El escritor Amin Maalouf, puente entre dos mundos, gana el 36 Premio Internacional Catalunya
Reconocimiento
El galardón, dotado con 80.000 euros, le será entregado al franco-libanés en una ceremonia que tendrá lugar el 2 de diciembre
'Maalouf, humanista, sí, pero megalómano también (por suerte)', por Antonio Lozano
Amin Maalouf (Beirut, 1949), exiliado en Francia desde finales de los años setenta debido a la guerra en su país, secretario perpetuo de la Academia Francesa desde el año pasado -el primero nacido fuera de Francia-, ganador del premio Goncourt con la novela La roca de Tanios pero también agudo analista de la realidad contemporánea en libros como Identidades asesinas, (Alianza), premio Príncipe de Asturias de las Letras 2010 por sus obras y por su labor como puente entre Oriente y Occidente, ha sido galardonado por la Generalitat con el 36 Premio Internacional Catalunya “por el extraordinario valor literario de su obra, empapada de un sentido ético profundo, que pone en relieve la diversidad cultural de identidades, lenguas y países”.
El galardón, que está dotado con 80.000 euros, le será entregado al escritor en una ceremonia que tendrá lugar el próximo 2 de diciembre en el Palau de la Generalitat, presidida por el presidente catalán, Salvador Illa.
La obra de Maalouf, que ha cultivado desde sus inicios tanto el ensayo como la ficción, “construye un espacio -afirma el gobierno catalán- que incluye desde los derechos individuales y colectivos hasta una idea de la identidad enraizada en la diversidad más radical y humana”. Cristiano en el mundo árabe, oriental en el mundo occidental, Maalouf ejerce de puente entre ambos desde la misma mirada de unos a otros, contador de historias, muestra que no han sido las mismas para cada lado: su primer ensayo, antes que sus populares novelas, fue Las Cruzadas vistas por los árabes, la historia de una retahíla de pillajes y masacres pero también un punto de inflexión en el paso del poder de Oriente a Occidente.
No es extraño que como pocos previera el paso fundamental que se cernía sobre el mundo con la caída del muro de Berlín: el cambio de foco de la ideología a la identidad, como examinó en su libro Identidades asesinas, de 1998, en el que contemplaba lo enriquecedora que podía ser la globalización... si no servía solo para encumbrar una cultura hegemónica, la occidental. Una nueva civilización planetaria sobre la que planeaba la bestia identitaria: todo el mundo debería poder reconocerse en ese nuevo mundo, reconocer símbolos y componentes de su propia cultura, o el riesgo sería regresar a un pasado idealizado.
No sería así y en 2009 escribiría ya El desajuste del mundo, pidiendo un reequilibrio de ese mundo globalizado. Y una década más tarde escribiría ya sobre El naufragio de las civilizaciones, avisando de un naufragio inminente en un desconcertante mundo en el que por primera vez la humanidad podría vivir una era de libertad y progreso pero va en la dirección opuesta, hacia la destrucción de lo conseguido, debido a la xenofobia, el miedo al otro, el racismo, el individualismo o el nacionalismo.
“La ideología, que tuvo un papel determinante en el siglo XX, hoy tiene un papel muy limitado, las personas chocan porque son quienes son”
“La ideología, que tuvo un papel determinante en la historia durante la mayor parte del siglo XX, hoy tiene un papel muy limitado a medida que el mundo pasó, tras el fin de la guerra fría, de la división ideológica a la identitaria. Las personas chocan porque son quienes son, porque cada uno intenta defender su territorio, su lugar en el mundo o su región. Y el mundo se ha vuelto mucho más complicado”, señalaba en junio en la presentación de su nuevo libro, El laberinto de los extraviados. Occidente y sus adversarios (Alianza), un libro que recorre un siglo de historia, desde que en mayo de 1905 la Marina japonesa envió al fondo del mar la flota imperial rusa en Tsushima. Hubo un regocijo global: por primera vez en siglos, Oriente vencía a Occidente.
“El fracaso del comunismo desacreditó todas las ideologías -proseguía Maalouf-, desacreditó toda la política basada en la ideología y sacó a la luz ese mundo que estaba ahí, que no había desaparecido pero que estaba un poco escondido, un mundo donde la gente no se reclama de una ideología, de una idea que ellos mismos han adoptado, sino que su identidad fundamental les parece el color, la etnia, la religión. La nación. Y en este mundo el surgimiento de movimientos populistas, particularmente en Europa, es un fenómeno muy importante. Una actitud política que se basa en un discurso identitario exacerbado”.
En sus novelas Maalouf retrata personajes sabios y tolerantes y explora la posibilidad de la convivencia entre las diferentes comunidades
Junto a su carrera ensayística y como periodista, Maalouf comenzó pronto a publicar novelas que siempre presentan una exploración de la tolerancia entre comunidades e individuos y que se convertirían en éxitos globales, una carrera que se inició con León el Africano, sobre la vida de un comerciante, diplomático y geógrafo nacido en la Granada a punto de caer en manos de los Reyes Católicos y que recorrerá el Mediterráneo. Un hombre curioso y tolerante que acabará de consejero del Papado. Le seguirían novelas como Samarcanda, sobre el sabio y poeta persa Omar Jayyam, o la popular El primer siglo después de Béatrice, en el que una sustancia inventada por científicos sin escrúpulos permite en muchos países del Tercer Mundo tener hijos y no hijas. En 1993 ganaría el premio Goncourt con La roca de Tanios, ambientada en el siglo XIX en las montañas libanesas de su infancia.