El momento más importante de la vida de todo ser humano es un instante fugaz en la adolescencia en el que el cerebro se ha desarrollado lo suficiente como para adquirir plenamente el pensamiento abstracto y prospectivo y, de súbito, experimenta el pánico orgánico de imaginar las dimensiones del tiempo y del espacio, el lugar que uno ocupa en ellos y la realidad impactante del existir (y por tanto, la inevitabilidad del desaparecer). Y entonces el cuerpo, tomado por un instante de pavor existencial, se comprime, suda en frío, el espinazo envía una corriente de alta tensión hasta el último terminal nervioso, se estremecen los esfínteres, tiemblan los miembros y el cerebro se abisma ante la conciencia repentina del todo y la nada. Y de la imposibilidad de escapar de ellos.
Los alemanes, de proverbial capacidad creando palabras para todo estado de ánimo o intelectual, llaman a esa súbita intemperie existencial angst. Dios o la nada, la insignificancia y el lugar que ocupamos en el cosmos y el lugar que el cosmos ocupa en esa ninguna parte que lo envuelve todo, la contingencia de ser, de estar aquí, ahora, leyendo estas líneas es un asunto al que no muchos se atreven a volver durante el resto de su vida. A menudo, los adultos funcionales encierran aquel vértigo originario y juvenil en un cuarto oscuro de la conciencia bajo siete llaves y continúan con su vida como si tal cosa, incapaces de volver a experimentar ese pavor inmanejable y primario e intentando olvidar que una vez lo conocieron.
La película, que se estrena en enero, es una lúdica y aterradora conversación sobre los abismos de la existencia y la religión
Hereje , escrita y dirigida por Scott Beck y Bryan Woods, y que no se estrenará hasta el 3 de enero, es una película de terror pequeña y ausente de pretensiones que, paradójicamente, trata justamente de eso, de la fragilidad de las convicciones y del vértigo de pensar en el todo y en la nada, en el sentido y en su ausencia, es decir, en la religión y en la contingencia. La cinta trata de dos devotas mormonas adolescentes, la hermana Paxton (Chloe East) y la hermana Barnes (Sophie Thatcher), que evangelizan a puerta fría y que acaban por tocar al timbre del domicilio del señor Reed (Hugh Grant), una especie de teólogo retirado, indudablemente un profesor, al que visitan porque había solicitado información sobre El libro del Mormón. No el musical, sino el original de Joseph Smith.
Mientras esperan a que acuda al salón la esposa de Reed, que prepara una tarta de arándanos (las menores mormonas no pueden estar solas en una habitación con un hombre adulto sin la presencia de otra mujer), comienzan una conversación sobre los perfiles más controvertidos de la heterodoxia mormona y, por extensión, de todas las religiones abrahámicas (cristianismo, judaísmo e islam).
Los directores enfrentan a dos caperucitas mormonas con un lobo feroz filósofo que se presenta como abuelita
“Me pareció una de esas películas que se atreven a hacer las cosas de forma diferente y eso fue emocionante, especialmente para mí, en mi vejez: yo ya no me tomo la molestia de hacer películas basadas en fórmulas”, explicaba ayer en Madrid el actor londinense. Esa forma “diferente” de hacer las cosas en este asfixiante thriller consiste en que, a pesar de que desde el primer minuto es evidente que la trama se centra en la vulnerabilidad de las dos gacelas ante el amabilísimo depredador –un pizpireto y conversador lobo para estas incautas caperucitas–, el terror descansa en la conversación que van desplegando, en el vértigo de deshojar las religiones, sus mitos, sus reglas y sus tabús, sus sospechosos elementos compartidos –el mesías nacido de una virgen que camina sobre las aguas y resucita de entre los muertos, común a tantas creencias milenarias que antecedieron al cristianismo–, en el duelo intelectual sobre el dios y la nada que Reed entabla con las hermanas Paxton y Barnes.
“Los países católicos parecen tener una mejor experiencia de la vida que los protestantes”, comenta el actor
Así, dos terceras partes de la película son una conversación sobre lo espiritual, y el temor avanza sin que Reed ejerza intimidación física, más allá de las vicisitudes de una puerta que no se abre y de una esposa que no aparece. “El señor Reed disfruta de hacer ambas cosas al mismo tiempo: por un lado, sabe que las chicas están físicamente intimidadas, inquietas, pero mientras están atemorizadas, encuentra particularmente divertido jugar con sus cabezas y con sus creencias”, dice Grant.
El actor confiesa que no enfocó el personaje desde la fe: “No soy creyente y mi posición sobre el papel de la religión ha ido cambiando: con el paso de los años he notado que los países católicos que visito parecen tener una mejor experiencia humana de la vida que los países protestantes”, comenta.
El actor aduce que “morir solo es volver a la nada negra de la que procedemos; no debería asustamos pues venimos de ahí”
Pero los abismos conceptuales con los que aterroriza a las muchachas, verbigracia, la inexistencia de Dios o de sentido, Hugh Grant los vive de forma contraria, porque a él le, asegura, traen consuelo: “Mi madre tiene 96 años y, como se va a morir pronto, se pregunta qué habrá después, una cuestión retadora. Pero a mí me reconforta la idea de que venimos de una enorme nada negra que ya existía antes de que naciéramos y a la que no tememos, pese a venir de ahí”, argumenta, “de modo que morir no es más que regresar a ella, así que no debería darnos miedo, ya que es de dónde venimos”, dice con la misma sonrisa amable, pícara y de apariencia inofensiva con la que Manuela Carmena ofrecía empanadillas, mientras recoge los abrigos y sirve refrescos a las dos presas que se propone devorar.
El seductor gasta chaqueta de punto
El mundo ha cambiado. Quizá hace veinte años, la proximidad de dos jovencitas a un cincuentón (Hugh Grant tiene 64 años pero quién lo diría) inteligente y atractivo no causaría incomodidad alguna. Pero la película de Becks y Wood juega con el magnetismo que aún conserva quien fue estrella absoluta de las comedias románticas inglesas, escritas por el Billy Wilder británico, Richard Curtis. Grant no está particularmente orgulloso de aquello, o al menos, tiene sentimientos encontrados: “Al principio de mi carrera la codicia entró en juego porque me ofrecían muchísimo dinero por hacer esos papeles”, explica. “Después de Cuatro bodas y un funeral, no pensé que fuera particularmente bueno para esos protagonistas, pero yo era codicioso y ofrecían muchísimo dinero. Dicho esto, estoy orgulloso de esas películas, quiero decir que algunas de ellas eran buenísimas y estoy contento de que hayan sobrevivido”, comenta. “Pero nunca sentí que esos papeles fueran mi fuerte”. Sin embargo, ese eco de un atractivo rotundo opera hoy como vector de amenaza. Hereje transmite inquietud poniendo al encantador librero de Notting Hill, ya jubilado, barrido de arrugas y con inofensiva chaqueta de punto y gafas de presbicia, a servir soda a dos bellas adolescentes. Y eso dice mucho de lo prevenidos que estamos contra los eventuales depredadores.