Nadie puede disociar los avances tecnológicos de la historia de la ópera, comenzando por Monteverdi, que buscaba nuevas posibilidades sonoras para su Orfeo , y siguiendo por el propio Wagner, que apagó las luces de la sala y fue más allá con las ilusiones escénicas. Si la idea del arte total sigue viva, las posibilidades tecnológicas del siglo XXI son una oportunidad para afianzar su futuro en un mundo cambiante y de realidades líquidas. Pues, más allá de las óperas de nuevo cuño, las historias universales que hay detrás se pueden vestir como se quiera.
La Ópera de Dinamarca estrenó en 2019 una adaptación del cuento La reina de las nieves con creación escénica de los catalanes Playmodes, que con tiras de led adheridas a la escenografía crearon una ilusión volumétrica a años luz de la clásica videoproyección, pues a ellos les da lo mismo usar video que rayos láser, robots o cosas que interactúan, lo que crea una magia en escena con cantantes en vivo.
Y quien dice la ópera dice el ballet: Tamara Rojo llegó al Hayes Valley como directora artística del San Francisco Ballet y quiso de entrada encargar un nuevo ballet cuya parte visual aportara soluciones punteras. Y ahí estaba el dúo creativo barcelonés, Hamill Industries, formado por Anna Diaz y Pablo Barquín.
Pero, ojo, quien visite el taller de este colectivo esperando encontrar a dos frikis rodeados de pantallas y códigos binarios, se va a llevar una sorpresa. Trabajan con la IA pero también con tecnología analógica o incluso obsoleta, y mezclan ambas dando lugar a cosas muy particulares, con una gran imaginación maker , pues se emocionan con inventos artesanales: desde un mini pincel robótico que se activa con el sonido y que fabrican ellos mismos en un torno metalúrgico de color rosa –“es la joya de la corona”, bromea Anna Diaz–, hasta las macroimágenes fantásticas de colores líquidos que preparan para el Ideal, y que en realidad son pompas de jabón expuestas a químicos y a la refracción de la luz, filmadas y reproducidas a escala. “Aquí hacemos inventos, electrónica, cosas que se mueven... prototipos número 1”, dice Pablo Barquín quitándose las gafas de soldador.
Los teatros son conscientes de que la ciencia es un aliado del arte, pero se están tomando su tiempo a la hora de rendirse al nuevo arte digital en sus escenografías. Playmodes ya está trabajando en Benjamin a Portbou, la nueva ópera de Antoni Ros-Marbà que estrenará el Liceu en julio. Y el teatro de la Rambla tiene otras piezas “en discusión o vías de estudio”, dice su director artístico, Víctor García de Gomar.
“Contamos con la ciencia al servicio de la estética y de soluciones prácticas en el proceso de construcción de una ópera: esculturas cinéticas, juegos de luz sólida o de láser, nuevos materiales degradables, gafas de realidad ampliada para ensayos a distancia, mapping de alta resolución, inteligencia artificial... –enumera–. Pero las aportaciones científicas van más rápidas que la velocidad en la programación operística”.
Playmodes ya trabaja en la nueva ópera de Antoni Ros Marbà, ‘Benjamin a Portbou’, que estrenará el Liceu
Si en los años noventa, el videocreador Franc Aleu anticipaba con La Fura dels Baus todo este universo de soluciones tech para la ópera, hoy la imaginación puede dar un paso de gigante. “Es estimulante, para el teatro y para el público, algo a fomentar, pero se espera del equipo artístico que encuentre el lenguaje para expresar el sentido de las obras: las nuevas tecnologías son un instrumento valiosísimo para favorecerlo, no un fin último”, añade Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real.
Para Santi Vilanova, cofundador de Playmodes, “estamos en un momento parecido a los inicios del cine, en el que la gente saltaba de la silla porque pensaba que el tren proyectado por los Lumière les atropellaría. Los creadores vamos acabando la fase de la fascinación por la tecnología y ahora domesticamos esas herramientas y lenguajes para la narración. Técnicamente está muy maduro, pero falta algo más de valentía de las instituciones más clásicas para abrazar este tipo de creación más contemporánea. A veces son lenguajes muy minimalistas, radicales, y el tipo de público de la ópera está acostumbrado a un código muy concreto. Transformar el Liceu en el Sónar no es quizás lo que tocaría, aunque sin las generaciones más jóvenes, con una cultura visual acostumbrada a la rapidez, no sé si salvaremos la ópera”.
