Contra el Imperio vivíamos mejor: así se podría resumir la deriva que el universo de Star wars está viviendo dentro de la plataforma Disney+. En las nueve películas centrales se cuenta, entrelazados con la historia de la familia Skywalker, el fin de la República Galáctica, el exterminio de los jedis, el triunfo del Imperio y la Rebelión que conduce a la Nueva República. George Lucas y sus colaboradores crearon el espíritu y la iconografía del Imperio según los del modelo nazi. Era fácil identificarse con Luke, Leia y Han Solo y desear su éxito contra los Sith. Aunque, de fondo, veíamos las contradicciones de los jedis y la corrupción de la República, nos consolaba la preminencia del esquema maniqueísta. Con las series de los cinco últimos años ese consuelo ha quedado hecho añicos.
The Mandalorian, la mejor de ellas, nos recuerda que después de El retorno del Jedi sigue habiendo fuerzas fascistas en los confines de la galaxia esperando su momento de volver; y que la Nueva República es corroída por la corrupción. Esa corrupción republicana se refleja en la burocracia kafkiana de los primeros tiempos del Imperio, contexto de Andor , la segunda mejor de las series. Las sombras de ambos sistemas empezaban a superponerse en nuestras conciencias.
Sus series carecen de imaginación visual y de una mínima exigencia en diálogos y tramas
El estreno de The Acolyte, que se sitúa un siglo antes de que empezara toda la saga y por tanto es su inesperado big bang, nos revela –como ha señalado el semiólogo de la política y el pop Pedro Vallín– que la orden jedi se dedicaba a secuestrar niños y que siempre se ha caracterizado por tender hacia el despotismo ilustrado. El paralelismo entre las malas artes de la orden religiosa y la de sus archienemigos sith, esa voluntad de achicar al máximo la distancia entre los buenos y los malos sería interesante si no ocurriera en la peor serie de la franquicia. Tanto The Acolyte como El libro de Boba Fett, Obi Wan-Kenobi y Ahsoka son productos que carecen de imaginación visual y de una mínima exigencia en la escritura de los diálogos y de las tramas. Esa doble carencia es mucho más peligrosa que la confusión moral de los jedis (en el confuso país de la senilidad de Biden y la monstruosidad de Trump).
Star wars se ha convertido en una religión cotidiana para millones de personas y sus nuevos seguidores globales se están educando en un estándar muy bajo (un nivel estético y narrativo cada vez más cercano al de las redes sociales). Pensando en ellos he recordado la conferencia que Umberto Eco pronunció en Nueva York en 1995, Eterno fascismo, en la que defendía que se trata de un fenómeno transhistórico. Entre sus características destaca la de sus “neolenguas”: “Todos los textos escolares nazis o fascistas se basaban en un léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. Pero debemos estar preparados para identificar otras formas de neolengua”. Sin duda.