El ‘boom’ de la literatura artificial
Cambio de paradigma
Un alud de libros escritos con ChatGPT disparan la escritura hacia otro universo
Una aplicación de inteligencia artificial está cambiando radicalmente la relación de la humanidad con la escritura. El archifamoso ChatGPT3. Ha sido tal su éxito, que su página web ha colapsado. Y en pocas semanas se ha vuelto de pago. Y ha generado mutaciones inesperadas, como God in a Box, que permite dialogar con el algoritmo en el WhatsApp, o Radio GPT, con músicas de emisión automática y textos leídos por voces sintéticas. Y desde hace unos días funciona ya el más avanzado ChatGPT4.
Las redes neuronales de aprendizaje profundo GPT, desarrolladas por la empresa OpenAI desde 2015, eran minoritarias hasta finales del año pasado. Entrenadas con miles de textos, son capaces de generar lenguaje natural. Cada texto que producen tras recibir una instrucción es diferente, sin ni un sintagma copiado de internet. Pero GPT2 y GPT3 sólo generan textos breves, sin conexión entre uno y el siguiente. Con el ChatGPT3, en cambio, sí que han adquirido continuidad. Se ha abierto la vía para que dentro de poco sean capaces de escribir cientos de páginas coherentes. Un ensayo, un poemario, una novela.
El boom y sus consecuencias
Desde que en 2016 el Washington Post empezó a publicar noticias deportivas redactadas por una inteligencia artificial llamada Heliograph, los algoritmos se han ido introduciendo en nuestras escrituras cotidianas. La opción de autocompletar una palabra o una oración, en la redacción de mensajes instantáneos o de correos electrónicos convive con el chateo con bots de atención al cliente.
Durante esos mismos siete años se han publicado libros que utilizaban esas nuevas tecnologías de escritura artificial. En 2018, el autor norteamericano Ross Goodwin publicó 1 The Road , que transcribió las conversaciones y las coordenadas geográficas que fueron captando los sensores de un coche durante un viaje. La popularización de GPT2 en 2019 y de GPT3 al año siguiente, hizo que en Amazon se pusieran a la venta los primeros títulos escritos en colaboración con algoritmos: desde Pharmako-AI , de K. Allado McDowell, en inglés, hasta Non siamo mai stati sulla Terra , de Rocco Tanica, en italiano. Pero no existían más de un par de docenas de libros coescritos con inteligencia artificial hasta febrero. Entonces, el ChatGPT3 provocó una explosión de cerca de 200 títulos autopublicados en Amazon. Que no paran de crecer.
“Las instituciones deben defender el libro en papel, las editoriales, las bibliotecas, las librerías”, dice Chartier
Si el GPT2 sólo podía redactar textos surrealistas, el GPT3 en cambio ya es capaz de escribir textos sensatos, al igual que su antagonista de Google, LaMDA. El GPT4 significa un nuevo salto cualitativo, junto con otras redes neuronales que todavía no sabemos de qué serán capaces. Es imposible saber lo lejos que estamos de la generación de textos literarios potentes, con dimensión metafórica. En paralelo, la producción automática de imágenes está alterando el mundo laboral de los diseñadores e ilustradores. Todo apunta a la coexistencia de dos circuitos y mercados paralelos: el de obras con firma de hombres y mujeres y el de creación artificial. Hace tiempo que las máquinas son mejores que nosotros al ajedrez y al go, pero eso no significó la desaparición de las partidas y campeonatos entre humanos.
La opinión de Roger Chartier
El desconcierto que está provocando la irrupción de las escrituras generativas en ámbitos profesionales como el periodismo o los contenidos para redes sociales y páginas web ha actualizado la ya clásica equivalencia entre la revolución de internet y la de la imprenta. “Es una idea peligrosa”, me dice el prestigioso profesor, ensayista y experto en la historia del libro Roger Chartier, de paso por Barcelona para presentar Geografías imaginarias (Siglos XVI-XVIII) (Ampersand), un estudio sobre los mapas en las ediciones del Quijote , Robinson Crusoe y otros clásicos modernos. “Porque es completamente distinto leer en papel o leer en una pantalla, significa pasar de una lógica espacial y física, en la que hay continuidad y hay conjunto, a una lógica topográfica o temática, por un orden clasificatorio de la información, sin contexto claro”.
Un libro sobre algoritmos literarios escrito con ellos
Los campos electromagnéticos. Teorías y prácticas de la escritura artificial (Caja negra) es un libro escrito por Jorge Carrión con los artistas y programadores de Taller Estampa y algoritmos GPT2 y GPT3 para explorar la nueva literatura.
Lo mismo ocurre entre la escritura humana y la artificial. De las dos grandes revoluciones culturales anteriores de la historia de la humanidad, el paso de la oralidad a la escritura y el de los libros manuscritos a los impresos, sólo tenemos bien documentado el segundo, de modo que es natural que recurramos a él para entender mejor qué está pasando ahora. Tal vez nos precipitamos al pensar que internet era el gran punto de inflexión y lo vaya a ser, en cambio, la inteligencia artificial.
Chartier ha explicado en sus títulos de referencia, como El orden de los libros (Gedisa), que la imprenta no suprimió la circulación de libros copiados a mano, que eran más baratos y permitían hacer añadidos o esquivar la censura. Le pregunto si cree que la convivencia también va a ser propia del siglo XXI: “Los historiadores son los peores profetas, porque sólo pueden profetizar el pasado”, pero “para asegurar esa convivencia creo que las instituciones, educativas, culturales y políticas, deben defender el libro en papel, las editoriales, las librerías y las bibliotecas, si queremos que sigan existiendo esos dispositivos que se caracterizan por su arquitectura y por su naturaleza de memoria y de legado”. No todo está en internet. Y ninguna gran estructura garantiza allí la conservación de los documentos a largo plazo. Por eso las bibliotecas y los archivos tradicionales siguen siendo fundamentales.
“¿Ha probado el ChatGPT3?”, le pregunto. Y me responde que no, porque le da miedo, pero que sí se ha interesado por la traducción automática: “Me han mandado un libro traducido, de divulgación, y, para mi sorpresa, sólo he encontrado dos errores, eso es por un lado fascinante, pero por el otro va a ser catastrófico para la profesión de traductor”. Sin duda para la traducción de manuales y novelas superventas. La literatura compleja y la poesía todavía no pueden ser traducidas por las máquinas. Ni escritas. Por eso tal vez el futuro del periodismo sea literario. No sólo en el nivel de las palabras y las imágenes, también en el de la mirada o la estructura. Quizá haya que unir, como ocurre en la metáfora, dos conceptos o dos referentes o dos temas inesperados. Como la inteligencia artificial y un historiador experto en los libros de los siglos XVI, XVII y XVIII. Porque eso no lo haría una máquina. Al menos, por ahora.