“Transformar el Liceu en el Sónar no es quizás lo suyo, pero el futuro depende de jóvenes con una cultura visual veloz”
La barcelonesa Mónica Rikic, una programadora creativa que crea obras interactivas yendo más allá con los juegos experimentales, constata que el recelo de los museos a la hora de incluir las artes digitales en las artes visuales está cambiando, hay una intención de abrirse, señala, pero “el tipo de mensaje e imaginario en los espacios artísticos es uno, y otro distinto cuando se trata de artes tecnológicas, que se pueden disfrutar únicamente en espacios de entretenimiento”. Su experiencia escénica la ha adquirido en teatros de Alemania, donde “todo está mucho más mezclado”.
Las artes vivas tienen que abrirse a las nuevas generaciones de creadores, reclama Anna Diaz, que celebra que el Liceu trajera al talento musical/visual de Lolo & Sosaku. “Los procesos creativos son un reflejo del mundo cambiante en el que todo fluye, es efímero, está mezclado. La interdisciplina forma cada vez más parte de la disciplina creativa en sí: las artes visuales y las artes performativas ya no son núcleos específicos, dialogan mucho entre ellas. Abrirse a nuevas generaciones es incorporar este lenguaje y dejar entrar actores que pueden aportar miradas distintas a tu propio proceso creativo. Y no es una amenaza, es una riqueza. Adaptarte e incorporar otras metodologías es la clave para ampliar el discurso, en nuestro caso, visual”.
El cine ya lo ha dicho todo. Será lo que combine tecnología, humanos y experiencia en vivo lo que ahora tendrá una magia especial"
A la espera de que la computación cuántica y la genética cambien el arte y la manera en que nos relacionamos con el mundo, la comisaria del Sónar+D, Antònia Folguera, sostiene que la ópera es muy permeable y que el mayor potencial está en sumar tecnología y artes escénicas. “El audiovisual, el cine, ya lo ha dicho todo. Evolucionará a nivel estético y narrativo, pero ya no veremos nada nuevo. Mientras que todo lo que combine tecnología, humanos y experiencia en vivo tendrá una magia especial. Ya se ve en los shows musicales, que proponen cada vez más bailarines y performers, y rompen con la idea de concierto”. Si el cine sustituyó a la ópera en el siglo XIX, en el XXI se podría producir la reacción inversa.
En San Francisco con Tamara Rojo
Así gestaron los Hamill Industries la IA para el ballet sobre Pandora
Tamara Rojo y el San Francisco Ballet brindaron la oportunidad a Hamill Industries de crear los visuales de un nuevo gran ballet, Mere mortals, con coreografía de la canadiense Aszure Barton y música de Floating Points, el británico Samuel Shepherd con el que los Hamill congeniaron una noche en Razzmatazz... El primer encargo de Rojo como directora artística del SFB era, así, contar el mito de Pandora, un ser creado por los dioses como venganza por el robo del fuego sagrado por parte de Prometeo. Un podcast de la escritora Natalie Haynes había revelado que, por errores de traducción, la modernidad había convertido a Pandora en una femme fatale, la mujer que abre la caja que libera los males de este mundo. El ballet viaja al verdadero origen del mito poniendo en diálogo música, baile y arte visual.
“Tuvimos claro que esas tres personalidades no podían entrar en competición, tenía que ser armónico –explica Anna Díaz, la mitad de Hamill Industries–. Trabajamos con pantalla led, para que el visual emitiera la luz hacia el público. Teníamos que fabricar un modelo de escenario que abriese y cerrase espacios, que dejara pasar la luz, que la apagara... que se modificara con el sentido de la historia”. Aseguran que ponerse al servicio de una narración es “fantástico”. “Este era un ballet sobre la IA pero decidimos utilizarla solo cuando tuviera sentido narrativo”. La mayoría de los elementos visuales son de los data sets de los propios Hamill, como un falso fuego que hacen y que luego graban, o esos fangos de texturas antiguas que reproducen unas manos... las de Zeus moldeando a Pandora con agua y fuego. También usan pigmentos con reacciones químicas en una de las pocas escenas en las que echan mano de la IA. En realidad es solo para que la IA medie mezclando imágenes de sus datasets con otras que tomaron de los bailarines. “Ahí la IA tenía sentido como herramienta de creación visual de algoritmos... la creación de un mundo algorítmico que va solo”, concluyen. Mere mortals se estrenó en enero en San Francisco y viajará a Londres y al festival de Edimburgo. ¿Y al Liceu?