Después de fotografiar el mundo, el legendario fotógrafo brasileño Sebastião Salgado (Aimorés, Minas Gerais, 1944) se aventuró durante siete años en una serie de expediciones por la selva amazónica en las que se destrozó una rodilla –tuvo que someterse a dos intervenciones– y casi pierde un ojo. La sobrevoló en aviones y helicópteros y la recorrió a pie, retratándola a ras de suelo, navegó por ríos poblados de caimanes y convivió con tribus perdidas en las que encontró un reflejo de si mismo. “Cuando fui por primera vez a la selva tenía miedo, estaba muy preocupado. ¿Cómo iba a entenderme con esas comunidades indígenas que consideraba aisladas, primitivas, a miles de años de distancia? A las dos horas de estar allí me di cuenta de que todo lo que era esencial para mí (el amor, la solidaridad, la vida en comunidad) lo era para ellos, porque ellos somos nosotros. Es tu comunidad, la del Homo sapiens , con la diferencia de que no ha sido violada, no ha sido influenciada por las grandes corrientes religiosas ni dominadas por el capital o la política. Son seres libres. ¡El paraíso existe!”, exclama el fotógrafo y activista en una de las salas de las Drassanes Reials, donde supervisa los últimos detalles de Amazônia , la asombrosa exposición en la que denuncia, a través de la belleza, el desastre ecológico que acecha al pulmón verde del planeta y los pueblos que lo habitan.
Amazônia , que da título también a un monumental volumen editado por Taschen, abre sus puertas en Barcelona el próximo miércoles y ha sido ya vista por millones de personas en todo el mundo. Ambos, el libro y la exposición, los ha editado y concebido Lélia Wanick, su compañera desde que se conocieron cuando él tenía 20 años y ella 17, y la responsable de que, al cumplir los 30, él cambiara su prometedora carrera como economista por la de fotógrafo al animarle para que utilizara la cámara que había comprado para registrar sus proyectos arquitectónicos. En las Drassanes Reials, como si nos adentráramos en un bosque en penumbra, Wanick nos anima a vivir la experiencia de la selva a través de 200 fotografías, la mayoría de gran formato, y siete películas, con una ambientación sonora de Jean-Michel Jarre a partir de sonidos amazónicos procedentes del Museo Etnográfico de Ginebra. “Yo creo las imágenes y ella la forma de transmitirlas”, dice Salgado.
"En los hombres y mujeres de las tribus indígenas me encontré a mí mismo”, afirma el fotógrafo
“No queremos denunciar el horror de la devastación, sino remarcar la belleza de la región y la importancia de preservar tanto el bosque como a sus habitantes”, precisa Salgado, cuyos ojos acumulan todas las atrocidades del mundo, pero sigue creyendo que la belleza “es la materialización de todo lo que podemos soñar como especie”. “Algo más de un 17% de la Amazonia ha sido destruida por incendios, deforestación, agricultura invasiva o construcción de carreteras, pero aún hay mucho por preservar. El corazón está ahí. Hay una Amazonia viva y eso es lo que he querido mostrar, que es la mayor concentración de biodiversidad del planeta y la necesitamos. La única máquina de transformar el carbono en oxígeno son los árboles. Son la gran fábrica de lluvias del planeta, gracias a las evaporaciones. Cada árbol adulto del Amazonas tiene una capacidad de evaporación de unos 1.200 litros de agua al día. Una parte de la humedad que hay en España viene de aquí. Así que o lo cuidamos entre todos, o desapareceremos”, sentencia.
Salgado, que ha cumplido 80 años, no es demasiado optimista. Cree que nos falta honestidad planetaria y que el hombre es la única especie depredadora de la naturaleza. “Por suerte -dice- las políticas depredadoras de Bolsonaro han hecho que los brasileños tomen conciencia del valor de la Amazonia, que no la tenían, y que los indígenas comenzaran a organizarse:hoy son un movimiento muy potente”. En la región viven unos 310.000 indígenas , que pertenecen a 169 grupos diferentes y hablan 130 lenguas.
“Sus árboles son la fábrica de lluvias del planeta. La humedad en España viene de allí”
En las comunidades con las que convivió, alguna de las cuales había sido contactada por primera vez en 2015, no existe la mentira y apenas hay jerarquías. En algunas, la libertad es absoluta. “Una vez estaba trabajando y un niño empezó a saltar delante de mí. Le pedí a mi traductora que hablara con él porque estaba destrozando mis fotos. Me dijo que era imposible, que las madres no podían decir que no a los niños, que no existe la represión. Imagina un mundo donde no saben decir que no. Si un niño de cinco años quiere trepar a un árbol de 20 metros de altura, puede hacerlo. La madre no le dirá que no lo haga, porque no conocen la represión”.
