pero el amor del polaco por Beatriz me parece todo menos moderno, incluso puede ser anticuado, pasado de moda. Beatriz es una figura más actual que Witold, pero en sus actitudes hacia el sexo y el amor sospecho que parecerá a los jóvenes lectores una representante de la generación de sus padres, no de la suya.” La gran aportación de Dante a la tradición es haber añadido la esperanza: “Así pues, si le place a aquel por quien toda cosa vive que mi vida dure algunos años, espero decir de ella lo que nunca nadie se ha dicho”.
Ya que estamos leyendo desde Barcelona, decido también consultar qué dice un sabio de la ciudad sobre las posibilidades de mi lectura. En el Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot leo: “La función simbólica hace su aparición justamente cuando hay una tensión de contrarios que la conciencia no puede resolver con sus solos medios”. Busco polo: todas las tradiciones concuerdan en designarlo simbólicamente como punto fijo, pues “en torno a él se verifica la rotación del mundo… en China, el agujero central del disco de jade llamado Pi. El libro de las mutaciones chino señala que las continuas metamorfosis son originadas por el gran polo.” Anciano: “el principio oculto… personificación del saber ancestral de la humanidad o inconsciente colectivo.” Araña: “la capacidad creadora… sacrificio continuo mediante el cual el hombre se transforma sin cesar; la misma muerte se limita a devanar una vida antigua para hilar otra nueva.” Mano: “colocada sobre el pecho indica la actitud del sabio, en el cuello señala la posición del sacrificio.” Rosa: “centro místico, corazón, jardín de Eros, paraíso de Dante.” Tres: “Síntesis espiritual... número-idea del cielo... resolución del conflicto planteado por el dualismo.” Y mandorla: “el sacrificio perpetuo que renueva la fuerza creadora por la doble corriente de ascenso y descenso (aparición, vida, y muerte, evolución e involución).” La mandorla es el lugar donde los dos círculos se superponen, el mundo de en medio, donde aparece la divinidad, según me ha enseñado Victoria Cirlot.
En cada una de las cuatro novelas posteriores a Tierras de poniente, hay un rasgo técnico destacado, Coetzee dice en Cartas de Navegación: “En En medio de ninguna parte fue el corte, el montaje. En Los bárbaros fue el entorno. En Michael K fue el ritmo de la narración. En Foe fue la voz”. ¿Cuál es entonces esa técnica en El polaco? “En El polaco, volví a los párrafos de prosa numerados, me permite ser breve, presentar la historia en fragmentos ordenados con un mínimo de tejido conectivo. La vida continúa, por supuesto, durante los espacios, pero esa vida no forma parte de la estructura”.
Corte, montaje, música, movimientos secuenciales. La brevedad de la novela, que se lee de una sentada, deja un diseño, una imagen en la mente, como un emblema del amor que incluye una rosa y un libro. O una composición, con una coda. O un cameo con dos rostros perdidos en el sustrato de la historia. Y el sentimiento, si se lee con Chopin, es intenso. Y perdura, como un artefacto, como un objeto que se proyecta más allá del marco narrativo. Me recuerda un verso de Valéry en El cementerio marino: “Yo soy en ti lo que en secreto está cambiando”.
El polaco
Valerie Miles, autora de este texto, es editora, escritora y profesora. En el 2003 fue cofundadora de la edición de la revista Granta en español