La novela que describe pinturas y que se ha convertido en fenómeno internacional
Entrevista con el autor en el parisino Museo d'Orsay
Thomas Schlesser publica 'Los ojos de Mona': “No sé si el arte es capaz de curar, pero consuela, y eso ya es mucho”
Thomas Schlesser (París, 1977), historiador del arte y director de la Fundación Hartung-Bergman, publica en castellano y catalán Los ojos de Mona (Lumen/Empúries, a la venta el 7 de marzo), su primera novela, traducida a 26 lenguas. La obra es ya un fenómeno literario y se ha encaramado al primer puesto de los rankings de ventas de ficción. Es una historia conmovedora de la relación entre una niña de diez años y su abuelo. Mona corre el peligro de quedarse ciega. Para que sus ojos capten toda la belleza, el abuelo la lleva cada semana, durante un año, a ver un solo cuadro. Juntos recorren el Louvre, el museo d’Orsay y el Centro Pompidou. Schlesser habló con La Vanguardia después de una visita al museo d’Orsay durante la cual explicó varios cuadros con conocimiento erudito, deleite y pasión.
El efecto de la poesía
“La libertad de lenguaje permite crearse una libertad en la mente”
Su obra explica la historia del arte y la historia de la humanidad. ¿No es quizás demasiado ambiciosa?
Tiene razón. Es una novela que aspira a ser total. Hay las tres historias de esta niña, en la escuela, en el ámbito médico y en el familiar, incluida la relación con su abuelo y luego, a través de las obras que este le enseña, una historia del arte, una historia con mayúsculas, centrada en Europa Occidental en general, y un poco la historia de la filosofía. Lo que verdaderamente he querido hacer es el entrelazamiento de todos esos niveles. Quizás es demasiado ambicioso, pero me acuerdo de una frase, creo que de André Gide. Decía que si sueñas con grandes cosas, quizás podrás realizar las pequeñas.
¿El arte, la cultura en general, tiene propiedades terapéuticas, curativas?
Le diría que me tomo demasiado en serio el dolor, el sufrimiento y la enfermedad para decir que el arte pueda llegar a curar. Creo que eso sería excesivo. El arte puede consolar, lo cual ya es mucho. El arte puede sobre todo revelarnos que nuestras fragilidades son nuestras fuerzas. Así que en este sentido el arte es un instrumento maravilloso para tener una comunidad de espíritu, entre los seres vivos y entre estos y lo trascendente. Pero tengo demasiado respeto a los médicos para atreverme a decir que el arte puede curar. Eso sería dar una falsa esperanza a los que de verdad sufren.
El descubrimiento
“Comencé a leer a Apollinaire a los 12 años, lo leía en voz alta en mi habitación”
La paradoja es que, como dice en el libro, muchos artistas tenían problemas psicológicos.
Sí, es cierto. No solo psíquicos sino también físicos. Poussin temblaba sin cesar; Goya estaba sordo; Monet se quedó ciego. Y luego problemas psicológicos. Van Gogh, sin duda, Louise Bourgeois, que sufrió mucho en su infancia. En efecto, de estos sufrimientos extrajeron una especie de transcendencia y fueron muy vitalistas, lo cual es muy hermoso. No nos dieron solo una lección de contemplación simplemente estética. Lo que nos aportan es una verdadera filosofía existencial. Sí, tiene razón en subrayar que en sus biografías suceden cosas muy dolorosas o traumáticas.
Usted afirma que su interés por el arte viene de la poesía. ¿Puede dar más detalles?
Cuando era adolescente, cuando tenía 12 años, en 1991, era un mal alumno, lo había sido desde hacía mucho tiempo, pero encontré en la poesía un consuelo y sobre todo una libertad. Era un chico un poco turbulento, pero detrás de eso amaba todas las gamas de emoción que ofrecía la poesía. A los 12 años comencé a leer a Guillaume Apollinaire. Me acuerdo muy bien. Lo leía en voz alta en mi habitación. Y eso me permitió, en el curso de mi vida, conocer muchos poemas. Al leerlos en voz alta, la voz y la boca acaban absorbiéndolos. En la poesía encontraba la simple idea de que la libertad de lenguaje permite crearse una libertad en la mente. Apollinaire era perfecto para eso, porque explora a veces normas que chocan con las normas clásicas. Así me vino el gusto por la poesía y esos primeros momentos de sensibilidad artística.