El fotógrafo trabajó en colaboración con la Funai, la Asociación de los Indios de Brasil, que previamente les preguntaba si querían acogerlo en su comunidad y, una vez obtenido el permiso, le obligaba a realizar una cuarentena para protegerlos de contagios. “Todavía hay 102 grupos que no han tenido ningún contacto con la civilización. Son la prehistoria de nuestra especie. ¡Es fabuloso! Caminar por esta tierra es caminar por mi comunidad humana. Cuando los españoles y portugueses llegaron a América ¿qué se encontraron? A si mismos. Al Homo sapiens que hace miles y miles e años, huyendo de la última glaciación, cruzó el estrecho de Bering y entró en América”.
Salgado, que ayer recibió el primer premio Joan Guerrero en el parque fluvial del Bessòs, un acto al que asistió una numerosísima representación de los fotógrafos catalanes, se muestra interesado por la muestra que dedica el CCCB a la Amazonia, muy diferente pero igualmente necesaria. Dice que, efectivamente, se trata de su último gran proyecto, pero ”la fotografía es mi vida” y lo seguirá siendo porque “en la vida hay que tener proyectos. Si uno deja que su futuro le pase por detrás, se acabó. Y yo lo quiero tener delante de mí”. De momento, prepara una exposición sobre París por encargo de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo.
Un brote de esperanza en Aimorés
El Instituto Terra, un proyecto del fotógrafo y su esposa Lélia Wanick, transforma una zona devastada en un bosque de más de tres millones de árboles
"Siempre que tengas fuerzas, fotografía, viaja, busca...”. Durante cincuenta años, Sebastião Salgado siguió al pie de la letra el consejo de Cartier-Bresson. Recorrió 130 países creando imágenes imperecederas de las hambrunas en África, la guerra de los Balcanes, los incendios de los pozos petrolíferos de Kuwait, refugiados aferrándose a la vida en páramos polvorientos, mineros de oro arrastrándose por paredes fangosas como modernos esclavos o el genocidio de Ruanda, el horror de cuyas matanzas le hicieron enfermar y le provocaron una crisis creativa. “Te estás muriendo”, le dijo su médico. Y él, que ya era una leyenda viva de la fotografía, decidió colgar la cámara y convertirse en un campesino, dedicarse a cultivar la tierra.
La idea se le ocurrió a su esposa, Lélia Wanick. “Estábamos en la finca familiar en la región de Aimorés, en el estado Minas Gerais, donde Sebastião había pasado su infancia, y aquello era horrible, nada que ver con el paraíso tropical que recordaba. Los árboles habían sido talados, no había vida silvestre y la tierra había quedado totalmente arrasada por la sequía y el uso ganadero. Entonces, le dije: ‘Sebastião, ¿por qué no compramos la tierra a tus padres y plantamos un bosque?’”. Así, en 1998, nació el Instituto Terra, un edén que hoy cuenta con más de tres millones de árboles, algunos de los cuales alcanzan ya los 15 metros de altura, y al que han regresado 235 especies animales: jaguares, macacos, y todo tipo de reptiles y aves. “Es maravilloso”. Y en ese renacer de una tierra que se encontraba enferma y devastada como él, Salgado renació como fotógrafo ambientalista.
Deprimido y enfermo tras documentar el genocidio de Ruanda, el fotógrafo decidió convertirse en campesino, cultivar la tierra
En la exposición de las Drassanes Reials le han dedicado un pequeño apartado, con fotografías del antes y el después, como un espacio de posibilidad y de respuesta al cambio climático, una inspiración creativa. “Queremos que la gente vea que es posible hacer cosas. Si creemos en algo y trabajamos con constancia y determinación, podemos hacer lo que nos propongamos. Si tú quieres hacer, puedes hacer”, explica Wanick. Los Salgado creen que no todo está perdido y que tal vez la solución esté en nuestras manos. “Hay un solo ser que puede transformar el CO2 en oxígeno, que es el árbol, así que tenemos que replantar los bosques con árboles nativos, recolectando las semillas en la misma región porque si no los animales no vendrán y el bosque estará en silencio”.
“Nuestro bosque es un auténtico santuario para los animales”, prosigue Wanick. El proyecto Terra continúa creciendo. “Hemos recibido una donación de 10 millones de francos suizos de la compañía suiza para comprar haciendas de alrededor y crear nuevos manantiales. Tenemos nueva tierra para plantar durante treinta años. Yo ya no lo veré, pero nuestro hijo, que es muy activista, ha asumido la presidencia del consejo y sé que el proyecto continuará”.
“Si creemos en algo y trabajamos con determinación, podemos hacer lo que nos propongamos”, dice Lélia Wanick, a propósito del Instituto Terra
El Instituto Terra representa un brote de esperanza en Brasil y una demostración de que la situación medioambiental puede revertirse. Uno de los proyectos que más orgullosa le hacen sentir a Wanick es Terrinhas, creado en el 2005 para sensibilizar sobre la importancia de la sostenibilidad a directores, profesores y alumnos de todos los colegios de la región. El programa dura dos años y la parte práctica se lleva a cabo en el Instituto Terra. “El legado fotográfico es importante”, dice Wanick, que, además de formar tándem creativo con su marido, es fundadora entre otras de as revistas Photo Revue y Longue Vue, “pero el ambiental es real. El bosque, el agua, los animales están ahí. Y eso es lo más importante que necesita el planeta hoy”.