El nombre del grupo surgió del lomo de un libro: Mishima , de John Nathan. David Carabén estaba hablando por teléfono y al verlo lo pronunció en voz alta. O a lo mejor inventó este recuerdo y lo cuenta así. Sea como sea, las novelas del autor japonés forman parte de su biblioteca, en unas Billy de Ikea blancas (las dos junto al televisor, recogidas de la calle). Los balcones dan a una superilla recién estrenada, en un piso modernista al que él y Flora llegaron hace casi veinte años, poco antes de nacer su hijo Guerau. Detrás del sofá, unas pesas rusas o gyrias le han quitado la lumbalgia que tiene desde los veintitrés (de ahí sus piernas de paréntesis, dice). Se aficionó durante el confinamiento. También a los audiolibros. Desde entonces los escucha sobre todo cuando sale a pasear con su perra Nit.
Carabén es curioso. Y una newsletter, un artículo, le llevan a otros. Entrevistó al físico en sistemas complejos Ricard Solé, y de su libro le han salido tres más, “sigo hilos así”. Siempre está con diez a la vez, y olvida que estaba leyendo alguno, lo recupera después. Entre 2007 y 2010 leyó mucha historia de las religiones y a los cuatro jinetes del apocalipsis: Richard Dawkins, Sam Harris, Christopher Hitchens y Daniel Dennett. Había perdido el interés por la narrativa –“como todo el mundo con la edad”–, hasta que hace cuatro meses encontró en youtube una entrevista a Louis-Ferdinand Céline: “Estamos en una época en la que te topas con vídeos de gente a la que idolatraste de adolescente y sólo habías visto en fotos”. Volver a Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito veinticinco años después “ha sido chulísimo y acojonante”. También ha leído hace poco A repèl , de Huysmans, “traducido maravillosamente por Martí i Pol, y que inspiró al alter ego de Gainsbourg, ese dandy con un gusto exquisito y un poco vicioso”.
La mirada fisgona
Los libros de David Carabén
Los primeros
‘Danny, el campeón del mundo’, de Roald Dahl, ‘Las aventuras de Sherlock Holmes’, ‘Boris’, de Jap Ter Haar
Fundamentales
Richard Sennett, Allan Bloom, Anna Lembke
Fan de
Vinyoli, Auden, Gombrowicz, Céline, David Milch
Audiolibros
‘Trying not to try’, de Edward Slingerland, ‘The dawn of everything’, de D. Graeber y D. Wengrow
Su voz en audiolibro
‘Quanta, quanta guerra...’, de Mercè Rodoreda
De audiolibro a libro
‘Shantaram’, de G.D. Roberts, audio en inglés y edición física en catalán
Recientes
‘La perplexitat’ (J. Graupera), ‘Football against the enemy’ (S. Kuper), ‘Una història és una pedra llançada al riu’ (Mònica Batet), ‘Incógnito’ (D. Eagleman), ‘Diccionari dels símbols’ (Fragmenta), ‘A Sangre y fuego’ (Chaves Nogales)
Le gustan los clásicos, Dostoyevski, Melville, Poe. Ha releído las aventuras de Sherlock Holmes mogollón de veces. Su abuelo tenía una colección de libros muy bien encuadernada y heredó el respeto por el objeto. Su hermano mayor, Armand, era buen lector (luego sería traductor, de Els jocs de la fam , por ejemplo) y David quería participar de las conversaciones con su padre, quien le inculcaría el gusto por la divulgación económica. Su madre era más de novelas. Va recuperando los clásicos modernos de Edhasa, y Guerau flipa con Hesse (Roc ya veremos). Carabén tiene libros de cuando estudió Ciencias Políticas –un año en Francia–, de música, cine, su última obsesión fue David Milch. Es fan de Vinyoli, Baudelaire, Auden.
Entiende la biblioteca como “la manera en la que te la vas currando”. Aún conserva una parte ordenada cronológicamente, desde la Biblia, el Corán, la mitología griega y la Edad Media, hasta los contemporáneos. Abajo hay libros de cocina y un estante dedicado a los centros comerciales. Otro está dedicado a lo cool , tema del que habla en Elisava, donde da clase. Si un libro le marca, se obliga a no acabarlo para que le acompañe mucho tiempo. Le pasó con The fall of public man , de Richard Sennett, o con El cierre de la mente moderna , de Allan Bloom. Ya no es tan apasionado, pero cuando su mánager Gerardo Sanz le regaló El maestro Juan Martínez que estaba allí , compró todos los de Chaves Nogales publicados en Libros del Asteroide.
En papel, recupera las sensaciones de cuando era niño: la calma, que se te abra la tarde y entrar en un estado de 'flow'
Lee más en digital de lo que creía, y así roba unos minutos en el metro o en los bolos, del iPad, donde está el repertorio de canciones. En papel, recupera las sensaciones de cuando era niño: la calma, que se te abra la tarde y entrar en un estado de flow . En las librerías compra una anticipación de todo eso,“compro tiempo”. Necesita dos horas como mínimo para ponerse, y a veces lee en la cocina, porque pasa aire cruzado del patio de luces al pasillo. Subraya con lápiz de mina, dibuja una estrella junto a los pasajes que le gustan. Durante una época hacía fichas. Aún copia fragmentos que revisa y le inspiran.
Son disposiciones del alma diferentes, dice. Con un libro físico, el tiempo pasa más despacio y entras más, te concentras más. Y al tener tan a mano la digresión en el digital, la lectura es más superficial porque te pierdes en búsquedas y referencias. No lo desprecia en absoluto, al contrario, le parece glorioso: “Es algo que no teníamos, no saltábamos de un libro a otro con la facilidad de ahora”.