Una relación especial
“Entre padres e hijos hay presión mutua, con los abuelos todo es más libre”
Usted dedica el libro a todos los abuelos del mundo. Eso es hermoso. ¿Cree que esa relación tan estrecha con los nietos está en peligro por la vida moderna, porque se vive lejos?
No creo que esté para nada en peligro. Esta novela me ha permitido hablar con mucha gente. Me doy cuenta de hasta qué punto los nietos, entre 5 y 15 años, adoran a sus abuelos, y los abuelos adoran a los nietos. Eso marca de manera muy duradera la vida de las personas. Es un tema del que se habla muy poco. Por eso estoy muy orgulloso de eso en el libro. Es una cuestión muy original en términos literarios. Hay una universalidad de la fuerza del vínculo entre la generación de los pequeños y de los mayores, por encima de los padres. Evidentemente los padres son muy importantes para los hijos y al revés, pero hay una presión mutua. Con los abuelos todo es más abierto, más libre. Las normas son más relajadas. Por eso ocurren muchísimas más cosas que con los padres.
La reflexión central
“Vivir no es aprender a ganar, sino aprender a perder, y la primera pérdida es la infancia”
El libro es también una reflexión sobre la pérdida. Se dice que “aprender la vida es aprender la pérdida”.
Sí, se cree que vivir es aprender a ganar, ganar bienes materiales, ganar experiencia, pero no es cierto. Vivir es aprender a perder. Es la reflexión central del libro. Y la primera verdadera pérdida que se experimenta es cuando se pasa de los 10 a los 11 años. Se llega al collège (escuela secundaria) y se piensa que se gana, pero en realidad se pierde un gran continente que es la infancia. Lo que es increíble es que no se tiene ni tiempo para girarse y decir adiós a la infancia. Se siente, intuitivamente, se está en la ebriedad del cambio, y más tarde, cuando se repasa la vida, uno se da cuenta de que, en efecto, la primera pérdida que nos enseña que se perderá todo, siempre, es la pérdida de la infancia. Pero Henry (el abuelo) lo explica bien a Mona: si no hubiera la experiencia reiterada del adiós a la vida, las cosas no tendrían la intensidad extraordinaria que tienen. Como se pierde todo constantemente, la vida es maravillosa. Si no, sería aburrida. No habría esa urgencia de vivir.
La evolución humana
“La eutanasia permite poner en el centro de la sociedad un debate inmenso sobre el dolor”
¿Por qué habla de la eutanasia?
Es un asunto que me interesa mucho y le diré por qué. No he vivido esta experiencia en mi entorno . Pero la eutanasia permite poner en el corazón de la sociedad un debate inmenso sobre el dolor, qué hace una sociedad con el dolor. Desde el siglo XIX es una gran cuestión, con el nacimiento de los analgésicos. Luego empezó a darse importancia a los cuidados paliativos, a todo lo relacionado con el dolor, humano, de los animales, el sufrimiento. La cuestión de la eutanasia enlaza todo eso.
La visita al museo
“Hay la opción de ver solo una obra, mucho rato, e implicarse antes de explicarla”
Usted propone otra manera de visitar los museos. Mona y su abuelo ven una sola obra cada semana. Eso es un lujo. Normalmente están masificados. ¿Cree que la gente se equivoca cuando los visita?
No, cada cual puede visitar como quiera. No hay que culpabilizar a la gente si quiere correr por la gran galería del Louvre, como en Banda aparte, de Jean-Luc Godard. Son libres de hacerlo, con el móvil o sin él, como quieran. Lo que dice el libro es que hay otra opción que se puede explorar: es ver cada vez una obra, durante mucho rato, e implicarse antes de explicarla.
Su libro recuerda El mundo de Sofía ¿Fue una inspiración?
No es una inspiración, pero leí El mundo de Sofía cuando me examiné de bachillerato. Aunque hay dos grandes diferencias. La primera es que mi libro está atravesado por la melancolía. Eso no lo vemos en El mundo de Sofía. Y lo segundo es que El mundo de Sofía se concentra en la filosofía. El mío es verdaderamente sobre el arte al servicio de la vida.