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La conexión catalana de Marcel Proust

Miquel Molina Director adjunto

Albertine, primero cautiva y luego fugitiva, es una de las heroínas de la literatura, una mujer que perturba y al mismo tiempo hechiza al narrador de la novela por inaprehensible, libre, enigmática y seductora. La protagonista de dos de los volúmenes que componen En busca del tiempo perdido es uno de los personajes en los que se basa la exposición Proust y las artes, que se puede visitar en el museo Thyssen de Madrid hasta el 8 de junio.

La muestra, comisariada por Fernando Checa, es un recorrido hipnotizante por los paisajes reales, artísticos y musicales que Marcel Proust transitó a caballo entre dos siglos para luego sublimarlos en su monumental novela.

El itinerario es sobre todo pictórico, pero entre cuadros, fotografías y libros destaca un pedazo de tela de tono naranja quemado que está revestido del aura que confiere haber tenido un vínculo tangible con el protagonista de la exposición. Se trata de una suerte de túnica diseñada por Mariano Fortuny y Madrazo, que perteneció a Proust y que cubre en la ficción los hombros majestuosos de Albertine en varios pasajes de la Recherche .

Las buenas exposiciones literarias son una excelente manera de revivir los clásicos

Marcel Proust, fotografiado en 1896 

adoc-photos/Corbis via Getty Images

Esta tela viene a ser la conexión más catalana de Proust que conocemos. En primer lugar, por la ascendencia de Fortuny y Madrazo, quien, aunque nació en Granada y desarrolló en Venecia su carrera como diseñador textil, escenógrafo y pintor, era hijo del artista reusense Marià Fortuny i Marsal. Pero también porque la túnica pertenece hoy al Centre de Documentació i Museu Tèxtil de Terrassa, que la ha prestado para la ocasión.

Aunque no existen evidencias de que Proust y Fortuny llegaran a conocerse, la historia oral que ha recogido el propio museo vallesano sugiere lo contrario.

Según estas fuentes orales, la capa se la habría regalado el mismo diseñador al novelista, quien después la habría donado al músico venezolano Reynaldo Han, que al parecer fue su amante. De Han, la tela habría pasado a manos de un embajador de Reino Unido en Venezuela, y de este, a una familia venezolana que fue la que en 2003 contactó con el museo de Terrassa para ofrecérsela. Su directora, Sílvia Carbonell, cogió al vuelo la oportunidad: “Pedí toda la información y, evidentemente, no la dejé escapar”.

La túnica de Fortuny, tal como se expone hoy en el Thyssen de Madrid 

Dani Duch

No es la única pieza proustiana que atesora el museo de Terrassa. En sus fondos se encuentra el vestido Delphos, también de Fortuny y asimismo mencionado en la Recherche dentro del fantasioso vestuario de Albertine.

En palabras de Carbonell, la pieza que se muestra hoy en el Thyssen está inspirada en las túnicas coptas, con sus franjas longitudinales. Los motivos decorativos geométricos serían de influencia musulmana, todo ello en la línea de un Fortuny que gustaba de combinar fuentes culturales diversas.

La túnica, en el Museu Tèxtil de Terrassa 

Quico Ortega / Museu Tèxtil de Terrassa

El poeta y ensayista Gérard Macé interpreta que el personaje Albertine viste las prendas de Fortuny por imposición de un narrador que evoca a través de ellas la belleza decadente de una Venecia que arde en deseos de conocer.

En Le manteau de Fortuny (Gallimard, 1987), Macé sostiene que las telas son la metáfora de una doble resurrección: la del recuerdo o remembranza (el motivo de la novela) y la del arte, ya que Fortuny hace revivir motivos artísticos del pasado rehuyendo la imitación y dotándolos de una novísima originalidad.

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La de la túnica es solo una de las historias que se intuyen detrás de cada objeto de la exposición. Trazar la presencia de la actriz Sarah Bernhardt tras el personaje inventado de La Berma; o la de Ravel, Debussy, Saint-Saëns, Fauré, Franck o quién sabe quién tras la sonata ficticia del novelesco compositor Vinteuil son otros ejercicios posibles para el visitante.

Y una sensación final: que los museos se dediquen de vez en cuando a revelar el arte, el diseño o la música que subyace en las novelas es una excelente manera de promover la lectura de los clásicos. Sobre todo, de los que por su ambición y envergadura peor encajan en una contemporaneidad que lo exige todo comprimido en unas pocas decenas de caracteres.