A su edad, a los artistas se les tributan homenajes por una carrera larga y brillante o se les dedican elogiosos obituarios con una recopilación de parabienes.
Esta mujer es diferente, sin duda. Ángela Álvarez se ha colado en los premios Grammy a los artistas latinos, que se conceden la noche de este jueves en Las Vegas, con un disco de quince nanas escritas por ella y titulado con su propio nombre.
En Cuba, su padre le prohibió ser cantante, y en EE.UU. solo exhibía su música en reuniones familiares
Asistirá, e incluso actuará, en la gala en la que Bad Bunny, de 28 años, es el más nominado (diez) y en la que Rosalía, de 30 años, es una de las grandes favoritas a sumar más gramófonos con sus siete nominaciones.
Ángela Alvarez no competirá con estos “veteranos” del éxito, de estilos tan opuestos al suyo. No será posible porque ella está encuadrada en la categoría de “nuevo artista”.
Tiene 95 años.
Es la de más edad jamás incorporada en este apartado. En la lista de ganadores de otras ediciones figuran Juanes, David Bisbal o Calle 13. Podrían ser sus nietos, por lo que no resulta extraño que se la llame “la abuela de los Latin Grammy”.
Y no es una denominación figurativa. Es real como ella misma. Su verdadero nieto, el músico Carlos José Alvarez, fue quien la conectó con este sueño hecho realidad. Quiso preservar las canciones que le cantaba su abuela cada vez que iba a visitarla y que tanto le influyeron en ser quién es de adulto.
“A veces me tengo que pellizcar”, declaró la artista novel al The Washington Post desde su casa en Baton Rouge (Luisiana).
Tampoco resulta sorprendente que lo haga para cerciorarse de que esto es real.
Creció en Cuba, de donde salió al poco tiempo de la victoria de la revolución castrista en 1959. Desde niña quiso ser cantante, pero en Estados Unidos, sin saber inglés, tuvo que dedicarse a recoger tomates durante el día o, por la tarde, a limpiar las oficinas de un banco, en la ciudad de Pueblo (Colorado), para sobrevivir.
Compuso su primera canción a los 14 años allá en su casa natal. Era la década de los treinta del pasado siglo. Aprendió música, se desempeñaba con el piano y la guitarra. Le encantaba cantar. Era su anhelo.
Le dijo a su padre, al acabar el bachillerato, que quería dedicarse a la música. No pudo ser.
Su padre, hombre muy tradicional, le respondió que ni hablar, que esa no era una vida apropiada para una mujer. “Cantas para la familia, no para el mundo”, ordenó. Y ella obedeció: “Le quería mucho”.
Aparcó su sueño y se casó con 19 años. Tuvo cuatro hijos (tres niños y una niña). Al triunfar el castrismo, ella y su marido Orlando, ingeniero azucarero, llegaron a la conclusión de que debían dejar la isla e intentar la aventura en Estados Unidos.
Esa es la parte trágica. Corría 1962. A su marido, por su trabajo, lo vetaron. Ya en el aeropuerto José Martí de La Habana, también se lo impidieron a ella, que permitió que sus hijos (de 4 a 15 años) emprendieran el viaje. Si bien le llevó unos meses, Álvarez aterrizó en Miami.
Sus hijos estaban en un orfanato de Pueblo, aunque al carecer de medios no los pudo reclamarlos. Se instaló allí y, tras dos años sin verlos, consiguió visitarlos. Iba cada fin de semana a cantarles sus creaciones y a impregnarlos de sus orígenes.
Por fin, en 1966, su marido logró hacer el trayecto. Reunificados, se instalaron en Baton Rouge. Fueron felices como familia hasta que en 1977, Orlando murió de cáncer, a los 53 años. Su hija, María, falleció en 1999.
Sostiene que gracias a la música –“es el lenguaje del alma”– logró sobreponerse a las desgracias. Pero como le ordenó su padre, su música solo la disfrutaban sus familiares y amigos.
Un padrino amable
Andy Garcia se entusiasmó. Tocó los bongos en el concierto que Álvarez ofreció en el teatro Avalon de Los Angeles y el actor le dio un pequeño papel en 'El padre de la novia'
Todo podría haberse quedado ahí y no habría nominación, ni tributos, ni obituario (el día que toque). Hace ocho años, sin embargo, su nieto decidió grabar de forma casera sus canciones, solo para guardar la memoria. Le sorprendió lo bien que sonaba su “voz angelical”.
En ese proceso, descubrió la frustrada vocación de su abuela y que sus canciones eran como un diario de su vida. Así que la llevo a Los Angeles, donde él reside, y la puso en un estudio de los de verdad, profesional.
El fruto lo dejó archivado, hasta que los amigos le animaron a sacarlo a la luz. Su colega, el actor Andy Garcia, se entusiasmó. Tocó los bongos en el concierto que Álvarez ofreció en el teatro Avalon de la ciudad californiana, produjo el documental Miss Angela (2021), sobre su recorrido vital, y le ofreció un pequeño papel (tía Pili ), en una nueva versión de El padre de la novia (2022).
Y así, a los Latin Grammy. “Si mi padre estuviera, se sentiría orgulloso”, asegura. Le habría perdonado su desobediencia.