El 26 de abril de 1931, cuando todavía no hacía dos semanas de la proclamación de la República, el Comité Olímpico Internacional decidió en Barcelona que la sede de los Juegos Olímpicos del año 1936 sería Berlín. La ciudad alemana ganó por 43 votos frente a los 16 obtenidos, precisamente, por Barcelona, la otra candidata finalista después de que Roma se retirara en el último momento. La incertidumbre política que se abría en Catalunya y en España fue un factor determinante para privar a la capital catalana de los que habrían sido sus primeros Juegos. Entonces, los miembros del COI no podían imaginar que dos años después, en 1933, Adolf Hitler conseguiría el poder y que, por haber descartado Barcelona, los Juegos se celebrarían en el nido de la serpiente.
La primera quincena de agosto del año 1936 el canciller alemán quiso aprovechar la ocasión para mostrar al mundo las supuestas virtudes del nazismo. La historia de aquellos Juegos, la efervescencia con la que el Tercer Reich vivió los preparativos, su dimensión política y cómo se veía la relación entre Catalunya y España desde la Alemania nazi, queda al descubierto en un álbum de cromos que la fábrica de cigarrillos Aurelia, con sede en Dresde, doscientos kilómetros al sur de Berlín, puso en circulación en la primavera de 1936. Un producto propagandístico habitual en esta y otras casas comerciales en aquellos años.
El álbum lo descubrió Isalguer Almenara, coleccionista de libros políticos, en una página web alemana de subastas por internet. “Fue un hallazgo casual, vi un cromo de Catalunya e investigando de dónde salía fui a parar ahí y lo adquirí”, explica a La Vanguardia . Horizontal, de una treintena de páginas, lleva por título ‘ Staats: Wappen und Flaggen ’ ( Escudos y banderas de los estados) enmarcado en un hilo de oro con los anillos olímpicos y el año 1936. En las páginas de presentación se explica que “53 naciones dejarán que la flor de su juventud luche por el honor de su bandera y su nombre”. El álbum presenta por orden alfabético los estados inscritos en los Juegos. Con algunas alteraciones porque, por ejemplo, Costa Rica y Panamá decidieron participar cuando el diseño estaba cerrado, y los emblemas de las colonias británicas Bermudas y Malta no se habían podido incluir, o Bolivia aparecía todavía como no participante. La Unión Soviética no estaba por motivos ideológicos y porque desde 1920, debido a las derivaciones de la guerra civil rusa, no había tomado parte en ningunos Juegos. Sin embargo, lo más destacado es que dedica un apartado a mostrar las banderas y escudos de territorios europeos que no participaban. “El número de países no olímpicos es muy limitado en Europa.
Solo los pequeños estados de Gdansk, Lituania, Albania, San Marino, Andorra y el pequeño territorio del Papa, el estado de la Ciudad del Vaticano”, se explica. Y se añade que “las imágenes europeas se cierran con el escudo y las banderas de Catalunya, que, como provincia autónoma de España, ocupa una posición estatal, y el escudo de Irlanda del Norte, que no pertenece al Estado Libre de Irlanda, sino a Gran Bretaña. Los habitantes de estos países participarán en los Juegos Olímpicos como españoles y como ingleses, respectivamente”. “Me parece muy interesante”, dice a este diario Xosé M. Núñez Seixas después de observarlo. “La clave está en el texto introductorio, cuando habla de pueblos participantes, no solo de estados”. En los círculos völkisch , el movimiento etnonacionalista alemán, durante los años veinte y treinta existía una sensibilidad por la diversidad etno-lingüística de Europa. “En 1929 había mapas donde aparecían las naciones étnicas sin estado, y también habría en 1937 para hablar, por ejemplo, de Catalunya y la posibilidad de independencia como una oportunidad geoestratégica en el Mediterráneo occidental”, detalla el catedrático de historia de la Universidad de Santiago de Compostela.
Seixas: “Demuestra el interés nazi por las naciones, culturas o etnias que creían que eran ‘genuinas’”
El álbum contiene como clausura un mapa mundi desplegable en el que en Europa se observan con claridad Catalunya y el Estado Libre de Irlanda. A pesar de estar pintados del mismo color que los estados respectivos, España y el Reino Unido, tienen una línea divisoria con el resto del territorio. Para el autor de Entre Ginebra y Berlín. La cuestión de las minorías nacionales y la política internacional en la Europa de entreguerras (2001) “el autor debería identificar como un estatus semiindependiente la autonomía de Catalunya y el autogobierno del Estado Llibre de Irlanda; y no están los vascos porque no tenían el Estatuto aprobado”. Por su parte, el historiador Arnau Gonzàlez Vilalta explica a La Vanguardia que “el régimen autonómico catalán aprobado en 1932 fue considerado una semiindependencia desde todos los ministerios de exteriores. La idea era que aquello que Catalunya era en España venía a ser como un dominio del Imperio británico: Canadá, Australia, pero sobre todo el Estado Libre de Irlanda. Casi independiente de facto y con ciertos vínculos con el poder de Madrid”.
El autor de Cataluña en la crisis europea (1931-1939)¿Irlanda española, peón francés o URSS mediterránea? (2021) añade que “la diplomacia alemana estaba realmente interesada en la suerte de Catalunya y su evolución hacia una futura independencia o mantenimiento dentro de España. No era el centro de su política exterior, pero los vínculos con la Cuestión de las Minorías alemanas repartidas por el centro y el este europeo establecía un vínculo que en los años veinte se había intensificado”. Es por esto por lo que, aunque el álbum pueda parecer un objeto aislado, Núñez Seixas considera que se trata de “una curiosidad interesante porque revela que los nazis tenían una sensibilidad hacia las naciones, culturas, etnias que consideraban ‘genuinas’. Aunque en este caso se ha buscado un criterio jurídico para incluir sus escudos y banderas: autonomía o autogobierno”. Y es que, como añade Gonzàlez Vilalta, “los nazis entendían las reclamaciones del nacionalismo catalán, y durante la Guerra Civil recomendaron a Franco no tocar el régimen autonómico catalán y, sobre todo, no agredir la lengua catalana como idioma oficial, de educación y de la administración para no despertar un problema grave una vez ganada la contienda”.
A la hora de la verdad, el gobierno del Frente Popular de la Segunda República boicoteó los Juegos. No participó en protesta por la ideología nazi que los acogía y organizó la Olimpiada Popular que el inicio de la Guerra Civil, en julio de 1936, impidió celebrar. Precisamente, el 26 de abril de 1931, el mismo día en que los delegados del COI habían elegido Berlín como sede, las selecciones de fútbol de España y del Estado Libre de Irlanda se habían enfrentado en Montjuïc. Y se dio la coincidencia de que los irlandeses también boicotearon los Juegos. No fueron porque se limitaba la jurisdicción del Consejo Olímpico de Irlanda solo al dominio británico y se dejaba fuera a Irlanda del Norte. Al final, en las Olimpiadas de Berlín participaron 49 países y no las 53 naciones que presuponía el álbum del fabricante de cigarrillos Aurelia. Sin embargo, el hallazgo del coleccionista Almenara muestra cómo en ocasiones los pequeños objetos explican muy bien la complejidad de las miradas externas de unos estados hacia otros y son un reflejo de ello.